Mundo ficciónIniciar sesión—Realmente quedó delicioso, felicito a los cocineros, y a la anfitriona —dice animadamente John.
A su lado, consumiéndose en dudas, Raúl observa cómo Beatrice ha estado intentando brillar pero es consumida cada vez por el peso de su vida.
Ella ni siquiera lo mira. Y eso, lo confunde más de lo que debería.
¿Acaso no sospecha quién es él?
Es una locura.
Esa noche es confusa, también dolorosa. Sabe que durmió con una mujer desconocida, algo que nunca había hecho antes en su vida, pero también sabe que hay un millón de mujeres parecidas a Beatrice.
Además, han pasado siete años…
Sí. Las cuentas siguen cuadrando en caso de que esa niña…
No. Basta.
Su puño se aprieta sobre la mesa, observando cómo la niña come animadamente.
¿Qué le habrá dicho Beatrice para animarla?
Mientras tanto, la castaña conversa de forma superficial con sus empleados en la gran mesa. En otra ocasión preguntaría sobre sus familias, cuestionaría cómo van los preparativos para el Día de Gracias, pero hoy no tiene animo de ello.
No solo le pesa la ausencia de una familia real sino la mentira que ha dicho.
Le dijo a Valentina que haría lo posible para que pasara las navidades con su padre.
Después de haberlo dicho solo ha estado cuestionándose cómo demonios hará eso posible.
¿Qué tipo de persona pagaría para contratar un padre falso?
Ella. Porque quiere que Valentina tenga esta felicidad, al menos momentánea. Y porque además, quiere darle un pedacito de lo que ella mismo tuvo antes de perderlo.
En medio de la comida, cuando una de empleadas se lleva a la niña a ver las nuevas luces que han colocado en la recepción, Beatrice se lleva a Karina del brazo y la aparta del resto.
—Lo que voy a pedirte, espero que… lo tomes con la mente abierta, ¿de acuerdo?
Karina asiente, preocupada, y cuando ella le cuenta todo, la chica palidece. Luego le dice que no está de acuerdo, porque claro, quiere mucho a la niña, y no le gusta la idea de engañarla así; pero cuando Beatrice le explica sus razones, cuando le dice que solo será por este año, ella, como toda buena amiga, se compadece.
—Esto costará mucho dinero —le advierte—. Pero te ayudaré con ello.
Ella la abraza, agradecida. Solo tiene que mantener esto en secreto, de su tía, de su primo, porque no sabe lo que estos podrían calcular si se enteran.
—¿Qué se hizo el idiota de Aarón? —cuestiona un poco más calmada.
Karina se alza de hombros.
—Desde que le pediste que se fuera, realmente lo hizo.
La castaña se cruza de brazos, molesta con él. Además, es un cobarde, no fue capaz de decir una palabra después de que ella dejó claro que es la CEO. No sabe hasta cuándo va a tener que recordarle que él solo tiene el 40% y ella, con el 60%, tiene toda la autoridad, por encima de él.
—Hey, vienen dos guapos...
Beatrice frunce el ceño, mirando hacia la dirección de sus ojos. Mejora su postura e intenta sonreír cuando el socio de Raúl y este mismo se acercan, auras imponentes y profesionales.
—Gracias por el almuerzo, señorita Durán —dice Raúl, con una cortesía que sorprende a todos.
—A ustedes por quedarse. Y de nuevo, disculpen lo ocurrido anteriormente…
—No tiene que disculparse —responde, con una voz suave que lo tomo incluso desprevenido.
—Bueno… —interviene John, con los ojos puestos en Karina, una pequeña sonrisa coqueta—. Tal vez quedaríamos a mano si asisten a nuestra fiesta esta noche.
—Uhm… ¿Así que alcoholiza a sus empleados? —bromea Beatrice, mirando al pelinegro.
El CEO sonríe y también prensa su dentadura.
Ella contiene la respiración por esa sonrisa atractiva.
Sí, definitivamente todas las cosas que escuchó sobre él parecen ser mentira.
—Mañana es día feriado, nadie puede reprochármelo —se defiende él.
John mira entre ambos, asombrado.
¿Por qué no se ofendió por la pregunta que ella le hizo? Generalmente, incluso no se hubiera quedado en el almuerzo, y ahora le responde cómodamente a esta mujer cuando debería tener muchas razones para estar molesto.
Uhm. Como su mejor amigo, sabe que hay algo raro.
La castaña sonríe, amable, y les da una mirada a ambos.
—Me encantaría ir…Pero tengo una niña pequeña y… la verdad es que hace mucho no voy a fiestas nocturnas.
—¿Por qué? —cuestiona el CEO sin pensar.
Al darse cuenta de su pregunta invasiva, retrocede un paso. Los cuatro pares de ojos se miran unos a los otros, tensos.
Beatrice ríe un poco, ¿por qué ese hombre es tan… raro?
—Supongo que ya estoy grande para eso.
Aunque responde tranquila, Raúl siente que hay una razón más profunda detrás.
—Entonces… ¿Tú irías? —cuestiona John, interesado.
Karina mira al hombre, intimidada, luego mira a su jefa y cuando esta le asiente, ella sonríe.
—Si, por supuesto.
—Oh, qué bien. Dame tu número para enviarte la dirección…
Los CEO’s ven al par y luego a ellos mismos, con complicidad, pero esa mirada se transforma en una intensa, una que eriza sus pieles y les recuerda el contacto de sus manos unidas anteriormente.
Raúl no entiende cómo es que solo la presencia de Beatrice le hace bajar todas las defensas. Hace mucho tiempo que no pasaba más de una hora molesto por sus frustraciones.
Cuando llega el momento de despedirse, él desea decirle que contrate a una niñera para que pueda asistir a la fiesta, pero no quiere verse demasiado interesado. No aun.
Luego, ya en la recepción, los CEO’s y la secretaria se encuentran con Valentina mirando un enorme reno iluminado.
Raúl se detiene, admirando su amplia sonrisa por las luces que forman un reno.
Y como si estuviera llamándola, la niña gira hacia él.
Su corazón se paraliza.
La niña, llena de una emoción extraña por ese desconocido, le sonríe más y saluda con la mano.
Raúl se encuentra sacando la mano de su bolsillo, devolviéndole el saludo, cuando John lo apresura a irse. Y tan pronto como pone un pie fuera, su vida deja de ser colorida.
Las calles y el aire parecen estar confabulados para emanar caos. Y aunque hay luces navideñas, nada tiene sentido.
Es tan frustrante.
—¡Muévase ya, hombre! —grita hacia su chofer.
El cambio repentino eriza a John y su secretaria.
—Raúl… Él no tiene la culpa de que…
—Cierra la boca, John.
La limusina se queda en silencio. Y Raúl exhala.
Solo su pequeña Romina es capaz de hacerle ver el mundo de otra manera. ¿Cómo es que esta mujer y esa niña… parecen darle la misma sensación?
El teléfono vibra en sus pantalones y al ver el remitente, duda si responder o no. Sin embargo, tiene casi 24 horas evadiendo sus llamadas. Ya no puede hacerlo más.
—Madison…
—¡Dios, Raúl! ¿En dónde has estado?
—Extravié mi teléfono.
—Sí, claro —murmura la mujer, con un tono incrédulo—. Necesitamos hablar.
—Estoy ocupado.
—Pero no estarás ocupado esta noche, imagino.
—Nos vemos en la fiesta.
Y cuelga el teléfono.
No quiere ser así con ella, realmente le gustaba. Hasta que el compromiso con su padre se volvió mucho más grande y estar en su relación comenzó a sentirse como una responsabilidad, una condición para que LatinUnion siguiera de pie.
Y ahora no encuentra la manera de sacársela de encima.
Si tan solo hubiera algo que pudiera salvarlo; algo que justifique su distanciamiento, algo que Madison pueda entender, sin necesidad de decirle en la cara que la está usando…
La cabeza le da vueltas y el recuerdo del momento compartido con Beatrice en la sala a solas llega, ligado con el recuerdo de la risa de aquella desconocida con la que se acostó.
Todo esto es demasiado. Va a perder la cabeza.
Va a decirle la verdad a Madison hoy, sin importar las consecuencias, y luego va a investigar si esa niña es realmente su hija.







