Mundo ficciónIniciar sesiónCuando Alma Reyes chocó contra el implacable Ivan Lockwood, nunca imaginó que estaba a punto de vender su alma. Alma necesita dinero para salvar a su madre y a su casa, Iván necesita una esposa temporal para salvar a su hija, Kira. El trato es frío y directo, un año de matrimonio por contrato, y una farsa perfecta. Alma desprecia la arrogancia de este magnate, e Iván desprecia la vulnerabilidad de esta inmigrante, pero bajo el mismo techo de la mansión de Miami, los polos opuestos no solo se atraen, sino que los besos falsos se vuelven reales, y la farsa se convierte en una pasión incontrolable que amenaza con borrar la línea entre el acuerdo y el amor verdadero. Justo cuando Alma empieza a creer en la felicidad, el pasado oscuro de Iván resurge, con un socio celoso y traidor que orquesta una trampa criminal, acusando a Iván de asesinato y desatando una cacería que pone a Alma y a Kira en la mira. El dinero fue el precio para entrar en su mundo, pero el amor será lo único que podrá salvarla. ¿Será demasiado tarde para cambiar el contrato por un “Sí, acepto” de verdad?
Leer másAlma Reyes sintió el picor en la palma de su mano y percibió la onda de choque seca y resonante que se extendió por la lujosa oficina, silenciando de tajo el jazz ambiental que brotaba de los altavoces ocultos. Fue un silencio violento, cargado de la electricidad de un límite finalmente rebasado.
Víctor Gálvez, su jefe y superior inmediato, llevó una mano a su mejilla. El rojo de la bofetada contrastaba con la palidez de su rostro. Su sonrisa grasosa se congeló, reemplazada por una incredulidad furiosa. El control era su marca personal, y Alma acababa de destrozársela frente a sus propios ojos.
— ¿Acabas de... golpearme, Reyes? —siseó, con una voz apenas audible pero cargada de veneno.
Alma, inteligente pero agotada de batallar contra el mundo, mantuvo el mentón en alto. El asco se anudaba frío en su estómago, pero su mirada no flaqueó.
— No. Acabo de renunciar —contestó, con voz cortante como un cristal roto.
El conflicto llevaba meses gestándose. Víctor había tejido una red de promesas, ascensos, estabilidad y, lo más crucial, el patrocinio legal necesario para regularizar sus papeles de inmigrante. Ahora, la oferta era explícita y repulsiva, el ascenso a cambio de su cuerpo.
— ¿Crees que puedes darte el lujo de la moral, Alma? ¿Sin papeles y con una madre enferma? —Víctor recuperó su postura, sonriendo con desprecio— Te ofrezco un futuro. Una cama conmigo no es un precio alto por una ciudadanía.
Alma caminó hacia el escritorio de caoba y soltó con un golpe sordo el sobre manila que contenía su renuncia. La tenía redactada desde hacía semanas, esperando este momento de quiebre.
— Mi dignidad no está a la venta, Víctor —dijo, clavando sus ojos en los de su depredador— Quédese con su futuro y su lujosa cama. Nunca lo he necesitado para sobrevivir.
Se dio la vuelta.
El taconeo de sus zapatos resonó como tambores de guerra mientras salía de la oficina, se dirigió a su cubículo y tomó la caja de cartón preempacada con lo esencial, la foto de su madre, un par de libros y su orgullo.
Justo cuando se disponía a deslizarse por el pasillo principal, una mano la tomó del brazo con urgencia. Era Carla, su roommate y única amiga en el banco, que lucía pálida tras ver la expresión de Víctor.
— ¡Alma, espera! ¿Qué diablos hiciste? —la atrajo a un rincón— Lo de Víctor... ¿fue por eso?
Alma asintió, con la respiración aún agitada.
— Ya no pude más, Carla.
— ¡Pero Alma! ¿Pensaste en las consecuencias? —exclamó Carla en un susurro desesperado— Mañana serás una empleada despedida sin recomendación. Nadie te contratará, el hospital de tu madre... ¿quién pagará su tratamiento del corazón? Los especialistas cuestan una fortuna. Sin papeles, te has puesto una diana en la espalda. ¡Sabes cómo funciona este país!
Alma cerró los ojos, las palabras de Carla la golpearon como un maremoto. La dignidad era un lujo que su realidad difícilmente podía costear, y la urgencia de la vida empezaba a asfixiarla.
— Lo sé, Carla, pero no iba a humillarme así —Alma se interrumpió, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas. Sacudió la cabeza, recuperando la firmeza— Lo resolveré, siempre lo hago.
Abrazó a su amiga rápidamente, ignorando el miedo que le apretaba el pecho.
La casa de su madre, las deudas médicas, la sombra de la deportación... todo pesaba sobre sus hombros mientras se dirigía a las puertas de cristal del edificio con su caja como única armadura. Tenía que irse. Tenía que encontrar una solución. ¡Ahora!
Alma giró hacia el lobby principal, decidida a desaparecer en el anonimato de la calle. Pero en ese instante, una figura imponente dobló la esquina del ascensor a una velocidad furiosa.
Era un hombre que parecía esculpido en piedra fría, alto, con un traje a medida que costaba más que el alquiler anual de Alma y una mirada de hielo que prometía desgracia.
Ivan Lockwood, el CEO del banco, dueño y señor de ese imperio financiero. Llevaba una carpeta de documentos en una mano y un vaso de café negro hirviendo en la otra.
Alma, cegada por las lágrimas y el tamaño de su caja de cartón, no tuvo tiempo de reaccionar. El choque fue violento.
El impacto la hizo tambalear y la caja salió disparada contra la pared. El vaso de café se volteó en el aire y el líquido caliente se estrelló directamente contra el pecho de Ivan Lockwood, empapando su camisa blanca de alta costura.
El aire alrededor de ellos se congeló. La furia en el rostro de Ivan no era normal, era la rabia de un león acostumbrado a que el mundo se apartara a su paso.
— ¿Qué diablos te pasa? —Su voz fue un látigo bajo y peligroso— ¿Eres ciega o estúpida? ¡Mira lo que has hecho!
Alma sintió que toda la vergüenza de su día se concentraba en ese segundo. Se sentía pequeña, insignificante ante esa torre de mármol y furia.
— Y... yo lo siento, señor —tartamudeó, intentando recoger sus pertenencias del suelo con manos temblorosas.
— ¿Lo siento? —Iván la empujó hacia atrás con la mirada— No tengo tiempo para tus disculpas. Llego tarde a una reunión crucial y a la audiencia judicial más importante de mi vida. Arruinaste mi mañana.
Alma se enderezo y le plantó cara.
— No le permito que me trate así, señor, esto fue un accidente —Levantando la barbilla.
Él ladeó la cabeza sin creérselo.
— ¡Quítate de mi camino, ahora!
Sin esperar respuesta, Iván la rodeó con una brusquedad que Alma sintió como un golpe físico. Siguió su camino hacia la salida sin mirar atrás.
Alma se quedó sola, sintiéndose como la basura que él insinuaba que era.
Tragó saliva, y con los ojos ardiendo, recogió los últimos objetos de la caja mientras su corazón latía desbocado.
Se puso de pie justo cuando el ascensor se abrió de nuevo y un hombre salió corriendo con un traje de repuesto. Era el chofer de Lockwood.
El hombre reconoció el desastre y se detuvo un instante, mirándola con el mismo desprecio que su jefe.
— Maldita sea, ¿no puedes ver por dónde vas? —escupió el chofer antes de seguir de largo—. ¡Espero que pague por esa camisa!
Alma se quedó helada, la doble humillación le quemó la piel. En ese instante, una idea se solidificó en su mente, no era solo Víctor, o el CEO, o el chofer; eran todos. En ese mundo de riqueza, ella era invisible o un estorbo.
Apretó los puños y la rabia finalmente superó a las lágrimas, salió corriendo del edificio, prometiéndose a sí misma que jamás volvería a cruzarse en el camino de un hombre como Ivan Lockwood.
Pero en su huida desesperada, mientras las lágrimas le surcaban el rostro, no vio la vibración de su teléfono. Un mensaje urgente acababa de llegar, confirmando la extorsión de la que era presa su madre.
Alma no lo sabía aún, pero acababa de entrar en una encrucijada donde su dignidad y la vida de su madre chocarían frontalmente.
El trayecto de regreso desde el tribunal fue un túnel de silencio tenso. Iván mantenía la mirada fija en el asfalto, mientras su mano, casi de forma inconsciente, seguía sujetando la de Alma. La revelación de Henry sobre el tercer jugador en la sombra —alguien más allá de Lina— flotaba en el aire como una sentencia de muerte suspendida.Al aproximarse a la entrada de la mansión, el panorama era abrumador. Una muralla de cámaras, micrófonos y luces de televisión bloqueaba el acceso, la noticia del padre aparecido de Alma y el ultimátum de la jueza ya corría por las redacciones de Miami.— Iván, escúchame bien — dijo Henry desde el asiento del copiloto, girándose para mirarlos — La jueza Davis lee los periódicos, si entramos como si estuviéramos en un funeral, Lina ganará la guerra de la opinión pública, necesitan darles algo, bajen la guardia. Muestra que no te importa su origen, que la amas a pesar de todo lo que ese miserable de Ricardo dijo hoy, un hombre enamorado es, por definició
La mañana del juicio amaneció con un cielo plomizo sobre Miami, como si el clima se hubiera puesto de acuerdo con el ánimo opresivo que reinaba en la mansión Lockwood. Los pasillos, usualmente impecables, se sentían estrechos ante el despliegue de seguridad.Alma se miraba al espejo del vestidor, alisando su traje sastre azul marino. Sus manos temblaban tanto que el diamante de la familia Lockwood emitía destellos nerviosos y el maquillaje apenas lograba ocultar las sombras bajo sus ojos, testigos de una noche en la que el sueño fue sustituido por el miedo.Sintió una presencia detrás de ella. Iván estaba allí, impecable en un traje gris marengo, muy elegante, pero con la mandíbula tan apretada que parecía de piedra. Se acercó y, sin decir palabra, colocó sus manos sobre los hombros de Alma.— Mírame, Alma — dijo él a través del reflejo, y ella levantó la mirada con timidez — Hoy van a intentar quebrar tu espíritu, van a usar tu pasado como si fuera un crimen, pero recuerda, tú no ere
El mundo de Alma se había reducido a un punto de luz blanca en medio de la oscuridad, cuando abrió los ojos, no estaba en el suelo frío del despacho, sino en el sofá de cuero, con Iván arrodillado frente a ella, sosteniendo sus manos con una firmeza que la anclaba a la realidad.— Respira, Alma. Solo respira — le ordenaba él, con una voz que contenía un rastro de pánico que nunca le había escuchado.— Está vivo, Iván... — logró articular ella, con las lágrimas desbordándose finalmente — Mi madre me mintió... todos estos años me dijo que había muerto en un accidente al cruzar la frontera....Iván no la interrumpió. La dejó hablar mientras le apartaba el cabello del rostro con delicadeza.— Pero ahora lo entiendo — continuó Alma con un sollozo amargo — No murió, ella huyó de él... — La chica comenzó z atar cabos — Me protegió de un hombre tan peligroso que prefirió enterrarlo en vida antes que permitir que me encontrara, y ahora Lina lo ha desenterrado para usarlo como un arma. ¡No sé
El aire en la terraza se volvió gélido en el instante en que Iván terminó de leer la nota que acompañaba a la muñeca.La furia en su rostro era algo que Alma nunca había presenciado, no era la irritación corporativa de quien pierde un negocio, sino una rabia primitiva, y volcánica.Con un movimiento violento, Iván arrojó la caja sobre la mesa de cristal, produciendo un estruendo que hizo que los guardias en el perímetro se tensaran.— ¡Marcus! — rugió Iván — Prepara el avión, quiero a Alma y a su madre en la casa de seguridad de las montañas de Carolina antes del amanecer. ¡Muévanse!Alma se quedó paralizada un segundo, viendo cómo Iván empezaba a dar órdenes por su teléfono, transformado en un general que evacúa una zona de guerra. El miedo inicial que había sentido al ver su muñeca de la infancia se transformó de repente en una indignación ardiente.— ¡No voy a ninguna parte! — gritó Alma, plantándose frente a él y obligándolo a soltar el teléfono.Iván la miró como si hubiera perdi
Tras el hackeo de la red interna de la mansión, cada empleado, cada guardia y cada sombra en los pasillos era un sospechoso.Iván sabía que no podían permitirse ni un solo error de cálculo, con la información del contrato comprometida, la única defensa que les quedaba era que la farsa fuera tan convincente, tan absoluta, que cualquier filtración pareciera un intento desesperado de difamación por parte de sus enemigos.— Faltan cinco días para la audiencia — declaró Iván a la mañana siguiente. Estaban en el comedor, desayunando bajo la mirada atenta del mayordomo y dos mucamas — A partir de este momento, no hay tregua, debemos sobreactuar. Si estamos en esta casa, estamos enamorados. Si nos miramos, es con deseo. Si nos tocamos, es con devoción. Los muros tienen oídos y, posiblemente, ojos…Alma asintió, sintiendo el peso de la nueva orden, ya no era solo fingir para la prensa, era vivir una mentira las veinticuatro horas del día.El entrenamiento comenzó esa tarde en el solárium.Iván
La madrugada en la mansión de Brickell se había convertido en un espacio de sombras y ecos tras el caos de las sirenas y el despliegue de seguridad, el silencio que quedó era espeso, casi asfixiante.En la cocina, bajo el brillo de las luces que se reflejaban en el acero, Iván y Alma se encontraban en un universo aparte, uno donde el contrato y las mentiras parecían desdibujarse ante la urgencia de la piel.Iván regresó de la despensa con un botiquín de primeros auxilios.Se movía con una economía de movimientos que delataba su estado de alerta, pero al acercarse a Alma, algo en su postura cambió.Su enorme estatura, que normalmente usaba para intimidar en las juntas de accionistas, ahora se inclinaba hacia ella con una delicadeza casi reverencial, y sin pedir permiso, como si su cuerpo tuviera un derecho natural sobre el de ella, tomó su antebrazo.Alma sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación.El contacto de los dedos de Iván, aún fríos, con
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