Capítulo 7 POV Pavel

Llamamos una vez… luego otra vez… pero no hubo respuesta. Natalia no encendió la luz ni abrió la puerta. Y aunque sabíamos que no debíamos, cruzamos el umbral con la facilidad de quienes nunca han necesitado pedir permiso.

La encontramos dormida.

Profundamente. Completamente ajena a nuestra presencia.

Su camisón era más una sugerencia que una prenda. Corto y ligero, se deslizaba sobre su piel como un susurro. Las tiras finas apenas sujetaban la tela que se ceñía a sus pechos con una precisión descarada, provocando con cada sutil movimiento. No era solo deseo lo que despierta en nosotros; era algo antiguo, irracional, una necesidad que parecía tallada en nuestros huesos.

Cada paso que dábamos dentro de esa habitación era una transgresión. Pero también lo era cada segundo que pasábamos lejos de ella.

—¿Crees que realmente puede dar luz a nuestra oscuridad? —susurró Alexei, sin apartar la mirada de su figura.

—Lo siento —dije con certeza—. Lo vi en sus ojos en el momento en que nos miró. Y nuestros padres siempre decía que lo supieron cuando vieron a nuestra madre por primera vez. Incluso antes de que el mundo colapsara.

—Entonces, ¿por qué crees que huyó realmente de nosotros? —preguntó con amargura—. ¿Fue solo por lo que dijiste sobre su apariencia?

Le lancé una mirada; el filo de su pregunta me atravesó el pecho.

—No lo sé. Quizá no fue solo eso. Tal vez también percibió nuestra oscuridad. Estamos rotos precisamente por eso estuve evitando llegar a esto. Somos demasiado oscuros, Alexei. 

—No para ella —masculló, sorprendido de lo profundo que lo creía.

—¿No para ella? —repliqué con una sonrisa amarga—. Tú sabes lo que hemos hecho. Sabes lo que somos.

—No soporto estar lejos de ella más —dijo—. Si seguimos a distancia, todo empeorará.

—Lo sé —murmuré, con la mirada fijada de nuevo en Natalia—. Siento lo mismo.

—Imagínala sin ropa —añadió de pronto, la voz cargada de deseo—. Desnuda para nosotros.

Cerré los ojos con fuerza, como si eso borrara la imagen que acababa de plantar en mi mente. Pero era inútil. Ya la había imaginado así. No una vez, sino todas las noches desde que la conocimos. Desde que entró en esa sala de reuniones con la osadía colgando de los hombros, como si no supiera —o quizá sí supiera— que nos pertenecía.

—No puedo sacármela de la cabeza —había dicho Alexei en el camino—. Y aunque se que es anormal, si ella tiene luz en su interior, entonces es perfecta.

En nuestra sociedad el vínculo de un clan con una mujer no solía elegirse por sentimientos o deseo sexual. No pedía permiso para esas cosas. Simplemente… se daba para sobrevivir. Pero el vínculo que atronaba dentro de mí gritaba por ella.

Natalia se removió en el sueño y el gemido que escapó de sus labios fue una daga directa a mi pecho. Un sollozo ahogado. Crudo. Vulnerable. El tipo de sonido que nunca debería salir de los labios de alguien destinada a ser adorada.

—¿Está teniendo una pesadilla? —susurré.

—Parece que sí —respondió Alexei, dando un paso adelante.

—Está bien, sol —dije, con la calma suficiente para acallar cualquier tempestad.

Natalia murmuró algo ininteligible. Estaba atrapada en algún lugar oscuro. Quizá un recuerdo. Alexei se acercó sin pedir permiso. Yo no lo detuve. Simplemente me aparté. Lo vi sentarse a su lado y envolverla con los brazos. El cuerpo de Natalia se amoldó al suyo como si hubieran sido hechos el uno para el otro. Su calor —estaba seguro— se filtró por su piel. Y algo dentro de él… se quebró.

—Alexei… —dije en voz baja, observándolo—. ¿Estás seguro?

—No —admitió—. Pero la necesito.

—Solo no la despiertes.

—No puedo prometer eso, Pavel.

Entonces la besó. Y cuando sus labios se encontraron con los de ella, su luz lo tocó. No solo lo envolvió: lo atravesó. Lo abrió en canal. Y lo que salió no fue ternura… fue oscuridad. La parte más cruda de él, la que siempre intentó ocultar incluso a mí, pero que yo siempre había conocido. Su alma la reconoció. Su cuerpo la reclamó. No hubo lógica. Ni contención.

—Alexei —mi voz se endureció—. Tienes que dejarla ir.

—No puedo —gruñó—. Es como si su luz estuviera dentro de mí… no puedo.

—Escúchame —me acerqué—. La vas a asustar. Arruinarás nuestra oportunidad con ella antes de que siquiera la tengamos.

—Yo ya la tengo —susurró, perdido—. ¿No lo sientes? Su luz interior me llama…

—No es el momento —dije con firmeza, bajando la voz, pero dotándola de peso—. Déjala, hermano.

Pero no lo hizo. Y entonces lo sentí.

Entré en su mente. No por completo, sino lo suficiente para empujar. Con fuerza. Con autoridad. Uso esa habilidad solo cuando no hay otra opción. Al mismo tiempo, envié una orden silenciosa directamente a la mente de Natalia, obligándola a hundirse más en el sueño. A no despertarse. A no ver lo que estaba ocurriendo.

Solo entonces él la soltó.

No por voluntad.

Por fuerza.

Me entregó su cuerpo como si algo dentro de él se hubiera partido de par en par. Porque así había sido.

—¿Estás bien? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

—No —dijo con voz ronca—. ¿Lo estarías? Si tú hubieras tomado su luz interior y yo la hubiera tenido, ¿intentarías detenerme?

Guardé silencio varios segundos. El silencio entre nosotros contenía verdades que no estábamos listos para enfrentar.

—No. Pero tenemos que resistir —murmuré finalmente—. Aún no la hemos vinculado a nosotros.

—¿Y cuándo lo haremos? —preguntó, con una furia que no iba dirigida a mí, sino al mundo—. ¿Cuándo sabremos que es seguro tocarla sin destruirla?

—Cuando ella nos elija —dije, con una certeza que ardía—. Solo entonces.

Me observó mientras tomaba su lugar. Mientras la besaba. Mientras sentía lo que él había sentido. Su luz era un fuego, y nosotros solo conocíamos la oscuridad. Y, sin embargo… ella no nos quemó.

Nos reveló.

Nos dejó vulnerables.

El vínculo ya había comenzado lo quisiéramos o no.

No en la carne.

No en la sangre.

En el alma.

Y esa unión… era irrevocable.

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