POV Leonard
Veía a Valentín y no hacía falta decirle una sola palabra, él comprendía que no estaba a gusto en este lugar.
Cuando me dieron un momento a solas, llamé al secretario a un rincón y le dije:
—Tienes que sacarme de aquí.
—¿Qué ordena, alteza?
Valentín se sorprende.
—Lo que escuchas, ya quiero irme.
—Acaba de llegar a la casa del…
—No quiero estar ni un momento aquí, no tengo que esperar un momento más. No me gusta, ella no es la indicada.
—Pero alteza, ha pasado poco tiempo para determinar que…
—No quiero tener por el resto de la eternidad a una mujer que me recuerda a un yegua que he criado en el reino. ¿No la escuchaste?
Miré a los sirvientes que me acompañan con mi baúl y levanté mi mano para que se detuvieran en bajar mis cosas.
—Regresen las cosas al carruaje, nos iremos hoy mismo.
Valentín abrió sus ojos de par en par.
—Pero…pero alteza, si su padre se entera se enojará. No podemos marcharnos así, es un acto de irrespeto.
—Sí, es por eso que irás a hablar con ellos y me excusarás.
Le di una palmada en el hombro y salí de aquella habitación directo al carruaje.
Me senté por rato en el carruaje, descansaba mis ojos mientras esperaba al secretario mayor.
En el momento que escuché voces, miré hacia la entrada y vi al secretario despedirse formalmente del Duque.
—¿Qué le has dicho al Duque?
Valentín tenía una expresión de enojo.
—Le he dicho al Duque que su alteza no se sentía bien, que lo más oportuno era volver al reino. Lo ha tomado bien, pero… pero no es cortés, alteza real.
—¿A dónde vamos ahora?
—Edelvarn —responde secando el sudor en su frente, parece que el pobre hombre estaba nervioso.
El viaje hacia Edelvarn se extendió durante dos días enteros. El camino era ancho, empedrado en algunas partes y cubierto de polvo en otras, pero siempre flanqueado por colinas verdes.
Cada tanto pedía parar porque necesitaba estirar las piernas. Es agotador por lo que el viaje se hizo silencioso. Sin mencionar que cada piedra que golpeaba las ruedas fuera como un insulto a mi agotada paciencia.
—Alteza, ¿se encuentra bien? —preguntó el secretario.
Leonard lo miré con frialdad.
—Estoy bien, pero ya no aguanto más.Cerraba mis ojos y cubría mi rostro con mis manos.
—¿En qué piensa, mi señor?
—En lo absurdo de esta situación —repliqué, apretando los labios—. Mi padre cree que puedo elegir a una esposa como quien elige un caballo. Pero no soy un comprador en un mercado, Valentín. Esto no es así como mi padre lo desea.
El secretario suspiró, acostumbrado a mi tono rebelde.
—Su majestad solo desea asegurar la continuidad del reino. Usted es su único hijo.Aparté la vista hacia los campos, es la respuesta que siempre recibo.
—Lo sé… pero eso no significa que deba conformarme con la primera cara bonita que aparezca.—Debería comprender mejor los deseos de su padre, alteza.
—Me temo que nunca lo podré comprender.
Dos largos, eternos y agotados días después, hemos llegado a Edelvarn.
Vi como las colinas se abrieron en un valle fértil. Los viñedos se extendían como un océano verde y ordenado. Veía casas de piedra clara y techos rojos.
Saqué mi rostro por la ventanilla del carruaje y sentí el aire que estaba impregnado de un aroma dulce.
—Por fin, por fin hemos llegado ¡Gracias Dios! Ya puedo sentir el aroma del vino.
Valentín sonríe.
—¿Ve, alteza? Le dije que estábamos por llegar.Lo miré con alivio porque puedo descansar.
—Espero aquí pueda encontrar algo distinto. Edelvarn es conocido por su prosperidad y buen gusto. Sobre todo, por sus hermosas mujeres. Y la familia Von Erbrecht es de las más influyentes de toda Dalmora.
Suspiré esperando que esto no fuera eterno, con una leve fe de que quizás pueda ser distinta la experiencia.
Solo espero la dama de la casa no me decepcione como la anterior —pensé viendo como nos acercábamos a la casa.
—Aquí es, alteza.
El carruaje se detuvo frente al palacete Von Erbrecht, una construcción elegante con columnas de mármol y balcones cubiertos de enredaderas floridas.
—Bienvenido alteza real —dicen los criados vestido en un mismo color.
Los criados nos llevan con la familia, quienes nos esperan en el gran salón.
—¿Quién es la dama que veré? —pregunté en el camino hacia aquel salón.
—Es Lady Annalise, alteza.
—Annalise— susurré.
La familia anfitriona esperaba con sonrisas fingidas.
Todos estaban ubicados de una forma planificada, parecían una pintura viva.
El barón Von Erbrecht, un hombre robusto con bigote y barriga imponente, se inclinó con cortesía.
—Alteza real —dice en tono refinado.
Su esposa, una dama alta y delgada, parecía un retrato viviente de las modas de la corte.
—Bienvenido, su alteza real.
Hacía un pequeño movimiento con mi cabeza, no al punto de hacerles reverencia.
Lady Annalise, que estaba sentada en un sillón, se pone de pie y capta las miradas.
Reparé a la dama de inmediato; cabello castaño oscuro, ojos claros, piel blanca y su vestido de seda marfil, bordado en hilos de oro que se movía como una ola.
Su mirada al verme es algo… muestra a una mujer que está acostumbrada a que la admiren, así que, aparté mis ojos de ella.
Es hermosa, pensé sin dirigirle la mirada.
—Bienvenido a Edelvarn, alteza —dijo Annalise con voz melodiosa llamando mi atención mientras hace una delicada reverencia—. Espero que nuestra hospitalidad esté a la altura de sus expectativas.
Miré a Valentín y este tienen sus ojos iluminados, como si desde ya creyera que ella es la indicada.
—Es un honor recibirlo, alteza real.
El hombre de barriga grande continúa haciendo bienvenidas.
Miré el salón y estaba decorado de tapices de escenas mitológicas.
—Alteza, tome asiento, por favor. Hemos preparado todo un banquete para usted.
Mis sirvientes y yo morimos de hambre luego de un viaje tan largo.
Había una gran mesa que empezó a ser llenada de manjares; panes dulces, frutas confitadas, carnes especiadas. Copas de cristal que rebosaban de vino tinto oscuro.
Inició una conversación entre los anfitriones y yo, ellos no paraban de hablar de la prosperidad de sus tierras, le daban oportunidad a su hija de hablar también.
Tiene voz dulce, eso me gusta —pensaba mientras la miraba a detalle—. Pero empiezo a sentirme extraño porque ellos parecen fingir hasta sus discursos bien planeados.
Frente a los padres de la dama, era complejo encontrar detalles de ella misma, pues ellos hacían verla como perfecta, pero algo no me terminaba de convencer.
—Me gustaría cabalgar un poco alrededor de sus tierras tan prosperas —indiqué a los padres de Annalise.
—¿Eh? —entre ellos se miran—. ¡Oh, claro! claro que sí, su alteza. Podemos hacer un…
—Me gustaría que lady Annalise me acompañe.
La joven dama los mira nerviosa, pero al final aceptan.
Es mi oportunidad y no puedo desaprovecharla, esta cabalgata define si es o no la dama que estoy buscando.