El llamado del rey

POV Leonard. 

Todo estaba silencioso, pero la tranquilidad de la mañana se ve interrumpida por los gritos de un sirviente.

—¡¿Su alteza?! ¡Príncipe! ¡¿Dónde está su alteza?!

Los gritos avanzaron por el largo pasillo.

—¿Alguien sabe dónde se encuentra su alteza, el príncipe Leonard Adrien? El rey ha preguntado por él toda la mañana —dijo un sirviente de la casa real de Dalmora con un tono nervioso, sus manos temblaban al sujetar un pergamino enrollado.

El hombre corre mirando en todos los rincones, hasta que alguien le da respuesta.

—Está en una de sus clases de historia —mencionó Valentin, secretario del rey Aldebrand VI, sin apartar la vista de los documentos que revisaba.

—¡Oh, vaya! —soltó apenado—. No sabía que el joven príncipe tenía clases la mañana de hoy. ¿En qué lugar del palacio se encuentra? Su majestad me ha ordenado darle un mensaje personalmente.

Valentin junta sus cejas y repara al sirviente.

—Se encuentra en el salón de plata. Puede decirme que necesita, yo me encargaré de transmitir el mensaje —contestó el secretario, alzando la mirada para observar al muchacho con atención.

Aquel sirviente da un paso atrás, se removió incómodo y negó con duda.

—El rey fue muy claro, secretario real. Es mejor si yo le entrego el mensaje directamente.

El secretario aclara su garganta.

—El príncipe se encuentra ocupado en una de las lecciones más importantes. Sabe que interrumpirlo sería un irrespeto hacia él y hacia la tradición que lo prepara para reinar. Joven sirviente, créame, no querrá ser el responsable de semejante falta —insistió el secretario con voz firme.

El joven bajó la cabeza, mostró duda, al final fue convencido.

—Tiene razón, señor secretario. Le daré el mensaje tal y como lo mencionó su majestad. —Aclaró su garganta y recitó, visiblemente alterado—. “Graba en tu memoria mis palabras, no es una simple sugerencia, es un compromiso ineludible”  

—¿Solo eso?

—Sí, esas fueron las palabras de su majestad. Pensé que lo olvidaría, pero su voz era tan… tan firme que no pude evitar sentirme nervioso. Me siento más tranquilo —mencionó tocando su pecho.

—Vuelve a tus labores, yo me encargo de llevar las palabras a su alteza.

Pude escucharlos charlar desde aquí, estaba en completo silencio esperando que ambos solo se marcharan para continuar descansando.

Escuché los pasos de estos hombres alejándose y solté un suspiro.

—Alteza real, sé que puede escucharme.

Abrí mis ojos de par en par y cerré mi boca.

¿Cómo supo el secretario que estaba aquí? —me pregunté sin responder.

—Príncipe, ya puede responderme, sé que está ahí.

Dentro del palacio de Dalmora no hay lugar que el secretario Valentin no conozca o no encuentre.

Mantuve el silencio creyendo que se iría, es como mi sombra.

—Sé que su alteza quiere estar a solas, pero el rey necesita verlo.

Mordí mis labios pensando que desistiría, pero no.

¿No puedo tener un momento a solas?

Estoy en esos días donde siento en mi cabeza el peso de una corona que aún no tengo. No puedo mentirme a mí mismo, son muchas las obligaciones a cumplir y tengo días donde solo quiero respirar.

Dentro del salón de lecturas encuentro ese respiro, es un espacio silencioso, tranquilo… Creo que cuando era niño descubrí la paz que este lugar me daba. Venir y no hacer nada me hacía bien, no pensaba, no hacía nada.

“perderme” un momento para venir aquí, siempre me ha ayudado, pero creo que Valentin ya sabe a dónde voy cada que intento perderme.

—Leonard, sé que está aquí.

Suspiré y llevé mis manos a mí rostro.

—Su alteza ya debería saber que no puede escaparse de esta manera. Ya no es un niño de ocho años.

Abrí mis ojos de par en par sorprendido.

—¿Desde cuándo lo sabías?

—Desde siempre he sabido que vienes aquí —escuché la voz de Valentin con firmeza.

—Te lo dije ¿Verdad?

—Quizás en algún momento cuando era un niño, alteza.

—¡Rayos! —susurré.

Sin forma alguna, me puse de pie y salí de donde estaba.

Valentin estaba de pie en medio de aquel lugar, tenía sus manos entrelazadas.

—Su majestad, tiene un mensaje para usted—anunció.

—Lo escuché —respondí rascando mi cabeza—. Creo que me pedirá ir a una clase más, ya no lo aguanto, Valentin. Estoy agotado.

—Príncipe Leonard, sabe que es su responsabilidad.

—Lo sé, pero en días como hoy, quiero asumir que no.

Valentin suspira y niega con su cabeza.

—Parece que su majestad tiene algo importante que anunciarle, alteza.

—¿Qué es ese tono serio?

Sonreí para restarle seriedad.

Valentín siempre ha sido más que un secretario; ha sido una especie de consejero, alguien cercano para mí; ha sido la figura paterna que a menudo me faltó. Nunca tuvo esposa ni hijos, porque dedicó toda su vida al servicio de la corona, y aun así encontró la manera de cuidarme como si yo fuera suyo.

No lo dice con palabras, pero sí con sus actos. Con sus palabras firmes y su mirada serena, me protegió de los castigos más duros, inventando excusas para que mis errores no me costaran demasiado caro.

Valenti es el único en quien confío plenamente, tanto que hasta mi escondite secreto solo él lo conoce. No recuerdo haberle contado sobre este lugar, por la confianza que le tengo, no lo dudo.

Desde que el día inició supe que algo sería diferente, por eso mi intranquilidad. No era cansancio, no era eso que pensaba, había algo más…

—¿Su majestad quería verme? —pregunté entrando a los aposentos de mi padre.

—Sí, Leonard. Hay algo de lo que tenemos que hablar, pero quiero esperar a la cena.

—¿Puedo saber por qué, padre?

—He pedido realizar un banquete especial.

Lo miré extrañado.

—¿Hay algo que celebrar, padre?

Pensé que me había olvidado de algo importante.

—Sí, hoy sin duda alguna, es un día especial.

Su mirada fue diferente, me brinda una sonrisa y me observa con aire fraternal, algo poco normal en su majestad.

Lo miré extrañado y di un paso más al interior.

—Padre, pensé que era urgente su llamado.

—Lo es, pero ahora he decidido conversar contigo de manera formal, en el banquete.

Sentí una punzada en mi pecho, como si me hubieran dado un flechazo.

No sabía que pasaba, pero desde ya siento que no es bueno para mí.

Respiraba hondo como si cada prenda que iba colocándome sobre mi cuerpo pesara más que la anterior.

Primero, la camisa de lino blanco, ajustada en los puños con botones de plata. Luego, jubón oscuro, bordado con hilos dorados que representan el escudo de Dalmora. El criado que me ayudaba a vestir se inclina para colocar la faja de terciopelo carmesí alrededor de mi cintura.

¿Qué tipo de banquete celebramos en el reino que visto un traje de ocasión especial? ¿Es algún tipo de prueba?

—Su alteza, el rey espera por usted.

Aquel llamado me hizo tragar sonoramente.

Salí de mis aposentos y vino aquella frase a mi cabeza, la frase que mencionó el sirviente.

—“Graba en tu memoria mis palabras, no es una simple sugerencia, es un compromiso ineludible” Un compromiso… ¿un compromiso ineludible? —me pregunté.

Ahí fue cuando lo comprendí.

—No puede ser —susurré frenando mis pasos.

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