Le costó a Pavel convencerme de salir del apartamento de Natalia después de escuchar ese mensaje de voz —frío, definitivo— donde claramente le dijeron que mañana la vincularían a un clan. El aire se volvió irrespirable. El instinto rugía en mi pecho. Solo quería marcarla allí mismo, arrojar su cuerpo dormido sobre mi hombro y llevarla a donde pertenecía. A nuestro hogar.
—¿Dónde está? —preguntó Leon en cuanto cruzamos la puerta.
—Se quedó en su apartamento —respondí, la garganta seca, la culpa enroscándose en mi estómago como una víbora hambrienta.
—¿Por qué? —insistió, usando ese tono que reservaba para los momentos en que ya intuía que la respuesta no le agradaría.
No encontré las palabras. No sabía por dónde empezar. ¿Cómo explicarles a mis hermanos menores que la luz interior de Natalia no era una metáfora, sino una fuerza viva y ardiente que nos drogaría hasta dejarnos inconscientes? ¿Cómo describir que su mera presencia nos arrancó de la realidad y nos empujó hacia lo impensable?
No pude mirarlos a los ojos, así que decidí subir a la habitación de Pavel. No toqué. No había razón. La puerta estaba entreabierta, como si me esperara. La habitación estaba oscura, salvo por el tenue resplandor de la pantalla del ordenador. Pavel tecleaba con la precisión de un verdugo. Frío. Concentrado. Mortal.
—Pavel... —empecé, la voz tensa, pero ni siquiera se inmutó. El teclado seguía haciendo clic.
Tuve que empujar.
—Tenemos que hablar sobre lo que pasó. Sobre Natalia...
—No hay nada que hablar —respondió sin alzar la vista—. Ella no va a ser vinculada con nadie más que con nosotros. Y considerando que los cinco queremos reclamarla porque nos pertenece... no veo problema con lo que voy a hacer.
Román, Leon y Sergei, que me habían alcanzado y entrado en la habitación de Pavel detrás de mí, intercambiaron miradas. Sus expresiones reflejaban la mía: una mezcla de deseo y rabia contenida.
—¿Qué fue exactamente lo que pasó? —preguntó Román sin rodeos, la voz afilada como una cuchilla.
Pavel giró hacia nosotros con lentitud.
—No estaba en condiciones de dar consentimiento para venirse con nosotros, así que la dejamos en su apartamento. —Su voz grave no titubeó—. Pero antes de irnos escuchamos un mensaje que confirma que mañana será vinculada a otro clan.
El silencio cayó como una condena.
Quise gritar. No por el mensaje, sino porque a mis hermanos no parecía inquietarles el hecho de que ella hubiera estado dormida cuando la visitamos. Todo lo que les importaba era asegurarse de que nos perteneciera antes de que cualquiera se atreviera a tocarla.
Pero Pavel comprendía. Hay una enorme diferencia entre besarla mientras duerme y violarla en un momento de vulnerabilidad. Nos contuvimos. Porque lo que sentíamos por ella no era solo deseo. Era algo más profundo. Algo sagrado.
—Hicieron bien en dejarla en su departamento si estaba dormida. Como quiera no será un problema —dijo Román, siempre pragmático—. Mientras nos aseguremos de vincularla a nosotros mañana en lugar de ese otro clan.
—¿Quieres que llame al Programa de Vinculación en cuanto abra la oficina? —ofreció Leon, ya sacando el móvil—. Puedo exigir que hagan los arreglos.
Todos estábamos de acuerdo. Al amanecer, Natalia sería vinculada con nosotros. Porque nuestra alma ya había elegido, y su cuerpo solo necesitaba ponerse al día.
—No hace falta —dijo Pavel, levantándose, imponente—. Recibirán una notificación formal de que los cinco estamos invocando nuestro derecho como inquisidores de la nación para vincularla a nosotros de inmediato.
—Perfecto —intervino Román con una sonrisa peligrosa—. Mientras no estabas, busqué en línea y pedí un vestido de novia que puede entregarse hoy.
—Podemos arreglar algo con ella después de que sea oficialmente nuestra —añadió Leon con calma, como si hablara de un contrato—. Decirle que puede seguir trabajando como enfermera para ganarse nuestra confianza.
—Sí, es buena idea. Al menos hasta que quede embarazada y la llevemos a Alaska —añadió Sergei, la voz suave pero siempre con cuchillas escondidas—. Madre nos ayudará a recibir al bebé —o a los bebés— sin complicaciones.
—Quiero escucharla gemir por el placer de tenernos entre sus piernas, devorándola como bestias hambrientas —dije sin pensar. Las palabras salieron como un gruñido desde lo más profundo del pecho—. Y quiero despedazar a ese otro clan por atreverse a creer que tienen algún derecho sobre ella.
El silencio que siguió fue brutal. Como una tormenta acumulándose en los huesos.
—Bien —dijo Leon al fin, rompiendo la tensión—. Quienes sean, el gobierno los obligará a cancelar la ceremonia. Tenemos prioridad como inquisidores.
Asentimos todos. Porque compartíamos la misma sensación: furia contenida, la rabia de hombres privados de su mujer, y la necesidad de mantener la calma hasta que llegara el momento.
Solo debíamos ser pacientes y preparar cómo ocupar el lugar de ese otro clan. También teníamos que encargarnos de todos los detalles relacionados. Buscar trajes. Asegurar su ajuar nupcial. Nuestra mujer no llevaría una sola joya, ni una sola prenda de lencería, ni un vestido que no hubiera sido elegido por nosotros.
Todo lo que cubriera su cuerpo sería colocado por nuestras manos... y retirado por nuestras manos durante la ceremonia de consumación.
Ella sería nuestra.
Ya lo era, desde el momento en que entro a aquella sala. Desde el instante en que su luz nos hizo añicos. Desde la segunda en que nuestro instinto antiguo aulló en nuestras venas como una tormenta incontrolable.
Definitivamente ella nunca más necesitaría a nadie más que a nosotros.