Capítulo II
Camila Velarde
No puedo responder; mi voz no sale.
Siento la mirada posesiva de ese hombre. No me atrevo a mirarlo; me da pavor que nuestras miradas se crucen.
Trago saliva y siento el frío sudor recorrer mis manos mientras las miradas de los presentes se posan sobre mí.
Suelto un suspiro profundo, dándome valor para que de mi boca salieran esas dos palabras que no quería decir.
—Sí... acepto.
El sacerdote bendijo este matrimonio. Mira a Maximiliano y con una cálida sonrisa dice: —Puedes besar a la novia. Maximiliano se gira hacia mí, y no me queda de otra que hacer lo inevitable, el verlo a la cara. Miro cómo todos esperan el aclamado beso, sin ni siquiera enterarse de que yo estoy muerta por dentro. Él toma mis manos; quiero apartarlas, pero las aprieta ligeramente, impidiéndolo. Siento cómo mi cuerpo tiembla sin cesar cuando él empieza a acercar su rostro al mío. Cierro los ojos esperando sentir sus labios.
Siento sus labios junto a los míos. Me besa con suavidad y al mismo tiempo con gentileza. Nunca imaginé que mi primer beso sería así; me lo había imaginado diferente, lleno de amor, no de esta manera.
Escucho los aplausos de los presentes, y me separo despacio de él. Nuestras miradas se cruzan. Me mira ardiente, feliz por haber conseguido lo que quería. Yo solamente podía verlo con tristeza, las lágrimas recorren mis mejillas.
Debo fingir una felicidad que estoy muy lejos de sentir. Al darle la cara a los demás, esbozo una gran sonrisa fingida.
Las felicitaciones de los invitados no se hacen esperar. Entre la multitud, mis amigos, aquellos cómplices silenciosos de mi dolor, me abrazan con una calidez que va más allá del protocolo. Ellos conocen la verdad de este matrimonio, la cruel realidad detrás de cada sonrisa forzada. Tengo que tragarme las lágrimas que amenazan con salir, y sonreír cuando me desean lo mejor, mientras agradezco con una sonrisa que no llega a mis ojos.
Deseo que todo esto termine ya. No soporto seguir fingiendo una felicidad que no siento. Quiero encerrarme lejos de todas las miradas y soltar todo el coraje y la tristeza que me ahogan. Debo calmarme y seguir mostrando mi mejor cara, por ellos, por la farsa.
Llegamos a la recepción en donde se celebraría nuestra boda, esta boda de papel, esta boda de mentiras. Observo detenidamente todo el jardín, que está tan bello. Es irónico ver que todo aquello que soñé vivir algún día lo esté viviendo al lado de un desconocido y que no me cause nada, solo tristeza. El lugar está decorado con rosas blancas por todos lados, luces cálidas haciendo que el lugar se vea aún más espectacular y romántico.
Maximiliano me conduce hacia nuestra mesa y nos sentamos. Toma su copa de champaña y da un sorbo. Desvío la mirada hacia otro lado. Se escucha murmullos de los invitados, reían entre ellos, la música no estaba tan alta, está a modo de que los invitados pudieran platicar cómodamente.
Veo a mi padre muy contento platicando con unos amigos. Sentía una opresión en mi pecho al verlo tan feliz por haberme vendido a ese tipo.
Trago grueso, y parpadeo varias veces para espantar las lágrimas que amenazan con salir. No podía permitirme llorar, no quiero que nadie me viera así y se dieran cuenta de que algo sucedía, no quiero que me hostiguen con preguntas, así que respiré varias veces para tranquilizarme y fingir estar disfrutando de mi fiesta.
Observo al muchacho que fue padrino de lazo junto con Hanna, una de mis mejores amigas. Viene hacia nosotros con una chica demasiado guapa.
Me pongo de pie al igual que Maximiliano.
La muchacha y Maximiliano se saludan.
—Felicidades, tu esposa es muy bonita —le dice dándome una sonrisa fingida. Maximiliano le da una ligera sonrisa, me doy cuenta que su sonrisa tampoco es sincera. Los observo a los dos y me doy cuenta de que a Maximiliano no le cae nada bien.
Ella al fin me pone atención y se presenta.
—Soy Katia —me dice en tono chillón. Nos saludamos dándonos la mano cordialmente, esta me escudriña con atención, mirándome de pies a cabeza y viceversa, la primera vez que me vio no me puso tanta atención como ahorita. Su mirada me incomoda, le sonrío cuando cruzamos nuestras miradas nuevamente.
—Amor, vamos a sentarnos, quiero tomarme una copa de vino —dice en tono meloso, ignorándome por completo.
Veo que se encaminan a una mesa cerca de la pista. Maximiliano y yo volvemos a tomar asiento en nuestro lugar.
—Qué tipa —susurro mirándola con desagrado.
—¿Disculpa? ¿Dijiste algo? —escucho su voz cerca de mi oído, y eso hace que me provoque escalofríos en todo el cuerpo.
—Nada —respondo mirando a la nada. Escucho que se ríe, frunzo el ceño, lo veo de reojo y vuelvo a dirigir mi mirada hacia la nada.
—¡Amiga! —volteo y veo a mi mejor amiga Estheisy. Me levanto de mi asiento y me acerco a ella, la abrazo, la había extrañado mucho.
Me limpia una lágrima que resbala por mis mejillas.
—Hermosa —dice y me vuelve a abrazar. Ella sabe lo que siento en estos momentos, que quisiera salir huyendo, irme lejos donde nadie sepa de mí.
—Gracias por venir —sollozo en sus brazos.
—Claro que iba a venir, tontita, sabes que te adoro, eres la hermana que no tuve —ambas nos sonreímos—. Ya no me iré, me quedaré aquí —escuchar eso me daba mucha alegría, tendré a mi hermana conmigo.
—Qué felicidad escuchar eso, bella —asiente. Veo que mira a mi espalda, y al voltear lo veo parado detrás de mí.
—Hola, bienvenida —Estheisy le esboza una cálida sonrisa.
—Gracias —responde ella, devolviéndole el gesto.
Maximiliano me mira, esperando que los presente, miro a mi amiga.
—Estheisy, mi mejor amiga —Maximiliano le ofrece la mano y ella la toma educadamente.
—Maximiliano Sandoval.
Estheisy le da una leve sonrisa. Ambas nos miramos, ella me conoce muy bien, sabe que no estoy para nada a gusto con todo esto.
De repente escuchamos que alguien habla por el micrófono. Lo volteamos a ver y este nos mira a Maximiliano y a mí con una amplia sonrisa.
—Queremos invitar a los novios a que pasen a la pista de baile, para que interpreten su vals, ¡Un aplauso por favor para los novios!
Todos aplauden alegres.
Maximiliano me toma de la mano y me encamina hacia la pista. Alcanzo a ver que Estheisy se acomoda en la mesa donde se encuentran nuestros amigos, se saludaban alegres de estar juntos de nuevo.
Al estar parados en la pista, comienza a sonar la canción de “Pablo Alborán, Solamente Tú”. Maximiliano me abraza por la espalda, y nos movemos lentamente. Cierro los ojos, mientras apoyo mi cabeza en su hombro. Su olor es sublime y su sola presencia me pone nerviosa. No puede gustarme este hombre, no, no y no, me niego, ya que por su culpa estoy en esta situación, casada con él por contrato.
Me recompongo con seriedad y me reprocho sentir debilidad.