Mundo ficciónIniciar sesiónCamila, víctima de un cruel destino, es vendida al socio de su propio padre, un hombre de negocios implacable: Maximiliano. Lo que nadie sabe es que, desde sus días universitarios, Maximiliano ha estado secretamente enamorado de ella. Él, famoso por su frialdad y su falta de corazón ante los demás, la acepta con un único fin: asegurar un heredero para su linaje. A pesar de esa fría transacción, el amor que siente por ella lo impulsa a querer protegerla de un mundo hostil. Pero ni ese amor, ni la fortaleza de Maximiliano pueden detener los planes de su propia madre, una mujer calculadora que, con un engaño despiadado, logra separarlos. Cuando Maximiliano cree que Camila ha muerto, su mundo se desmorona. Años después, intenta reconstruir su vida, resignado a una existencia sin ella. Lo que no imagina es el giro del destino. Camila reaparece ante él, viva y convertida en una fuerza imparable. Con dos hijos que llevan su sangre, llega para reclamar lo que es suyo, pronunciando las palabras que lo cambiarán todo: "Volví de la muerte, amor mío".
Leer másPrólogo
Camila terminaba de peinar su cabellera castaña oscura cuando su suegra entró en la habitación. La miraba con rencor, un odio profundo que pronto se transformó en una expresión de dolor fingido. Se acercó con una lentitud impropia y rozó el hermoso cabello de Camila, un gesto de afecto que nunca antes había presenciado.
Camila sintió un escalofrío. Esa extraña ternura era un mal augurio. Una alarma silenciosa resonó en su interior, y su corazón se aceleró con un ritmo desbocado. Al devolverle la mirada, comprendió: no era un problema de Maximiliano. Los ojos de Greta no estaban hinchados de lágrimas, su expresión no denotaba angustia. Entonces, ¿por qué esa farsa de compasión?
Lentamente, Camila se irguió del tocador. Antes de que pudiera formular una pregunta, su suegra cortó el aire con sus palabras:
—Mi querida, me consume el alma decirte esto, y créeme, no querría ser yo quien te lo cuente, pero no puedo soportarlo más.
Camila, con el ceño fruncido por la confusión, la miraba sin entender. ¿De qué hablaba esta mujer?
—¿De qué me habla, señora Greta? —observó cómo la mano de su suegra acariciaba su mejilla. El contacto le provocó un escalofrío. La incomodidad se transformó en un temor creciente, pues la amabilidad era una cualidad ajena a Greta, y su repentino interés la desorientaba.
—Se trata de mi hijo.
Camila permaneció en silencio, esperando, su atención fija en cada palabra.
—Maximiliano no viajó por negocios como te hizo creer. En realidad, se marchó con una exnovia de hace tiempo. Se reencontraron semanas atrás en un restaurante, y desde entonces han estado viéndose. Te ha estado engañando.
Los ojos de Camila se dilataron, y un temblor incontrolable recorrió su cuerpo. La incredulidad la invadió. No podía aceptar que el gran amor de su vida la hubiera abandonado por otra mujer, por su exnovia. ¡No, imposible!
—¡Miente! ¡Es una vil mentira, Maximiliano jamás me sería infiel, él no es capaz! ¡No! —sus ojos se llenaron de lágrimas. Tomó su celular y marcó el número de su esposo… nada. El silencio al otro lado de la línea la frustró. Greta esbozó una sonrisa astuta, casi imperceptible, y volvió a acariciar el cabello de su nuera simulando compasión y dolor por el supuesto engaño de su hijo.
—Aquí tienes el nombre del hotel donde se aloja con Scarlet.
Camila tomó la hoja de papel con manos temblorosas y leyó el nombre del hotel. Un dolor agudo le oprimió el pecho, y las lágrimas se desbordaron sin control. No podía ser cierto. ¿Qué iba a hacer ahora con esa información devastadora?
Volvió a mirar el papel y se dio cuenta de que era el "Ritz-Carlton, Los Ángeles", el mismo hotel que ella le había ayudado a buscar. Un escalofrío recorrió su espalda. No podía creer que Maximiliano estuviera allí, en ese mismo lugar, con otra mujer. Su corazón latía con fuerza, la confusión y la rabia se mezclaban en un torbellino de emociones.
Tomó aire con dificultad, tratando de calmar el temblor de sus manos mientras sostenía la hoja. Cada segundo que pasaba parecía hundirla más en la certeza de la traición. Miró de nuevo el nombre del hotel, intentando convencerse de que tal vez había algún error, pero su instinto le gritaba lo contrario.
—No puede ser… —susurró entre dientes, mientras un nudo en la garganta le impedía respirar con normalidad.
Sus lágrimas comenzaron a rodar sin control. Cada una era un recordatorio del amor que había entregado y que ahora parecía destruido por completo. Apretó la hoja contra su pecho, como si pudiera contener allí todo su dolor, y sintió que un grito, contenido desde lo más profundo, amenazaba con escapar.
La mirada de Camila se perdió en el vacío, lágrimas saladas surcaban sus mejillas. Greta saboreaba cada instante de su sufrimiento y, para intensificarlo, le mostró una fotografía de su hijo con Scarlet, abrazados en la cama, dormidos bajo una sábana blanca. Camila lloraba amargamente, un dolor insoportable la ahogaba; horas antes le había jurado amor, y ahora él estaba en brazos de otra, una extraña. Deseaba morir de dolor.
Camila arrugó la fotografía, sintiendo una mezcla hirviente de coraje y dolor. El hombre que amaba con locura la había traicionado, se había burlado de ella. ¿Por qué? Si ella le había entregado todo su amor, lo mejor de sí misma. Estaba completamente destrozada por dentro.
—Hija, me parte el alma verte así. Mi hijo es un cobarde que no merece ni una sola de tus lágrimas —la consolaba, mientras por dentro la euforia la consumía—. Debes enfrentarlo, no puedes permitir que te vea la cara. No estoy de acuerdo. Mi hijo debe pagar por cada lágrima que te hace derramar —espetó, fingiendo indignación.
Camila no dejaba de llorar; le había entregado su corazón, le había dado todo.
—Greta, siento que voy a morir.
Greta la abrazó, una sonrisa maliciosa danzando en sus labios. Apenas contuvo una carcajada. Con fastidio, rodó los ojos y la miró con desprecio; el abrazo le causaba repulsión, pero debía mantener la farsa.
—Ve, confróntalo —le dijo, separándola de su cuerpo. Camila, ahogada en su llanto, solo pudo asentir.
Greta salió de la alcoba y, en cuanto la puerta se cerró, una sonrisa malévola se dibujó en su rostro.
—Ay, estúpida, no sabes lo que te espera —murmuró para sí misma, mientras caminaba por el pasillo, riendo con malicia.
Se encontró con su chófer y, al verlo, le preguntó:
—¿Está todo listo?
Él asintió con una sonrisa igualmente perversa.
Greta soltó una carcajada diabólica.
—Muy pronto me desharé de ti —volvió a reír.
Camila descendió las escaleras con una maleta en sus manos. Greta tuvo que ocultar su regocijo y mostrarse afligida por su "pobre" nuera, aquella a la que su hijo le ponía los cuernos.
—Estoy lista para encararlo. Maximiliano se va a arrepentir de este dolor que me ha causado.
Greta se acercó y la envolvió en sus brazos y ahí estaba su fiel chófer. Sus miradas se cruzaron, y ambos sonrieron.
—Vamos, señora, que el avión ya está listo para llevarla.
La joven asintió levemente.
Pronto estuvieron en el aeropuerto. Greta, en todo momento, simuló tristeza por su nuera, haciéndole creer que hablaría con su hijo para reclamarle. Camila agradeció y le dio un último abrazo antes de subir a la avioneta.
Una vez acomodada en el asiento, Camila permitió que las lágrimas fluyeran libremente. Tomó su teléfono y, al ver una foto de Maximiliano, se preguntó por qué le había hecho eso, mientras las lágrimas saladas resbalaban por sus mejillas calientes.
Llegó al hotel y se dirigió a la recepcionista para preguntar por la habitación donde supuestamente se encontraba su esposo. La chica la saludó amablemente. Camila se sintió apenada por no haber saludado antes, pero en ese momento, la desesperación y la angustia la consumían por saber si todo era real. La joven buscó el nombre en la computadora y, al encontrarlo, le dijo a Camila:
—Se encuentra en la habitación 501.
Camila dio las gracias, se dio media vuelta y se dirigió con pasos rápidos al elevador. Una vez que las puertas se abrieron, entró y presionó el botón que la llevaría al piso correspondiente.
Salió de prisa, buscando los números sobre cada puerta, hasta que finalmente llegó al 501. No sabía si tocar o esperar. Un temblor incontrolable le recorrió el cuerpo; el miedo de que todo aquello fuera real la paralizó. Respiró hondo, un vano intento de calmar el caos en su interior. Fue entonces cuando vio la puerta entreabierta.
Con manos temblorosas, Camila la empujó. Caminó muy lento, cada paso una tortura, hasta que sus ojos se toparon con la escena: dos cuerpos desnudos sobre la cama. Aquella mujer, gimiendo de placer, cabalgaba sobre su marido. Él, con una mano en sus caderas y la otra en uno de sus pechos, la miraba con una intensidad que a ella la destrozó. Ella casi gritaba de éxtasis, y por el ruido de sus jadeos, ninguno notó su presencia.
—¡Ohhh, qué rico, mi amor! Sí, así, sabes cómo me gusta que me tomes, ¡dámelo todo, mi amor, como siempre! —se movía con un frenesí brutal.
Camila observaba todo con una mezcla hirviente de rabia y dolor. Esa mujer no dejaba de moverse sobre su marido, sus gritos de placer perforando el aire mientras alcanzaba la cúspide. Ya no pudo soportarlo más. Como pudo, se dio la vuelta y huyó de aquel lugar. Las lágrimas, calientes y espesas, caían sin parar, nublándole la vista.
Llegó a las afueras del hotel, aunque no sabía cómo lo hizo. En ese momento cayó una lluvia fría y persistente, empapándola por completo y mezclándose con sus lágrimas, pero a ella nada le importaba. Cayó de rodillas en la acera y sintió su corazón romperse en mil pedazos. No podía respirar; su pena era tan grande que la estaba ahogando. Lloraba como nunca pensó que podría llorar, pensando en cómo aquel hombre que juraba amarla la había traicionado de la forma más cruel. No entendía el por qué, si ella le había dado todo, su gran amor, lo mejor de ella. Apretó sus manos sobre su pecho como queriendo quitarse ese gran dolor, y un grito desgarrador salió desde lo más profundo de su garganta. No podía, realmente no podía con aquello.
Mientras ella lloraba desconsoladamente por la terrible traición del amor de su vida, la avioneta la sorprendió con una fuerte sacudida. Pensó que se trataba de una simple turbulencia, pero al darse cuenta de que no lo era, comenzó a asustarse. Sentía mucho miedo de lo que podía pasarle; no quería morir de esa manera.
La azafata salió de la cabina, con una expresión que le causó pánico.
—Señora, por favor, abróchese el cinturón —ordenó la chica. Camila, sin dudarlo, hizo lo que le pidieron.
—¿Qué sucede? —cuestionó.
Y antes de que la azafata pudiera contestar, todo se volvió un remolino. Los objetos de la avioneta volaron por todas partes y, de repente, todo se tornó oscuro.
Y segundos después, su sistema nervioso la obligó a despertar y a luchar por oxígeno, ya que ahora se encontraba sumergida en el agua.
Capítulo CIICamilaNo pude dormir en toda la noche.La reacción de Sebastián no deja de rondarme la cabeza.Faltan quince minutos para que suene la alarma. La desactivo; no tiene caso seguir esperando. Me levanto y me dirijo al baño. El agua tibia cae sobre mi cuerpo y, por unos segundos, logro relajarme, aunque la inquietud sigue ahí, apretándome el pecho.Me visto sin prisa y salgo de mi habitación. Camino hasta el cuarto de mis dos amores. Siguen dormidos. Me acerco despacio y beso sus frentes con cuidado. Se remueven un poco, pero no despiertan. Les acomodo la cobija y me quedo mirándolos unos segundos más, como si necesitara llevarme esa imagen conmigo.Salgo en silencio.Bajo las escaleras y me encuentro con Valeria en la cocina. No tengo ánimos de comer.—Vale, no voy a desayunar —le digo—. Comeré algo en la oficina. Tengo asuntos que atender. Te encargo a los gemelos… nos vemos al rato.Ella me mira con atención, como si supiera que algo me inquieta, pero no pregunta. Me abra
Capítulo CICamilaDespués de pasar la noche en el hospital, por fin regresamos a casa.Apenas cruzamos la puerta, Lían corre emocionado para abrazar a su copia —así le dice él—, y tengo que detenerlo con cuidado.—Tranquilo, mi amor —le digo con una sonrisa—. Tu hermano tiene una herida por la operación; abrázalo despacito.Lían frena en seco, como si mis palabras le hubieran puesto un alto invisible. Mira a su hermano de arriba abajo, con los ojos muy abiertos, preocupado.—¿Te duele? —le pregunta en voz bajita, acercándose apenas—. ¿Mucho?Ian niega despacio con la cabeza.—Ya no —responde—. Solo un poquito cuando me muevo.Lían frunce el ceño, serio, como si estuviera analizando algo muy importante.—Entonces te abrazo así —dice, y rodea a su hermano con cuidado, apenas apoyando los brazos, como si fuera de cristal—. Suave… ¿ves? Para que no te lastime.Se me aprieta el pecho al verlos. Ian sonríe, cansado, pero feliz, y apoya la cabeza en el hombro de Lían.—Te extrañé —murmura.
Capítulo CGretaEstoy perdida en mis pensamientos cuando la voz de Gustavo rompe el silencio.—Greta, no sabes a quién vi…—¿A quién? —respondo sin interés, como si me importara.—A tu hijo, a Máximo. Estaba solo, en un bar… se ve mal.Lo miro con desprecio.—¿Y eso a mí que me importa? —escupo—. Por mí, que se muera. No me importa.Me levanto despacio, caminando por la sala como una fiera enjaulada.—Lo único que me importa —digo con frialdad— es cómo voy a traer a Clarissa conmigo.Me detengo en seco.—Porque ahora tiene a su perro fiel —gruño—, ese que no la deja ni a sol ni a sombra.Aprieto los puños con fuerza, las uñas clavándose en mis palmas.—Necesito idear un plan… —susurro—. Uno bueno. Uno limpio.Levanto la mirada, oscura.—Y cuando la tenga en mis manos… —cierro los puños con rabia contenida— le haré pagar cada maldito segundo de la desgracia que estoy viviendo.Mi sonrisa regresa.Lenta.Cruel.Definitiva.—¿De verdad no sientes cariño o amor hacia tus hijos? —pregunta
Capítulo XCIXGustavoEstoy harto.Cansado.Fastidiado de esta maldita casa y de la locura de Greta que ya no aguanto.Si no fuera por Clarissa, yo no estaría aquí. No seguiría atado a esta mujer que vive de rencor, de odio, de planes enfermos. Pero Clarissa… Clarissa siempre ha sido el punto débil. El único motivo por el que no me he ido del todo.Me levanto sin decir nada más. No tengo fuerzas para otra discusión. Greta sigue hablando, murmurando cosas que ya no escucho. Su voz se vuelve ruido.Salgo de la casa y cierro la puerta detrás de mí.Necesito aire.Necesito despejar la cabeza.Me subo al auto y manejo sin pensarlo demasiado.Minutos después llego a un bar, me bajo y camino hacia la entrada.El ruido, las risas y el tintinear de los vasos me golpean de inmediato. Todo me abruma. Camino entre las mesas sin mirar a nadie, buscando una salida, un rincón donde pueda fumar y calmar un poco este nudo que me aprieta el pecho.Y entonces lo veo.Me quedo inmóvil.No puede ser.Ahí
Capítulo XCVIIIRafaelLlego a casa y al escuchar ruido en la cocina me dirijo hacia allá, veo a mi bonita cocinando, me acerco por la espalda y la rodeo por la cintura, rozando mis labios por su cuello y dejándole un cálido beso.—Ay… —suelta un suspiro bajito, que me derrite entero—. Me espantaste.—No fue mi intención —murmuro contra su piel—. Solo quería saludar a la mujer más hermosa que existe.Ella sonríe mientras sigue moviendo lo que tiene en la sartén.—¿De qué son las quesadillas?—De marlin —responde mientras voltea una de las quesadillas de maíz.—¿De marlin? —pregunto con una sonrisa, apoyando la barbilla en su hombro—. Mmm… huele delicioso, mi bonita.Ella suelta una risita suave y termina de voltear la última quesadilla.—Te hice cuatro, ¿está bien? ¿O quieres más? —pregunta mirándome.—Con esas está bien, amor.Asiente con una pequeña sonrisa.—Anda, siéntate. Ya casi están.Me acomodo en mi lugar y la observo moverse por la cocina. Sonrío sin poder evitarlo. Clarissa
Capítulo XCVIIRafaelEstoy en la empresa de Maximiliano para hablar sobre la compra de acciones. Le prometí a mi bonita que le ayudaría con el problema de la empresa, y eso haré.Me acerco a la recepcionista para que me anuncie con Maximiliano, ya que le envié un mensaje avisándole que vendría a hablar con él.La veo tomar el teléfono; tarda un segundo, cuelga y me da las indicaciones para llegar a la oficina de Maximiliano.Subo al elevador y marco el piso correspondiente.Al llegar, la asistente me mira y sonríe.—Puede pasar —me dice.Le agradezco con un gesto, me acerco a la puerta y toco suavemente.—Pasa —responde la voz de Maximiliano desde dentro.Entro, y él me recibe con una sonrisa mientras me indica que me acerque a su escritorio.—Hola, cuñado —saludo mientras me acomodo en la silla frente a él.—Hola —responde—. Dime, ¿de qué quieres platicar conmigo? ¿Clarissa está bien?—Sí, sí —asiento, sonriendo ligeramente—. Mi bonita está muy bien.Maximiliano asiente con una leve
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