NARRADO POR ELIZABETH
Suelto el móvil como si me quemara los dedos.
La amenaza aún vibra en mi pecho, latiendo como un segundo corazón que no me pertenece. Me recuesto contra la almohada, tratando de controlar el temblor que me recorre la piel. Respiro hondo. Una, dos, tres veces. Necesito calmarme. Necesito pensar.
Pero no puedo.
Porque justo cuando estoy a punto de cerrar los ojos, siento algo.
Una mano.
Grande, firme, cálida.
Reptando por debajo de la sábana, desde mi muslo hacia arriba, con una lentitud exquisita, como si supiera exactamente el efecto que provoca en mí. Mis músculos se tensan, la respiración se me escapa en un suspiro agudo. Me quedo inmóvil, sorprendida. No lo oí entrar. Ni sus pasos, ni el crujido del suelo. Solo esa mano.
Y ese calor.
Sus dedos me acarician el muslo con una suavidad que contrasta con el tamaño de su palma. No hay prisa. Se mueve como si tuviera todo el tiempo del mundo. Como si leyera cada rincón de mi cuerpo con un idioma secreto. Me muerdo e