Capítulo 3 POV Alexei

Cuando Natalia entró en la sala de reuniones, el aire cambió. No fue algo evidente, pero todos lo sentimos. Como si la presión hubiera subido de pronto. Como si su presencia alterara el equilibrio. Y no sé si fue el contraste entre su cabello rojo vibrante y la sobriedad de su ropa o esa forma de moverse, como si cada paso tuviera un peso que los demás no veían. Natalia no era como las demás. Y no lo digo por belleza, aunque la tenía. Lo digo porque traía consigo algo que no entendíamos. Una especie de luz que no quemaba, pero que lo exponía todo. Una calidez que no nos había sido dada a nosotros. Ella era sol. Y nosotros... nosotros habíamos sido forjados en sombras.

Su atuendo era simple, pero imposible de ignorar. Un traje ligero en tonos neutros, pulcro, preciso, como si hubiese sido diseñado para no llamar la atención, y sin embargo, sobre su cuerpo, la llamaba toda.

Se acercó a la supervisora con naturalidad. Saludó con una educación firme, segura, sin titubeos. La mujer asintió y le indicó su asiento. Entonces, Natalia se giró hacia nosotros.

—Buenas noches. — dijo con un evidente acento tejano.

Nos levantamos al unísono. No porque fuera un acto acordado, sino por instinto. Pavel asintió con la cabeza, seco pero correcto. Yo lo imité y nuestros hermanos menores hicieron lo mismo.

Uno a uno, nos presentamos:

—Pavel.

—Alexei.

—Roman.

—Leon.

—Sergei. Todos de apellido Yakovlev.

Ella asintió. Ni una mueca de nerviosismo. Nada. Parecía perfectamente cómoda bajo nuestra mirada, lo que en algún nivel me desconcertó.

La supervisora retomó la palabra:

—Debido a un incidente ocurrido en una reunión pasada, las preguntas de carácter íntimo están restringidas en esta sesión. Sin embargo, si ambas partes están de acuerdo, se podrá programar un segundo encuentro para tratar asuntos más personales.

Pavel asintió sin decir una palabra.

Comenzamos con preguntas generales. Pavel le preguntó por su infancia. Natalia respondió con firmeza y sin dramatismos. Había crecido en un pueblo pequeño, rodeada de trabajo y comunidad, con responsabilidades desde temprana edad. Su historia no era la nuestra, pero había ecos familiares. Asentí y compartí cómo habíamos crecido en Alaska: el hielo, la disciplina, la resistencia. Para mi sorpresa, Natalia no solo escuchó, sino que preguntó. Preguntas reales. Con intención. Interés.

Vi cómo Leon no podía dejar de observarla. Sergei también. No los culpo. Natalia tenía esa clase de belleza que no se grita, pero se impone. Aun así, sentí una punzada incómoda. Tal vez fue orgullo. Tal vez... algo más.

Roman, tal vez para cortar la tensión, fue directo.

—Señorita Vargas, ¿qué fue lo que le llamó la atención de nuestro perfil?

Natalia sonrió, apenas.

—El hecho de que crecieran en un pueblo pequeño, como yo, y que su madre fuera partera. Me pareció... interesante.

Su respuesta fue simple. Pero auténtica. Luego, devolvió la pregunta:

—¿Y ustedes? ¿Qué les gusto de mi perfil?

El silencio fue brutal. Porque ninguno de nosotros lo había terminado de leer. Y decirlo... hubiera sido una falta de respeto, pero Pavel, como siempre, tomó la iniciativa.

—Que eres realmente hermosa.

Vi el cambio en su mirada. Natalia no se enfadó por la respuesta, pero se notó que había escuchado demasiadas veces que era hermosa y que aquello no le agradaba, aunque fuera obvio. Lo supe al instante aquello la decepciono.

—Claro. Entiendo —dijo con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

El silencio cayó como plomo. Pavel lo rompió, como si no entendiera el peso de sus propias palabras:

—De seguro lo sabe. Es hermosa.

—Lo sé —respondió Natalia. Sin arrogancia, pero si con modestia, la tristeza era evidente en sus ojos, pero no entendí por qué.

Otro silencio. Esta vez fue Sergei quien intentó cambiar el rumbo:

—¿Qué la trajo a Chicago?

—Mi familia me envió aquí. Mis padres consideraron que esta era una buena oportunidad para mí ya que en mi pueblo las opciones son limitadas.

Antes de que Sergei pudiera continuar, Pavel se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz firme, como siempre:

—No queremos una unión tibia, por conveniencia. Queremos una mujer que sepa encender un hogar, criar hijos fuertes y responder a la intensidad que hay en cada uno de nosotros cuando cae la noche. No solo buscamos compañía. Buscamos a alguien que sepa entregarse sin miedo, cuando el deseo exige más que pala…-

—Señor Yakovlev, me disculpa —interrumpió Natalia. Su voz era firme, controlada, pero tenía filo.

Jamás había visto a nadie interrumpir a Pavel. Y menos así.

—Creo entender de forma clara cuáles son sus necesidades y francamente no me creo capaz de cumplir con ellas.

Su tono no era agresivo, pero en su tono se escondía algo que tampoco supe descifrar.

—Tengo una carrera técnica en enfermería. Pero la Nación no me permite ejercer sin estar vinculada a un clan y aunque me explicaron que la mayoría de los clanes de la elite no permiten que su mujer trabaje pensé, al leer su perfil y ver de dónde provenían y a que se dedicaba su madre que quizá podrían entender mis necesidades.

Nos quedamos en silencio intentando procesar lo que estaba pasando.

—Yo no soy lo que buscan y ustedes no son lo que busco. El sistema debió cometer un error. A ustedes les ira mucho mejor con otro tipo de mujer.

Lo dijo con calma y de forma educada, pero nos dejó con un sentimiento que no habíamos conocido hasta el momento. Rechazo. ¿Nos estaba rechazando?

—Creo que es todo. Gracias por su tiempo.

Leon, confundido, rompió el silencio:

—¿Quiere decir que no habrá otra reunión?

Natalia sonrió. Y maldita sea... era la sonrisa más cálida que había visto.

—Creo que deberían considerar conocer a una candidata más acorde a lo que buscan. Yo, por mi parte...

Pavel frunció el ceño y supe que estaba realmente molesto.

—Por su parte. ¿Qué?

Un destello triste cruzó su rostro. Pero solo por un segundo.

—Me retiro, con permiso.

Y se fue. Así, sin drama. Sin portazos. Solo una salida limpia. Elegante. Intocable.

Nos quedamos en silencio. Yo sentí una opresión extraña en el pecho. Un vacío que no supe nombrar.

Si. Por primera vez en nuestra vida nos habían rechazado y la responsable salió sin mirar atrás. Cuando volteé a ver a Pavel y al resto de mis hermanos lo entendí. Esto no se había acabado esto apenas comenzaba.

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