No puedo dejar de mirarla. La luz tenue del departamento dibuja las líneas suaves de su rostro, sus labios entreabiertos, su respiración pausada. No es como nosotros la imaginábamos en un principio. No es frágil, pero tiene algo que despierta una necesidad de protegerla, de poseerla.
——Se ve jodidamente hermosa. ¿No crees, Sergei? —le pregunto a mi gemelo que no logra apartar la vista de Natalia.
—Me encantaría meterme entre las sábanas y calentarla con mi cuerpo —responde con una sonrisa felina. Sé que lo dice en broma, pero hay un filo de verdad en su voz.
Roman nos observa con desprecio desde la esquina de la habitación.
—Cálmate, que tú también lo piensas —le digo, girando la cabeza hacia él.
Sus ojos se entrecierran, pero no lo niega. Tampoco responde.
—¿Qué diablos hacen aquí? —pregunta indignado, como si él no se hubiera metido también al departamento de la única persona que se había atrevido a rechazarnos.
Habíamos seguido sus pasos desde que nos dimos cuenta de que había estado buscando información sobre Natalia.
—¿Qué parece? —responde Sergei, encogiéndose de hombros.
—Solo queríamos ver cómo era su departamento. No todos los días te encuentras con alguien que interrumpe a Pavel y nos rechaza sin pensarlo dos veces—añado con diversión.
Roman se ríe abiertamente. Es raro verlo así, relajado.
—Me hubiera gustado que aceptara reunirse con nosotros otra vez solo para ver de nuevo la cara de Pavel —comenta, aún con esa sonrisa socarrona.
—¿Qué le diste, por cierto? Para que no despierte —pregunto, curioso.
—Nada especial, solo lancé gas de óxido nitroso y cuando se durmió le rocié el mismo producto, pero en spray en el rostro. Aun así, creo que se sumergió en un sueño profundo porque estaba muy cansada. —contesta Roman.
—Parece que está triste en sus sueños —pregunta Sergei, su tono más serio ahora.
—Se durmió llorando —responde Roman sin rodeos.
El silencio se instala entre nosotros. La observamos en su quietud, sus pestañas aún húmedas, la expresión de su rostro suavizada por el sueño. Cada forma, cada curva, cada respiración.
Es entonces cuando ocurre.
Primero, es apenas un destello. Algo sutil, fugaz. Pero luego, la luz emerge de su piel, como si brotara desde su interior. No es el reflejo de la luna ni un truco de la mente. Es real. Brillante. Puro.
—Tiene luz interior —la voz de Roman es apenas un susurro, pero no una pregunta. Es una certeza.
— Mujeres con ese tipo de habilidades solo son un mito. No puede ser posible —murmura Sergei con incredulidad.
—Y, sin embargo, lo es. Tiene luz propia en su interior —confirmo, sintiendo cómo se me eriza la piel.
Roman se acerca a ella y se sienta en el borde de la cama. No es que me moleste, pero yo también quiero estar más cerca. Conozco a mi gemelo; sé que Sergei lo desea también. Así que lo hacemos. Nos acercamos.
Roman la toma entre sus brazos con suavidad y levanta el tirante que ha caído por su hombro. Es un gesto involuntario, pero ella se mueve. Su rostro se relaja, la tristeza que marcaba su expresión comienza a disiparse.
—Shhh… —murmura Roman, acunándola con cuidado—. Tranquila, solo quiero confirmar algo. Solo duerme.
Su voz es un comando suave, pero indiscutible parte de las habilidades sobrehumanas de Roman, persuadir a otros. Natalia, en su inconsciencia, lo obedece de inmediato.
—No creo que sea tan buena idea, Roman —digo, aunque sé que, en el fondo, solo lo digo porque quiero ser yo quien lo haga primero.
Él no me escucha, o elige ignorarme. Es el mayor en la habitación, y los tres sabemos que tiene que confirmar lo que sospechamos. Se gira hacia mí y sus ojos… ya no son los mismos. Sus pupilas se han expandido, devorando el color hasta dejar solo un abismo negro.
—Solo necesito saber —susurra.
Entonces la besa.
Al principio, es solo un roce, apenas un contacto. Pero en cuanto la luz de Natalia resurge y lo envuelve, Roman profundiza el beso, como si quisiera consumirla, absorber su esencia.
—Quieta —ordena cuando su cuerpo se agita incluso dentro del sueño.
Podemos verlo. Natalia se debate en su interior, como si estuviera librando una lucha silenciosa. Su alma responde al contacto de Roman, pero no es sumisión, es algo más. Resistencia. Poder.
Cuando su mano desciende hasta su muslo, un pequeño llanto escapa de los labios de Natalia. Es apenas un susurro, un sonido cargado de vulnerabilidad.
—No… por favor… por favor…
Roman se congela. Se aparta de inmediato y la regresa con cuidado a su cama. Su expresión ha cambiado. No sé si está en shock, arrepentido o simplemente perdido. Pero sé que no se había dado cuenta de lo que estuvo a punto de hacer. Y yo sé muy bien qué clase de persona es mi hermano. Roman no es de esos hombres. No es de los que toman sin permiso.
Pero la luz de Natalia… lo perdió por unos segundos.
—Roman —murmuro, preocupado.
Sus ojos siguen oscuros, su respiración agitada. Sé que está en un duelo interno.
—Debemos irnos. Necesito hablar con Pavel y Alexei —dice finalmente, con la voz tensa.
Sergei y yo no queremos salir de la habitación, pero sabemos que debemos hacerlo. Aun así, me resisto.
—No estoy preguntando. Nos vamos ya.
Sergei es el primero en moverse, dirigiéndose a la puerta. Antes de salir, me llama con un simple:
—Leon.
Lo sigo, mi mente aun girando con todo lo que acaba de pasar, porque si antes Sergei y yo nos sentíamos atraídos físicamente por Natalia, ahora estábamos convencidos de que la necesitamos.
Una mujer con luz interior es exactamente lo que seres como nosotros anhelan.
Solo debemos convencer a Pavel y Alexei de que debemos reclamarla, vincularnos a ella.
Después de todo, somos tres contra dos.
¿Qué podría salir mal?