Capítulo 4 POV Roman

Mi infancia me enseñó que la supervivencia depende de la lealtad y la academia que la disciplina lo es todo. Pavel es nuestro líder. Alexei, su mano derecha, Leon y Sergei, los menores que simplemente siguieron el camino que nosotros trazamos y yo... yo siempre fui el equilibrio por ser el hermano de en medio, la pieza que nadie notaba, pero que mantenía la estructura en pie.

Siempre supe que no encajaba del todo, pero jamás lo dije en voz alta. No tenía sentido cuestionar mi lugar. Hacíamos lo que debíamos hacer. Nuestra labor era asegurarnos de que las normas de la Nación fueran respetadas y que cualquier traidor fuera castigado. Pero entonces nuestra madre nos inscribió en el programa de vinculación y todo cambió.

Desde que Natalia nos rechazó, no he podido sacarla de mi cabeza. Algo en ella despertó una necesidad en mí que no debería existir. Algo primitivo. Algo peligroso. No podía conformarme con verla una sola vez. Necesitaba más. Así que hice lo que mejor sé hacer: investigué donde vivía y hoy me cole hasta su departamento. Ella estaba en la sala, sentada en el sofá, con el rostro iluminado solo por la luz tenue de la lámpara. Llevaba un pijama ligero; el encaje rosa apenas cubría su piel. Era un espectáculo hipnótico, y me odié por desearla con tanta intensidad. No era solo lujuria. Era algo más profundo. Algo que no podía permitir que creciera. Entonces la escuché hablar.

—Mamá, lo entiendo... No, no es eso... Sé que el tiempo que me dieron se acaba... —Hizo una pausa, suspirando pesadamente—. No soy quisquillosa, solo quiero encontrar un clan con el que me sintiera cómoda y que me dé la oportunidad de trabajar.

No podía escuchar la voz de su madre, pero por la forma en que Natalia apretaba los labios y cerraba los ojos, supe que la conversación no era fácil.

—Está bien... Entiendo que si siguen gastando en mi Isabella va a tener que pagar el precio y no quiero que pase lo mismo que yo. Voy a olvidarme de mis locas fantasías y antes de que termine el mes, encontraré un clan con el cual vincularme. No quiero ser más un problema para ustedes ni quiero que por mi culpa se vean afectadas mis hermanas. —Su voz se quebró ligeramente al final.

Colgó y dejó caer el rostro entre sus manos. Un sollozo ahogado escapó de sus labios. Y yo, desde las sombras, me quedé inmóvil.

Nunca me gustó ver a una mujer llorar. No porque me incomodara, sino porque me recordaba cosas que prefería olvidar. Quise acercarme, decirle que todo estaría bien. Que no tenía que apresurarse a elegir podía volver a reunirse con nosotros podíamos intentarlo de nuevo.

Pero no podía. No debía porque se supone que no debería estar aquí. Así que esperé y mientras la vi recomponerse, secarse las lágrimas y pedirle a la pantalla digital que marcara a la oficina de vinculación desee con todas mis fuerzas que fuera para pedirle a la encargada una nueva cita para volver a reunirse con nosotros.

—Buen día, soy Natalia Vargas... Después de hablar con mi familia, he decidido dejar de ser tan exigente. Aceptaré a cualquier clan que me permita trabajar como auxiliar de enfermería. Solo quiero que sean buenas personas... y que no les moleste que no sea virgen.

Mi mandíbula se tensó. ¿Cualquier clan? ¿Ya había estado con otros hombres? No. No lo permitiría. Desde que salió de la oficina de vinculación me obsesione con ella y no iba a dejar que se entregara a ningún otro clan. Ella era nuestra, debía ser nuestra.

Cuando terminó la llamada, se puso de pie y se dirigió a su recámara. Justo antes de cruzar la puerta, aspiró profundamente el gas que lance por el pasillo. Entonces lo supe de inmediato. Mi plan había funcionado. El gas surtió efecto de inmediato. Natalia parpadeó con pesadez, tambaleándose un poco antes de caer inconsciente sobre su cama.

Esperé unos segundos antes de acercarme. Me senté en el borde del colchón y la observé.

Era hermosa. Su cabello cobrizo se esparcía sobre la almohada como fuego apagado, contrastando con la suavidad de su piel, iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas. Ella era como un sol y sus labios entreabiertos, su respiración tranquila, su pecho elevándose con cada exhalación pausada, ajena a la tormenta que su existencia provocaba en mi interior me enloquecían.

Mi mano se movió por instinto, apartando un rizo de su rostro. No debía tocarla. No debía estar ahí. Pero la sola idea de que alguien más pudiera reclamarla o de que ya habia sido tocada por alguien más me hacía perder la razón. Ella solo podía ser mía, mía y de mis hermanos.

Fue entonces cuando lo sentí. Un cambio en la habitación. La presencia de dos de mis hermanos a mis espaldas. Me giré lentamente, con el cuerpo en alerta. Y ahí estaban, ninguno de los dos dijo nada. No hacía falta. Me habían seguido.

Por primera vez, confirme que no era el único que sentía que la necesitaba, pero, a diferencia de ellos, yo estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantenerla. Esta noche apenas comenzaba...

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