Hace siete años.

¿Pero cómo…? ¿Por qué la pequeña parece forjada por su sangre?

La sala parece contener el aliento pero es solo él. Ve cómo la niña ríe ante algo que la mujer le dice al oído, y luego ve la corriendo fuera de la sala.

—¡Lo siento por interrumpir! —grita ya fuera.

Beatrice, Karina, incluso la secretaria de Raúl ríen bajito por su ocurrencia, pero el CEO no deja de mirar la puerta, y luego a la mujer castaña que ahora murmura algo hacia su primo, haciéndolo lucir muy molesto.

El recuerdo de una noche hace siete años lo alcanza pero rápidamente se desvanece, angustiándolo.

No. No.

Está… alucinando porque está cansado por la presión de su suegro, con sus indirectas sobre un compromiso con su hija.

Cansado de que su familia piense que perderá la empresa si no mantiene la relación con Madison.

Y frustrado porque, como el idiota de Aarón ha mencionado antes: LatinUnion sí tiene problemas con sus clientes; gracias a Family Linkash.

Alejando todos esos pensamientos, se aclara la garganta para continuar.

¿Qué era lo que iba a decir?

Demonios.

Algo no parece estar bien en la sala.

¿A dónde ha ido Aarón?

—Es usted muy amable —dice Beatrice al verlo un poco ido—. El día de hoy estaremos ofreciendo un almuerzo navideño a nuestros empleados, si quieren quedarse…

Raúl quiere hablar para negarse, pero entonces su socio y mejor amigo, John, habla.

—Ohhh, dígame que el asado fue preparado por latinos.

—Lo fue —responde Beatrice, sonriente.

El CEO mira la sonrisa, su pecho se presiona.

Esa sonrisa…

Esa boca…

Colocando una mano sobre el hombro de John, le murmura que es un “muerto de hambre” y que lo deje solo con la mujer.

John levanta las cejas divertido, ignorando el insulto.

La sala comienza a despejarse, dejando solo a la castaña con su secretaria, y entonces Raúl se mantiene firme, mirándola fijamente.

Beatrice traga hondo.

Sentado es una cosa, pero de pie…

Demonios, la rebasa como por cinco centímetros o más. Sus hombros anchos, su barba baja perfilada, ese ceño tenso y su madurez como tal, sin duda lo hace un hombre atractivo.

¿Pero acaso ella no lo odia por todo lo que ha escuchado? Bueno, ahora no está en condiciones de dejarse llevar por eso.

Entendiendo que quiere hablar a solas, le dice a Karina que lleve los invitados al comedor. Y pronto en la sala solo se escucha respiraciones pesadas.

—Ni siquiera pude presentarme formalmente. Mi nombre es Raúl Meléndez, ¿y usted es…?

Beatrice estira la mano, profesional. Ambos pretenden ignorar el calor que les recorre la espina dorsal por ese sutil tacto.

—Beatrice Durán…

Raúl se muerde el interior de la mejilla, pasando por su lado y caminando hacia el asiento donde ella estaba, viendo el dibujo sobre la carpeta.

Una niña con su madre y una caja de regalo que las duplica en tamaño. Su sonrisa se expande sin planearlo.

Se pregunta qué tipo de regalo podría pedir una niña como ella, con una madre exitosa.

Él entiende sobre caprichosos infantiles. Tiene una hija adoptiva, que, no es superficial, pero a veces le pide cosas muy aleatorias y extrañas que le cuesta conseguir.

Sale de sus pensamientos cuando las manos femeninas toman el dibujo.

Él mejora su postura y mira a Beatrice, la cual lo mira como si le hubiera salido una segunda cabeza.

—¿Ocurre algo, señor Meléndez? Espero que no se haya molestado por lo ocurrido… —Suspira—. Mire… Podemos ser competidores comerciales pero jamás traería a alguien aquí para orillarlo de esa manera.

Raúl esboza una pequeña sonrisa. Esto le confirma que la mujer tiene problemas con su primo, y que, tal vez Family Linkash está a unos pocos meses de tener un gran problema.

¿Debería emocionarlo? Sí, pero no se siente correcto por alguna razón.

Volviendo la atención a sus manos, curiosea:

—Es su hija… ¿Qué edad tiene?

La castaña lo mira sin entender.

¿Por qué quiere saber de su hija? Es extraño. Sin embargo, al haber escuchado rumores de que él tiene una hija, piensa que solo quiere ser amable.

¿Pero realmente lo es? ¿Acaso no es como todos dicen ser?

En lugar de estar aquí a solas con ella preguntándole por su hija, ¿no debería estar intimidándola o reclamándole por lo que le ha hecho pasar Aarón?

—Tiene seis… ¿Y su hija?

El pelinegro mete las manos en sus bolsillos, y sigue caminando por la sala como si le perteneciera.

Y ella lo ve, la forma en que no entiende por qué resulta tan conocido y desconocido a la vez.

—Tiene diez, recién cumplidos… —responde, luego se gira hacia ella—. Lo pregunto porque no pude evitar notar el dibujo del regalo gigante. Mi hija en su cumpleaños… Me ha pedido un delfín. Así que me cuestionaba, ¿qué regalo podría querer su hija?

Beatrice no puede evitar reír después de salir del shock. Se acerca a él, juntos mirando hacia las afueras del edificio, a través del cristal.

Él también ríe y de repente el ambiente no parece nada desconocido. Lo sienten.

—Vaya… Un delfín… ¿Se lo compró?

Raúl sacude la cabeza.

—Aunque pude hacerlo… No lo hice. Al menos no le compré uno real. Porque quería tenerlo en casa y eso habría sido desastroso…

Ella vuelve a reír y él… simplemente la ve.

¿Cómo es que está hablando de su hija con una desconocida?

Él no es este tipo de persona.

Antes de que pueda mejorar su postura y deshacer el desborde de confianza que ha tirado en ella, Beatrice deja de reír, y luego su sonrisa decae, al abrir el dibujo en sus manos.

Sus ojos se cristalizan y su garganta se traba.

—P-Perdón… Señor Meléndez, me tengo que ir… Espero verlo en unos minutos en el almuerzo.

Ni siquiera puede verlo porque, no quiere que la encuentre al borde del colapso.

“Papá.”

Eso es lo que dice en la cinta del regalo en el dibujo.

Valentina quiere ver a su papá.

El hecho de que ni siquiera se haya atrevido a dibujarlo como se lo imagina, el hecho de que sea un completo desconocido para ella, y que Beatrice no haya tenido las agallas de decirle que jamás podrá conocerlo, cala en lo más profundo de su corazón.

Raúl la ve irse, su corazón palpita extraño por su estado.

¿Qué vio en ese dibujo que él no vio?

Sin siquiera pensarlo, sus pies lo guían a seguir a la mujer.

No debería estarla siguiendo, pero quisiera volver a ver a la niña, y entonces…

Escucha su voz y la de la niña dentro de una oficina que para su conveniencia tiene la puerta semi abierta.

Del lado dentro Beatrice toma asiento al lado de su hija.

—Valentina… Cariño… Es muy bonito tu dibujo —le dice, acariciando su cabello.

La niña asiente, viéndola con una sonrisa gigante de dientes faltantes.

—¿Ya viste cuál quiero que sea mi regalo mami?

Los latidos de Beatrice aumentan.

¿Cómo explicarle que ni ella conoce al hombre que la embarazó?

Ocurrió en una fiesta, una discoteca latina, hace siete años, después de la celebración por el aniversario de Family Linkash.

Bebió demasiado, y luego, hubo mucho llanto. Recordaba la forma en que sus padres murieron, justo cuando estaban emigrando a Estados Unidos desde Venezuela. Lo último que recuerda de esa noche es que un hombre con rostro distorsionado la consoló, que bebieron más juntos, y que… Amaneció en una habitación de hotel barata.

Un mes después descubrió que estaba embarazada, de un completo desconocido.

—Cariño… Me temo que… Yo…

La niña la ve, su sonrisa apagándose a medida que ve los ojos llorosos de su madre.

Beatrice no quiere romperle el corazón. Tampoco desea que su hija la señale por haber sido tan… ¿irresponsable? Ohhh. Tiene tanto miedo de decepcionar a su pequeña.

—Ni siquiera sé su nombre —murmura la niña, bajando la mirada—. Nunca… Me muestras sus fotografías… Mami… Dijiste que serías mi hada madrina… No quiero ningún regalo para jugar, tampoco que me dejes ver la tele hasta muy tarde, yo solo… —Sus manitas juegan entre sus piernas, a punto de llorar, hasta que no lo puede soportar. La ausencia de una figura paterna y la falta de explicación de su madre explotan en su pecho—. ¡Q-Quiero conocer a mi papá! ¡Quiero verlo a él y mis abuelos esta navidad!

Dos corazones se rompen.

Beatrice, temblando por la conmoción, la lleva a su pecho, pensando qué hacer al respecto.

Mientras que Raúl, temblando, con el nudo en la garganta, es invadido por los recuerdos vagos de hace siete años.

Él llegando a la discoteca, encontrando a una bonita mujer desconsolada en la barra.

Y luego, su risa, las manos, los besos yendo y viniendo.

Esos ojos.

Esas inolvidables curvas.

¿Podría ser?

¿Es Beatrice la mujer con la que tuvo sexo hace siete años?

Y si es así…

¡¿Entonces esta niña es su hija?!

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