Mundo ficciónIniciar sesiónVerena Hills odia a su jefe y su trabajo, pero con deudas hasta el cuello, el sueldo como asistente del presidente de la empresa D`Argent es perfecto. Luego de un incidente donde la vida de Verena cambia por completo, decide renunciar a su puesto, sin imaginar que pronto estará atada al jefe que tanto dice detestar. Azkarion D`Argent es un hombre poderoso e irresistible, con extrañas obsesiones ocultas, y una tentación oscura secreta. Verena es tentada por Azkarion para volverse su esposa por contrato, a cambio de un dinero que representa libertad, sin embargo, lo que Verena no sabe es que está a punto de conocer la tentación más oscura de su jefe que la dejará en el epicentro de sus propios deseos irresistibles.
Leer másOdio a mi jefe. Es tan gruñón que a veces deseo que un día simplemente desaparezca de mi vida.
Sin embargo, para muchas mujeres, trabajar cerca de él, es el premio mayor, él es el hombre más irresistible que jamás hayan conocido.
Alto, con anchos hombros, una figura imponente y atractiva, sus ojos oscuros parecen tener un magnetismo que atrae a todos a su alrededor. Su piel morena y varonil, junto con su boca sensual, lo convierten en el epítome de la masculinidad.
Pero, ¿de qué sirve todo eso? Podría ser el hombre perfecto, pero su personalidad detestable lo arruina todo.
Siempre me grita, siempre está serio. Una sola mirada de él es suficiente para hacerme temblar, pero no de la forma en que tus piernas se humedecen por deseo, sino del miedo a ser regañada.
Mi trabajo como su asistente personal no se limita a estar presente en sus reuniones o hablar con sus socios; también implica mantener a raya a sus numerosas novias.
Es un presidente tan sensual y sexy que es acosado por miles de mujeres.
Cada seis meses, cambia de novia, y ninguna de ellas dura más de ese tiempo. El final siempre es el mismo.
—Lo siento, señorita Robles, el señor D’Argent no puede seguir con usted. Hay diferencias irreconciliables, pero envía este obsequio por la dedicación que tuvo a la relación.
Ahora la señorita Robles llora y, en un arranque de desesperación, me abofetea.
—¡Tú, es tu culpa, perra zorra! Seguro que arruinaste mi relación porque lo quieres solo para ti.
Me contengo a no atacarla, a no dejar que la rabia me consuma.
Los guardias la detienen mientras yo me alejo, con la mejilla roja y la ira tragándose mi bilis.
Odio a Azkarion D’Argent; no solo es un cobarde que no se atreve a dar la cara, sino que usa a las mujeres como si fueran corbatas, además de ser mezquino, arrogante y detestable.
Sin embargo, no puedo renunciar. Mi hermana depende del dinero que gano para tratar su terrible enfermedad.
Cada día, el peso de esa responsabilidad me aplasta un poco más.
Llego a la empresa, el edificio más alto de Ciudad Piedad, con la esperanza de que el día fuera diferente.
Subí al décimo piso, toqué la puerta y escuché su voz, grave y casi ronca.
—Adelante.
Al entrar, lo que vi me dejó sin palabras.
—Jefe, yo… —mis ojos se abren con horror. No puedo apartar la mirada de la escena que se despliega ante mí, como si mis pies estuvieran pegados al suelo.
Mi corazón late con fuerza y el calor inunda mis mejillas, estoy segura de que lucen más rojas que el carmesí.
Me falta el aliento, y lo que veo me deja completamente aturdida.
Ahí está él, Azkarion D’Argent, y una mujer.
Ella está recargada contra el escritorio, su rostro hundido en la mesa desnuda solo de la cintura para abajo.
Y Azkarion, ahí, embistiéndola por detrás, tomándola del cabello con una fuerza vívida.
Pero eso no es lo peor. Lo peor es su mirada, sus ojos oscuros y penetrantes clavados en mí, mientras su cuerpo se mueve sobre esa mujer.
Y yo, ahí, como una estúpida, no puedo moverme, aunque quiero.
La confusión y la rabia se entrelazan en mi interior. Reacciono, intento escapar de esa escena, de ese momento tan humillante, pero su voz me detiene en seco.
—Verena Hills, ¡no te atrevas a irte o te despediré!
Me detengo en seco, sintiendo cómo el miedo se apodera de mí.
No puedo perder este trabajo, no puedo permitirme el lujo de dejarlo ir.
Me giro lentamente y lo miro.
Sus ojos oscuros parecen tan grandes, las pupilas dilatadas por la excitación del momento.
Él sigue moviéndose con un desenfreno casi primitivo, pero no hace ningún gesto; su rostro parece tallado en hielo, impasible y distante, como si estuviera en otro mundo.
Cierra los ojos un segundo, tomando una respiración profunda.
La mujer que está con él gime como una gata en celo, su voz se agudiza al pronunciar su nombre de una manera tan infantil que me provoca un escalofrío.
Retrocedo un paso, sintiendo cómo algo en esa voz hace que mi cuerpo tiemble.
Maldita sea, ¿qué está pasando? Siento algo extraño, una mezcla de deseo y repulsión.
¿Cómo se sentirá estar ahí, en su lugar?
A mis veintitrés años, nunca he tenido sexo. No me juzguen, tengo un sueño, uno que muchos considerarían absurdo: llegar virgen hasta el día de mi boda.
Pero en este trabajo, tengo algo seguro: moriré soltera por culpa de Azkarion D’Argent.
La ironía de mi situación no me escapa.
Vuelvo al presente, y él termina lo que estaba haciendo.
Su mirada se baja, y cualquier sensación que había sentido se reemplaza en mí por una indignación ardiente.
—Ya puedes irte, mujer —dice con desdén.
—Pero… señor… —intenta protestar, pero su tono es firme.
—¡Largo!
La mujer se va, acomodándose la ropa, y yo no la miro, ni quiero. Es un momento que preferiría olvidar.
—Verena, ven conmigo —ordena, y lo veo caminar hacia el baño.
Ruedo los ojos, sintiendo que mi paciencia se agota, pero lo sigo.
Al entrar, lo veo lanzar el preservativo al excusado, y la imagen me provoca un asco inmediato.
—Señor D’Argent, ¿sabe la contaminación que realiza? —no puedo evitarlo, la indignación brota de mis labios.
Él sonríe, está con los pantalones puestos, pero desabrochados, y su media sonrisa me da escalofríos.
—Verena Hills, recuérdame, ¿a cuánto equivale mi fortuna?
—Bueno… usted tiene una fortuna de casi mil quinientos billones de dólares, y… es el quinto hombre más rico del mundo, el más rico menor de cuarenta años —respondo, sintiendo que mis palabras resuenan en el aire.
Su sonrisa se ensancha, como si disfrutara de la conversación.
—¿Ahora sabes el valor de cada espermatozoide? —pregunta, mientras hala la palanca del inodoro, y solo siento asco.
Comienza a desnudarse, y no puedo soportarlo más; me giro, escuchando el sonido de la regadera al abrirse.
La puerta de cristal marmoleado nos separa, pero puedo ver su silueta a través de la puerta.
Por un segundo, me quedo pasmada.
¿Cómo es posible que un hombre pueda tener un cuerpo tallado por dioses y al mismo tiempo ser tan desalmado?
Sacudo mi cabeza, tratando de despejar mis pensamientos confusos.
—Señor, ¿puedo retirarme? —pregunto, intentando mantener la voz firme.
—Verena, mañana iré al cóctel de los treinta, vendrás conmigo —dice con una autoridad que no deja lugar a dudas.
—¿Por qué? —exclamo sin pensarlo, la sorpresa tiñendo mi voz.
—¡Porque eres una reina! Tonta, ¡eres mi asistente! Si necesito firmar, debes leer lo que firmo. Puedes largarte —exclama con desesperación y enojo, siempre es así cuando quiere ridiculizarme.
No digo nada, simplemente salgo de ahí, sintiendo cómo la frustración y el desprecio burbujean dentro de mí.
Azkarion D’Argent, eres el hombre más insoportable del mundo
Abrí los ojos lentamente, como si mis párpados pesaran toneladas.Por un segundo no supe dónde estaba. Solo vi una luz blanca, demasiado blanca, casi hiriente. Ese color me hizo sentir frío de inmediato, un frío que se me metió por la piel, que me apretó el pecho y me recordó que no estaba en casa.Parpadeé varias veces hasta que las formas se hicieron más claras. Una cama rígida. Una sábana áspera.Materia desinfectante impregnando el aire. Hospital.Estaba recostada con una bata celeste que dejaba mis brazos expuestos. Me sentía vulnerable. Tan frágil. Como si cualquier cosa pudiera quebrarme de nuevo. Vi mi mano vendada.Y entonces lo vi.Azkarion D’Argent estaba de pie, apoyado contra el marco de la ventana.Su figura alta proyectaba una sombra alargada que contrastaba con la claridad blanca del cuarto.Por un instante pensé que estaba imaginándolo, que quizás el trauma me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Estaba ahí. Inmóvil. Silencioso. Como una estatua esculpida en piedr
—¡Déjenme en paz! —grité desesperadaLos hombres rieron, una risa cruel y burlona que resonó en mis oídos como un eco aterrador.Mis ojos estaban al borde del llanto, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de mí.Nunca en mi vida me había sentido tan pequeña e indefensa como en ese preciso instante.La situación era tan abrumadora que lo primero que me vino a la mente fue llamarlo a él, ¡sí, a mi jefe!Pero, ¿cómo podría hacerlo?Los hombres me arrastraron hacia una habitación oscura y fría, donde la luz tenue de color neón que hacía la escena terrorífica.Me lanzaron contra el suelo con una fuerza brutal, y el impacto me dejó sin aliento.En medio del caos, escuché a Alexander Merchant gritar:—¡Yo primero! —su voz estaba llena de ansias desmedidas, como si estuviera compitiendo en un juego macabro.La risa de los demás se volvió ensordecedora, y mi corazón latía con fuerza, como si intentara escapar de mi pecho.La sensación de vulnerabilidad era aplastante, y cada risa parecí
Salí corriendo antes de pensarlo demasiado. No quería hacer ruido, no quería llamar la atención de nadie, solo necesitaba alejarme de ahí lo más rápido posible.Mis piernas temblaban mientras avanzaba por el pasillo alfombrado del piso cuarenta y uno, ese lugar donde normalmente reinaba el silencio absoluto… excepto esta noche, que parecía estar poseído por un eco extraño, casi burlón.No podía dejar de preguntarme: ¿por qué mi jefe pronunció mi nombre mientras se masturbaba?La frase retumbaba dentro de mi cabeza como un martillazo.No lo entendía. No quería entenderlo.Azkarion D`Argent era uno de los hombres más ricos del país, un magnate frío, distante, impecable… y aterrador.Esa clase de billonario que vive en otro universo donde las reglas son distintas, donde el poder lo justifica todo.Siempre había escuchado rumores sobre sus fetiches, sus fiestas, sus caprichos, sus amantes… pero jamás imaginé escucharlo gemir mi nombre al borde del clímax.Esa imagen me carcomía desde dent
Sentí mi respiración acelerarse sin que pudiera controlarla. Él había dado un pequeño paso hacia mí en el ascensor, lo suficiente para invadir mi espacio, lo suficiente para que su presencia se sintiera como un golpe cálido contra mi piel. El aroma suave de su loción, esa mezcla entre madera y algo más oscuro, me envolvió. Tragué saliva sin poder evitarlo.¿Qué demonios me estaba pasando?Sí, mi jefe es guapo. No, guapo, no… hermoso, peligroso, tallado con una perfección casi antinatural, como si hubiera sido creado solo para seducir. Pero no para mí. No para mí.Él es un mundo al que jamás perteneceré. Una galaxia demasiado lejos, demasiado fría, demasiado costosa.La puerta del elevador se abrió con un suave “ding” y él se alejó como si nada hubiera ocurrido. Como si no acabara de atraparme contra la pared con su mera presencia. Como si no me hubiera dejado sin aire.Ni un vistazo. Ni un respiro. Azkarion D’Argente siempre hacía eso: te derribaba y luego fingía que no había pasado.
Madrugué al día siguiente, como siempre.No podía quejarme: el sueldo como asistente del presidente D’Argent es muy bueno.Gracias a ese sueldo puedo vivir en un apartamento tranquilo, enviar dinero a mi familia, pagar gastos médicos y mantener un colchón de ahorros que cualquier persona en mi situación envidiaría.Pero… ¿Qué hay de mi paz mental?Eso, Azkarion jamás podría pagarlo.Me levanté con ese pensamiento, arrastrando los pies hasta el baño, intentando dejar atrás la imagen que me había atormentado toda la noche: su cuerpo, su mirada clavada en mí mientras… No. No iba a pensar en eso. No debía.Respiré hondo y me obligué a concentrarme.Tenía un evento importante ese día. Me puse mi mejor vestido oscuro, elegante pero sobrio, y encima, un saco blanco que equilibraba la formalidad.El coctel de los treinta… lo detestaba. No era un coctel de negocios directamente, aunque de vez en cuando ahí nacían alianzas.En general, solo era una reunión en la que los amigos de mi jefe se pre
Odio a mi jefe. Es tan gruñón que a veces deseo que un día simplemente desaparezca de mi vida.Sin embargo, para muchas mujeres, trabajar cerca de él, es el premio mayor, él es el hombre más irresistible que jamás hayan conocido.Alto, con anchos hombros, una figura imponente y atractiva, sus ojos oscuros parecen tener un magnetismo que atrae a todos a su alrededor. Su piel morena y varonil, junto con su boca sensual, lo convierten en el epítome de la masculinidad.Pero, ¿de qué sirve todo eso? Podría ser el hombre perfecto, pero su personalidad detestable lo arruina todo.Siempre me grita, siempre está serio. Una sola mirada de él es suficiente para hacerme temblar, pero no de la forma en que tus piernas se humedecen por deseo, sino del miedo a ser regañada.Mi trabajo como su asistente personal no se limita a estar presente en sus reuniones o hablar con sus socios; también implica mantener a raya a sus numerosas novias.Es un presidente tan sensual y sexy que es acosado por miles de





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