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Vinculación de Almas
Vinculación de Almas
Por: Lulival
Capítulo 1 POV Natalia

A veces, el cuerpo recuerda lo que el alma intenta olvidar.

No fue el dolor lo que me quebró, sino la forma en que mi cuerpo dejó de pertenecerme. Cada caricia no deseada fue una grieta más. Un pedazo de mí desapareciendo sin hacer ruido.

Hace meses llegué a Chicago, y aún me cuesta respirar. Esta ciudad no me abraza: me observa. Todo es limpio, frío, preciso. Las luces de neón parpadean como estrellas falsas, y la lluvia golpea los cristales con disciplina militar. Es un mundo diseñado para funcionar, no para sentir.

No se parece en nada a Texas. Allá la vida era predecible, brutal a su manera. Los Contratos de Primacía eran comunes. Mi virginidad se convirtió en dote; mi cuerpo, en transacción. Me rompieron en nombre del deber. Me devolvieron vacía. Intenté morir. Pero ni siquiera eso fue mío.

Como compensación mis padres me enviaron aquí. A una de las cuidades más estrictas del país con la promesa de un nuevo inicio. Pero en Chicago, los comienzos no se escriben con libertad, sino con análisis genéticos, firmas digitales y algoritmos de compatibilidad.

Me inscribí en el programa de vinculación porque no tenía otra opción. Pero antes de siquiera dejarme elegir mi destino me exigieron pruebas. Muchas.

—Es parte del protocolo —dijo la enfermera mientras me entregaba un frasco estéril—. Todo es por tu seguridad y la de tu futuro clan.

Todas eran mujeres. Uniformadas, calladas, profesionales. Quizá para hacer más llevadero el proceso. Quizá para fingir que aquello no era una evaluación de ganado.

Primero fueron los análisis de sangre, orina, saliva. Luego vinieron las mediciones corporales, la exploración ginecológica, y más tarde los sensores adheridos a mi piel.

—Presión en rango. Reacción al tacto dentro de lo esperado —murmuró una de ellas mientras anotaba en su tableta sin mirarme a los ojos.

Después me pasaron a una sala sin ventanas. El aire olía a desinfectante y metal. Allí, una doctora de expresión severa se sentó frente a mí con un expediente en la mano.

—Vamos a ser directas —dijo—. Tus resultados son positivos en todos los parámetros. Tienes un nivel muy alto de fertilidad, sin antecedentes genéticos negativos, y una respuesta física óptima para la concepción.

Me limité a asentir, sintiendo que una parte de mí se encogía.

—Además —añadió, repasando el expediente con frialdad—, tu apariencia es una ventaja competitiva. Tienes rasgos armónicos, piel clara, cabello brillante, y una expresión sumisa incluso cuando estás tensa. Ser tan hermosa es valioso.

Valioso, pensé no como una persona, sino como producto.

—¿Eso significa que tengo más opciones? —pregunté, con un tono neutro.

—Significa que eres apta para los clanes de la élite. Algunos no buscan afinidad emocional, solo que la mujer cumpla dos condiciones: que sea hermosa... y que pueda darles muchos hijos. Tú cumples ambas.

Me tragué el nudo en la garganta. No porque lo que decía fuera cruel, sino porque era verdad.

En este mundo, ser bella era útil.

Ser fértil, indispensable.

Ser ambas… una sentencia disfrazada de privilegio.

Más tarde, me hicieron pasar al módulo de compatibilidad psicométrica. Allí me esperaban tres enfermeras con expresión impenetrable.

—El sistema seleccionará con base en tu perfil —explicó una de ellas mientras me colocaba una diadema conectada a sensores—. Solo relájate y responde con sinceridad.

—¿Y si no soy compatible con nadie?

—Eso jamás ha sucedido.

Las preguntas fueron largas, repetitivas, y en ocasiones profundamente invasivas.

—¿Qué opinas sobre la obediencia?

—¿Puedes amar a alguien que no elijas tú misma?

No hubo pausa entre cada pregunta. No hubo espacio para respirar.

Horas después, ya con el cuerpo adormecido y la mente entumecida, me sentaron frente a una pantalla. El sistema, supuestamente imparcial, había terminado de analizar mis resultados. En segundos, comenzó a desplegar los perfiles de los clanes con los que mi compatibilidad era “óptima”.

Aparecieron hombres que no podía distinguir entre sí. Voces grabadas. Sonrisas congeladas. Historias escritas como si fueran fichas de un catálogo.

—Este tiene historial limpio. Nivel 9 en dominio, 8 en control emocional —murmuró una de las asistentes mientras me pasaban los datos.

—¿Control emocional en ellos o en mí? —pregunté con la voz seca.

No me respondió.

Y entonces, justo cuando todo comenzaba a parecer un mal chiste sistemático y cruel, el monitor cambió y una notificación apareció en la parte superior de la pantalla:

PERFIL DESTACADO: CLAN YAKOVLEV

Mi atención se enfocó de inmediato.

—¿Quiénes son ellos? —pregunté, sin poder evitarlo.

El rostro de la asistente cambió por primera vez. Ya no sonreía. Tampoco fingía indiferencia. Se quedó callada unos segundos y luego dijo, en un tono mucho más serio:

—Pertenecen a la élite. Su oficio es muy respetado.

—¿Qué significa eso? —insistí.

Intercambió una mirada rápida con las otras dos mujeres en la sala. Hubo un silencio denso, como si no supieran si debían decirme la verdad o limitarse al guion. Finalmente, una de ellas respondió:

—Con ellos siempre estarás segura. Nadie se atreverá a lastimarte.

—Ellos se encargarán de proveer para ti todo lo que necesites. Nunca te faltará nada y siempre serás protegida—añadió la otra—. Eres… muy afortunada.

Ninguna explicó a qué se dedicaban exactamente.

Pero el mensaje era claro: no eran un clan de hombres simples.

Tenían poder y el poder no acaricia… devora.

¿Qué tan afortunada puede ser una mujer cuando el precio es su libertad?

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