Capítulo 6 POV Sergei

 

No es que odie ser el menor del clan. A veces incluso tiene ventajas.

Pero si hubiera nacido antes que León, quizá no estaría escuchando órdenes todo el tiempo como si fuera un niño.

Maldito rango por edad. Maldita jerarquía que pesa más que cualquier argumento.

Aun así, lo que sí odio, profundamente, es no poder decidir. Porque desde que vi a Natalia por primera vez… dejé de ser dueño de mí mismo.

Después de espiarla en silencio cada noche, tras la primera vez, mi mente ya no me pertenece.

Estoy obsesionado con ella. Maldita sea, lo estoy.

Es tan bella, tan delicada, tan femenina que resulta injusto. No es solo su cuerpo, aunque es una maldita provocación para los sentidos. Ella es ese contraste entre suavidad y fuerza callada. Ese cabello... jamás había visto a alguien con ese tono natural. Todas las demás lo imitaban con tintes. Ella no. Ella era fuego real. Tentación envuelta en piel. Y yo la deseaba. La deseábamos todos, aunque Pavel no quisiera aceptarlo.

—No es mi culpa que absorbieras la luz de aquella mujer. Debiste alejarte, ella no es una mujer para nosotros y si tiene esas habilidades quiere decir que es un peligro porque tan pronto otros clanes lo descubran van a quererla —reclamó Pavel con su tono severo cuando Román se negó a bajar del auto al llegar a uno de los burdeles de la Nación.

—Bájate del vehículo Roman. Sabes perfectamente que no nos aceptan si no llega el clan completo —insistió Alexei con fastidio.

El gesto de Román se endureció. Cruzó los brazos. La mandíbula apretada. Odiaba venir aquí, siempre lo había dejado claro. No es que no le gustaran las mujeres, pero detestaba la mecánica de todo esto. El intercambio. La rutina y la desconexión emocional.

Pero no había otra forma de que hombres como nosotros tuvieran sexo con una mujer sin estar vinculados a ella.

El virus lo cambió todo.

Un accidente biológico que barrió con el 80% de la población femenina hace más de un siglo. Decían que fue un error humano. Otros culpan a Dios. Lo cierto es que nuestros padres nos habían dicho la verdad y la verdad debía permanecer escondida.

Ahora, las mujeres son tesoros vigilados. Reproducirse es una lotería científica. Tener una hija, casi un milagro.

Con el tiempo, nos adaptamos.

Los clanes se volvieron esenciales: hombres unidos por lazos de sangre o hermandad, obligados a compartirlo todo, incluso la esperanza de una mujer.

No era amor. Era supervivencia.

Finalmente, Román cedió. Bajó del auto con resignación. Entramos al lugar y nos recibió uno de los encargados. Los clanes de la elite podían venir dos veces al mes. Los clanes de niveles inferiores y sin afiliación publica a la Nación apenas lograban una visita cada seis.

La habitación era amplia. Luces cálidas. Cama con sábanas rojas, probablemente para no mostrar rastros de los que estuvieron antes. En el centro, una mujer rubia nos esperaba sentada en un sofá, con las piernas cruzadas y la mirada neutra.

“Al menos no parece rota”, pensé. Me aliviaba cuando no lo estaban. Me hacía más fácil fingir que esto era normal.

No era mi culpa que estuvieran aquí me decía siempre.

Pero por dentro… había algo en esta dinámica que me incomodaba. Algo que ya no podía ignorar.

Román caminó hasta un sillón en la esquina y se dejó caer sin mirarla.

—Avísenme cuando sea mi turno —murmuró.

Pavel lo ignoró y se acercó a la chica. Siempre era el primero. Por jerarquía, por costumbre. Murmuró algo en su oído y ella respondió con voz monótona:

—Va empezando mi turno, así que puedo tomar a tres de ustedes a la vez.

Román no reaccionó.

—Román —lo llamó Pavel con evidente irritación.

—Voy al último. Le cedo mi lugar a León —respondió sin voltear.

—Como quieras —aceptó Pavel, desabrochando su camisa mientras León y Alexei hacían lo mismo.

Suspiré. Podría haberme cedido su lugar a mí, pero no porque soy el menor y primero va Leon. Me senté junto a él, esperando, mientras escuchaba a mis hermanos con la mujer.

No miré. No podía. Me limité a imaginar que era Natalia quien los tocaba. Que algún día sería su luz la que nos abrigara a todos.

De reojo, observé a Román. Lo amaba como a todos nuestros hermanos, pero nunca lo había entendido del todo. Nunca hasta ahora. Desde que León y yo nos graduamos de la academia le había pedido a Pavel que nos vinculáramos a una mujer a nosotros para formar una familia. La respuesta de Pavel siempre era un no sin embargo, desde lo de Natalia sentía que lo entendía un poco más. Ella se sentía como un sol así que también la deseaba. Pero Pavel había decidido que no la reclamaríamos y eso era ley.

Casi una hora después, León se acercó y entendí que era nuestro turno. La rubia seguía recostada, con las piernas abiertas, los ojos cansados pero lista para recibirnos. Me quité la camisa y me preparé.

—Puedes tomarla de frente. Yo lo haré por detrás —dijo Román con voz baja, resignado.

Odiaba que fuera así. Pero yo sí quería tener sexo, quería vaciar esta rabia, este anhelo, aunque fuera con alguien que no era ella.

Cuando besé a la mujer, cerré los ojos con fuerza. Fingí que era Natalia. Estoy seguro de que Román hizo lo mismo.

Y al salir del burdel, subimos al vehículo autónomo en silencio. No era solo Román. Todos estábamos huecos.

Habíamos compartido noches sin hablar, pero nunca con esta incomodidad que parecía respirarse entre los asientos.

Antes de llegar a casa, Pavel habló:

—Está bien. Iré con Alexei a confirmar lo que vieron —dijo, con ese tono medido que usaba cuando no quería mostrar emociones.

Nos miró a los cuatro.

—No es que no les crea, solo confío en ustedes, pero, si esta mujer va a ser nuestra esposa... si vamos a vincularla a nosotros... tiene que ser capaz de alimentar nuestra oscuridad con su luz. Si no, será un desastre del que siempre seremos responsables.

El silencio que siguió fue profundo. Román exhaló apenas, León sonrió —abiertamente, como si algo dentro de él acabara de despertar— y Alexei también.

Pero lo más impactante fue ver a Pavel... ceder.

El inflexible. El inquebrantable.

¿Se sentía tan atraído como nosotros? ¿También soñaba con ella al cerrar los ojos?

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