Leonard Adrien de Dalmora, es el heredero al trono de Dalmora, quien recibe una orden imposible de rechazar: casarse antes de que la enfermedad de su padre, el rey Aldebrand VI, lo arranque del poder. Obligado a emprender un viaje en busca de una esposa, Leonard se topa con la decepción constante. Es un hombre complejo y nada parece ser suficiente para sus exigencias… hasta que el destino lo lleva a Elara. Vendida contra su voluntad, Elara no está dispuesta a inclinar la cabeza ante nadie, menos, ante un egocéntrico príncipe que pretender moldearla para aparentar lo que no es. Entre ellos nacerá una batalla de voluntades, un juego de apariencias que pronto amenaza con transformarse en algo más profundo, más prohibido… y quizás más peligroso que la propia corona.
Leer másPOV Elara
Seguía escuchando las gotas de agua caer en la taza que había dejado, miré por la ventana y parece que pronto parará la lluvia. Miraba a mis hermanas dormir asegurándome que no haya más goteras, pues ya no hay más recipientes para poner debajo de ellas.
Veía destellos de las luces de las velas, caminé fuera de la habitación y vi a mi madre sentada en aquel banquito de madera, parecía pensativa, preocupada.
—¿Estás bien, mamá?
Ella enfoca mi rostro y frunce sus cejas.
—Mira donde estamos, Elara ¿crees que estamos bien?
Una simple pregunta fue el inicio de una discusión.
—Te vi un poco pensativa, pensé que…
—Desde que tu padre se fue, vamos de mal en peor. ¿Crees que puedo estar bien? Ese hijo del demonio se ha ido sin importarle sus propias hijas.
Es el discurso de todos los días desde que mi padre nos abandonó.
Di un paso atrás y empecé a alejarme.
—Debo trabajar como una maldita mula, porque ese degenerado se fue y nos abandonó. Me dejó con la responsabilidad de un hogar, ¡Estoy cansada!
Sentí como Anita tomó mi mano, los gritos de mi madre la despertaron.
—Está todo bien, mi amor —le dije llevándola de nuevo a la cama.
Me recosté con ella en la cama dándole palmadas en la espalda hasta que volviera dormirse.
Llevé mis manos a las orejas de Anita, para que no escuchara más de esos gritos. Cerré mis ojos queriendo un día despertar y que no fuera esta mi vida, pero no pasará.
Hemos vivido desde siempre aquí, en Dalmora, en una aldea bastante alejada, tanto que somos el desecho de todo. Poco importa quién eres o cómo te llames; todos somos polvo, hambre y necesidad.
Soy la mayor de cuatro hermanas, y desde que tengo memoria, la responsabilidad ha caído sobre mis hombros. He cuidado de mis hermanas, de mi hogar, he intentado ser su protectora y darles lo que nunca recibí ni recibiré de mi madre y mi padre, cariño.
Nuestra casa es una choza de paredes torcidas, hecha de madera vieja y barro reseco, con un techo que gotea cada que llueve.
—¡Elara! ¡Elara! —los gritos de mi madre me han despertado, como casi todas las mañanas.
Salté asustada mirando a todos lados.
—Ya desperté.
—Ya me iré a la herrería. No volveré hasta el anochecer.
—¿Hasta el anochecer? ¿Por qué, madre?
—Porque… No debo darles explicaciones —responde sin verme a los ojos—. Quedas a cargo —es lo último que dice antes de marcharse.
Froté mis ojos y cuando recordé que no tenemos nada de comer, traté de alcanzarla, pero sabía cuál sería su respuesta y me guardé mis palabras.
—Elara, tengo hambre —dice Anita, la más pequeña de mis hermanas.
—Lo sé, pero no te preocupes. En un momento haré algo muy delicioso.
Mi madre no es como las demás. En Dalmora los hombres trabajan el hierro, mientras que las mujeres hacen otro tipo de actividades… pero mamá, fue ella quien tomó el martillo y encendió la forja para trabajar, pues mi padre nos abandonó y desde entonces, todo empeoró.
Desde entonces su vida es el fuego, el ruido de los martillazos y el olor a hierro caliente. Se volvió dura, demasiado dura. Nunca supe si por orgullo o por desesperación. Para ella no hay tiempo de abrazos, ni de palabras dulces. Todo en ella es reproche, cansancio y rabia contra todos.
Esa mañana fría, por aquella noche lluviosa, sentí algo diferente en mi madre; creo que en su mirada había señales, de que ese día sería diferente.
Estaba por caer la noche cuando venía de recoger agua del pozo, mi piel blanca estaba manchada de lodo y humo, mi cabello rubio y largo estaba sujetado con cintas para poder traer mejor el agua casa… me detuve en el camino cuando vi la pequeña puerta de mi casa abierta. Solté lo que traía en mis manos y corrí.
—¡Elena, Patricia, Anita! —grité desesperada porque pensé que alguien había entrado a casa mientras yo no estaba.
Agitada entré a nuestra casa y vi a mi madre.
—Oh, mamá —dije soltando un suspiro mientras tocaba mi pecho—. Eras tu…
—Pasa un paño mojado por tus brazos, Elara, estás sucia.
Miré mis brazos y no entendí.
Ella estaba frente a una vela cociendo a mano una falda mía, la más decente que tengo.
—¿Qué haces?
—Debes arreglarte.
—¿Para qué?
Ni dijo nada más.
—¿Iremos algún lado? ¿debo organizar a mis hermanas también?
Ella negó con su cabeza.
—Solo tú y yo, date prisa.
No entendí nada, pero obedecí.
Tomé un trapo mojado y lo llevé a mis brazos, limpié mi rostro y volví a soltar mi larga cabellera.
Las dos salimos de casa, mis hermanas quedaron en casa de una buena mujer que algunas veces nos daba pan duro para comer.
—¿A dónde vamos?
—Debes ser obediente, Elara. Siempre debes escuchar.
No comprendía.
—Dijiste que llegarías al anochecer, llegaste antes. ¿Pasó algo en la herrería?
Tomamos el camino que daba a la plaza.
—No.
A medida que nos acercábamos a la plaza, algo dentro de mí se iba transformando, pero no era una sensación agradable.
—¿Por qué vamos a la plaza?
—No vamos a la plaza —respondió en tono serio.
—Entonces ¿A dónde me llevarás?
—A la casa de Don Aurelio.
—¿Dono Aurelio? ¿Por qué?
Don Aurelio es un carnicero, algunas veces me ha regalado huesos para preparar caldos.
El hombre aparece de la nada con una amplia sonrisa en su rostro, mira a mi madre y luego, me mira a mí. Don Aurelio reparó mi cuerpo, de los pies a la cabeza.
—¡Aquí está, mi Elara!
Sonreí de manera forzada sintiendo como el hombre tomaba mi brazo.
—Don Aurelio —susurré buscando la mirada de mi madre, pero ella la aparta.
—Espero que cuide bien de ella.
En el momento que menciona esas palabras, solté mi agarré de Don Aurelio y la miré con mi ceño fruncido.
—¿Por qué me traes aquí, madre?
—Desde ahora, vivirás con él.
—¿Qué?
—¿No lo sabe? —preguntó el hombre con sonrisa incómoda.
—¿Saber qué?
—Ahora me perteneces —respondió intentando tomar de nuevo mi mano—. Tu madre te ha apostado en el ultimo juego, pero ha perdido.
Abrí mis ojos sorprendida.
—¿Qué?
Ella seguía sin darme la mirada.
—Desde que perdió la herrería, ha estado jugando con nosotros. La suerte estuvo de su lado unos días, pero ahora… ahora la ha abandonado. Apostó lo poco que tenía, cuando ya no quedó nada más, apostó ese feo rancho donde viven y lo perdió. Se negó a entregar su casa, y yo te he pedido a ti a cambio.
Di un paso atrás negando con mi cabeza.
—Elara, ¿Qué haces?
—No me quedaré en casa de este hombre. No puedes hacer esto, madre.
—Tus hermanas no pueden quedar sin un techo para vivir. Debes hacerlo —dice mi madre.
—No, me niego a quedarme con este hombre ¡No lo acepto!
Mis gritos alertaron a las personas, quienes iban hacia la plaza empezaron a observar lo que sucedía.
Don Aurelio tomó mi mano apenado bajo las miradas de todos, pero puse resistencia, lo que aumentó la multitud.
—¡No iré con usted! ¡No me quedaré aquí! —gritaba con lágrimas en mis ojos resistiéndome a ser arrastrada por el carnicero. Pensaba en mis hermanas todo el tiempo, no podía estar lejos de ella.
De la nada, siento una bofetada fuerte. Aquel golpe me dejó unos segundos confundida, pero al volver mi vista, vi a mi madre en frente de mí enojada.
La mirada de todos, las manos de Don Aurelio queriendo sostener mi cuerpo, todo… todo me había confundido, como si estuviera en una pesadilla, hasta que, en medio de las personas escucho una voz fuerte.
—Yo le pagaré por ella.
Un hombre con su rostro cubierto caminaba en medio de las personas.
—No, no aceptar…
El hombre saca monedas de oro y todos quedan sorprendidos.
—Son muchas monedas —dice el carnicero soltando mi cuerpo.
—Yo le compraré esta mujer.
Pov LeonardMiré hacia atrás, justo en la entrada al reino, tuve la esperanza de verlo, pero el portón del palacio se cerró tras de mí con un estruendo metálico que se clavó en mi pecho como una sentencia.—No me despedí de mi padre —susurré.Pero, él tampoco lo hizo.Suspiré y me acomodé en mi asiento, escuchando las llantas del carruaje crujir con las piedras, el galope de los caballos y las voces de los soldados que siempre reciben instrucciones.Me hubiera gustado que mi padre me deseara suerte, aunque fuera con una mirada. Pero lo único que obtuve fue silencio, como siempre. Silencio y ausencia.Valentín me mira y sabe que no me siento bien. El hombre solo me da un golpecito en el hombro.—Nunca fue un hombre afectuoso —murmuré para mí mismo.—No lo juzgue de manera tan severamente, alteza. El rey lo ama a su manera.Reí con amargura.—¿Amor? Valentín, ¿alguna vez me ha tomado de la mano como un padre a un hijo? ¿Alguna vez ha estado a mi lado en algo que no fuera política o debe
Pov LeonardEl palacio estaba envuelto en un silencio casi absoluto. Ni siquiera el ulular del viento entre las torres logró distraerme de la agitación que sentía. Me tendí en la cama, pero el sueño parecía huir de mí como si se burlara de mis intentos de alcanzarlo.¿Un grupo de mujeres? ¿Quiénes? ¿En qué momento mi padre seleccionó a un grupo de mujeres para mí?Serán muchos rostros desconocidos que mi padre ha elegido por mí, como si el amor y la vida matrimonial pudieran reducirse a una lista de nombres y linajes.Volví a levantarme de la cama y caminé por mi aposento, las luces de las velas iluminaban mis pasos cortos.¿Cómo se supone que debo fingir interés? ¿Cómo puede alguien escoger a una esposa como si fuese un título más que añadir al poder de Dalmora?No entendía como mi padre de manera repentina podía sugerir un compromiso solo porque siente que él… ¿Tal vez su majestad no se siente bien?Me detuve y cuestioné mis pensamientos, pero negué con mi cabeza.Regresé a la cama
POV Leonard.En aquel largo pasillo iluminado de candelabros, vi a Valentin de pie. Sus ojos repararon mi atuendo, como si intentara asegurarse que nada faltaba.—Su alteza, está listo.—¿Qué es lo que se celebra? —le pregunté con duda—. ¿Por qué mi padre ha pedido que yo…?—Adelante, alteza. Su majestad lo espera.Las palabras de mi padre me daban vueltas en la cabeza y recordé entonces, una conversación que tuvimos días atrás.Hace unos días, mi padre me sorprendió con algo poco habitual, me invitó a recorrer el jardín en su caminata de la mañana. No era costumbre en él buscar mi compañía a esas horas, menos en su preciado recorrido matutino. Desde ese día he sentido algo extraño, como si hubiese una razón oculta tras aquel gesto.Al principio la charla fue ligera, sobre el clima, las cosechas y las noticias recientes de la corte. Pero, de pronto, con la misma naturalidad con la que uno comenta un cambio de estación, deslizó una frase sobre el matrimonio. No insistió, no me interrog
POV Leonard. Todo estaba silencioso, pero la tranquilidad de la mañana se ve interrumpida por los gritos de un sirviente.—¡¿Su alteza?! ¡Príncipe! ¡¿Dónde está su alteza?!Los gritos avanzaron por el largo pasillo.—¿Alguien sabe dónde se encuentra su alteza, el príncipe Leonard Adrien? El rey ha preguntado por él toda la mañana —dijo un sirviente de la casa real de Dalmora con un tono nervioso, sus manos temblaban al sujetar un pergamino enrollado.El hombre corre mirando en todos los rincones, hasta que alguien le da respuesta.—Está en una de sus clases de historia —mencionó Valentin, secretario del rey Aldebrand VI, sin apartar la vista de los documentos que revisaba.—¡Oh, vaya! —soltó apenado—. No sabía que el joven príncipe tenía clases la mañana de hoy. ¿En qué lugar del palacio se encuentra? Su majestad me ha ordenado darle un mensaje personalmente.Valentin junta sus cejas y repara al sirviente.—Se encuentra en el salón de plata. Puede decirme que necesita, yo me encargar
POV ElaraSeguía escuchando las gotas de agua caer en la taza que había dejado, miré por la ventana y parece que pronto parará la lluvia. Miraba a mis hermanas dormir asegurándome que no haya más goteras, pues ya no hay más recipientes para poner debajo de ellas.Veía destellos de las luces de las velas, caminé fuera de la habitación y vi a mi madre sentada en aquel banquito de madera, parecía pensativa, preocupada.—¿Estás bien, mamá?Ella enfoca mi rostro y frunce sus cejas.—Mira donde estamos, Elara ¿crees que estamos bien?Una simple pregunta fue el inicio de una discusión.—Te vi un poco pensativa, pensé que…—Desde que tu padre se fue, vamos de mal en peor. ¿Crees que puedo estar bien? Ese hijo del demonio se ha ido sin importarle sus propias hijas.Es el discurso de todos los días desde que mi padre nos abandonó.Di un paso atrás y empecé a alejarme.—Debo trabajar como una maldita mula, porque ese degenerado se fue y nos abandonó. Me dejó con la responsabilidad de un hogar, ¡
Último capítulo