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Capítulo 10 POV Natalia

El espejo de mi habitación refleja una imagen que apenas reconozco. De pie en mi apartamento, llevo un vestido diseñado más para exhibirme que para vestirme. La tela se adhiere a mi piel, el encaje revela más de lo que oculta y el material traslúcido me deja expuesta.

Cuando la maquillista comienza su trabajo, cierro los ojos, incapaz de enfrentar mi reflejo. No quiero ver cómo transforman mi rostro, cómo lo esconden bajo capas de productos que se sienten pesados en mi piel. La brocha sobre mis párpados y el labial en un tono mucho más atrevido de lo que jamás habría elegido me hacen sentir como una extraña para mí misma. Nunca me ha gustado el maquillaje recargado; prefiero lo natural. Pero aquí, mis preferencias no importan. No tengo voz en este proceso en el que me preparan como a un objeto precioso destinado a exhibirse.

La maquillista trabaja con precisión, sus movimientos revelan años de experiencia. En el silencio, su voz suena suave.

—Tienes una piel hermosa, Natalia. No necesitas mucho maquillaje, solo pequeños toques para resaltar tu belleza natural.

Abro los ojos un instante y le dedico una débil sonrisa, más por cortesía que por otra cosa.

—Gracias, es muy amable de tu parte —respondo con calma.

—Me imagino no estás acostumbrada a algo tan elaborado, pero te prometo que estoy siendo muy cuidadosa —añade, con voz cálida y sincera.

Asiento en silencio. No se trata de la técnica ni del resultado, es que todo se siente tan ajeno. Me dejo llevar, permitiendo que termine su trabajo sin objeciones.

Cuando finalmente me entrega un pequeño espejo, la imagen me deja sin palabras. El maquillaje es impecable, pero no me reconozco. La mujer que me devuelve la mirada es otra: sofisticada, perfectamente arreglada, sin rastro de la Natalia que solía ser. Lucho contra las ganas de llorar para mantener la compostura.

La maquillista nota mi tristeza. En lugar de ignorarla, se detiene antes de hablar con calidez.

—Te ves preciosa, Natalia. Tu vestido es deslumbrante, tus joyas exquisitas, y me aseguré de que todo quedara perfecto para ti. No solo por mi trabajo, sino porque quería que te sintieras bien.

Aprecio su cortesía y empatía. Es evidente que lo dice en serio, y aunque sus palabras no borran mi incomodidad, tampoco puedo ignorar su esfuerzo.

—De verdad valoro tu trabajo —digo en voz baja—. Eres muy talentosa, realmente lo eres.

—Gracias —responde con una sonrisa suave—. Solo espero que, aunque sea un poco, te sientas bien con ello.

En ese momento, la puerta se abre y entra la supervisora del programa. Se la ve nerviosa, y su saludo es torpe, como si no supiera cómo dirigirse a mí. Su expresión pálida llama mi atención.

—¿Está todo bien? —pregunto suavemente.

—Sí —responde rápido, pero su tono no es convincente.

La maquillista se despide con cortesía y, antes de salir, me desea felicidad en mi ceremonia de enlace. No sé qué contestar, así que solo asiento mientras la veo desaparecer tras la puerta.

La supervisora me conduce a un vehículo autónomo. Intento preguntarle sobre mi futuro clan, pero sus respuestas son vagas. Algo no encaja. ¿Por qué no puede darme información concreta? ¿Por qué parece tan incómoda?

Al llegar a la ceremonia, apenas tengo oportunidad de insistir antes de que me guíe a una pequeña sala con un espejo.

—Mira, Natalia, ha habido un pequeño cambio de planes —dice al fin, con voz más firme.

—¿Qué tipo de cambio? —pregunto con cautela.

Antes de que pueda responder, la puerta se abre y entra una joven con uniforme formal, parecido al de una representante legal.

—Este es el vestido que llevarás —anuncia la supervisora—. Ten cuidado mientras retiramos el que traes puesto. Además, entrégale las joyas a Ekaterina; ella será la encargada de mantenerlas seguras. No te preocupes, hay otras para que uses esta noche.

Estoy confundida. No entiendo qué está pasando, pero dejo que la supervisora y Ekaterina me ayuden a cambiarme. El nuevo vestido es diferente: de manga larga, elegante, con una silueta fluida. Refinado y sobrio, sin la extravagancia del primero.

—Sé que no es como el otro, pero es elegante. Es de una boutique famosa en la ciudad y, aunque es más sencillo, te aseguro que la tela es mucho más costosa —comenta la supervisora.

Pero no pienso en eso. Para mí, este es el vestido más hermoso del mundo.

—Sabía que había sido un error —digo conmovida—. Sabía que mis futuros compañeros nunca habrían elegido algo tan vulgar y llamativo. Este es perfecto.

Mi honestidad parece tranquilizar a la supervisora.

—Bueno, me alegra que te haya gustado el cambio —responde, satisfecha.

Ekaterina me observa con calma.

—Así es. A veces los cambios de último minuto son para mejor. ¿Qué tal si te ayudamos con el resto del look y el maquillaje? No soy experta, pero podemos probar algo diferente. Tu futuro clan mencionó que prefería algo más natural.

Mi alegría crece.

—Sí, sí, eso sería maravilloso. Me encantaría. ¿Podría llevar el cabello suelto? —pregunto esperanzada.

Las dos mujeres se miran y asienten al unísono.

—Por supuesto —responden—. De hecho, a tus futuros compañeros les encantará verte con el cabello suelto. Y si solo dejamos el labial, creo que lo adorarán. Tienes una belleza natural extraordinaria.

Eso me llenó de felicidad. Cuando por fin estuve lista, me sentí contenta. Sabía que había habido un error; mis futuros esposos no podían ser tan superficiales. Pero entonces, la supervisora se marchó con el primer vestido y las joyas sin despedirse, y Ekaterina, la mujer a la que acababa de conocer, se quedó y me pidió que tomara asiento un momento. Algo no estaba bien.

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