Mundo ficciónIniciar sesiónCada paso entaconado que Beatrice da por el palco VIP hacia los dos hombres, se siente como una punzada en su corazón, un cubo de hielo en su columna vertebral, derritiéndose hacia hacerle humedecer los labios una vez más.
Porque allí está él. Raúl Meléndez, prominente. Vestido con un pantalón caqui, saco del mismo tono, camisa blanca con los primeros tres botones fuera, zapatos casuales blancos. Parece informal, pero no lo es. Mientras su mirada lo recorre de pies a cabeza, Beatrice no cree que este hombre pueda ser informal ni con shorts.
«Verlo así es un espectáculo, ¿cómo será sin ropa?»
Sus mejillas se calientan ante ese pensamiento rápido, e intenta sonreír cuando lo tiene a un metro.
—Señoritas, bienvenidas, ¿quieren algo de beber? —cuestiona John, alegre.
Raúl traga seco con la mirada en Beatrice, deja la bebida a un lado y palmea a su amigo.
—¿Quieres embriagarlas tan pronto? —bromea, dando una sonrisa pequeña. Luego estira su mano hacia Beatrice—. Señorita Durán, espero que no haya hecho muchos sacrificios para venir aquí.
La castaña toma su mano fría, pero el apretón en sí se siente caluroso, vibrante. Ambos lo sienten. Y es una molestia cuando se apartan.
—De hecho no tanto, tengo una excelente amiga.
—Amiga y secretaria —dice John con una risita—. Karina, ¿por qué siento que, aunque yo no sea el secretario de Raúl, tú y yo somos exactamente lo mismo?
Karina ríe un poco.
—Ser amigos y trabajar juntos no debería ser algo incómodo, señor.
John alza los hombros, dándole una mirada a su amigo.
—Si supieras lo que es trabajar con este hombre no dirías lo mismo.
—Pero seguro que es buen amigo —dice Beatrice, devolviendo la mirada hacia Raúl, sintiendo acelerarse por su mirada profunda—. ¿No, señor Meléndez?
—Soy un excelente amigo —asegura, expandiendo la sonrisa.
John frunce ligeramente el ceño.
«¿Por qué tan de buen humor con su presencia?», se pregunta.
—Pero un mal educado… —lo acusa—. Señoritas, tomen asiento, por acá…
Ambas son dirigidas a los asientos con vista directa al alboroto de los demás niveles y por supuesto, el centro de la discoteca. En el palco, la música no es como afuera, además hay aire, Beatrice agradece eso.
—Gracias por su invitación. Me atrevo a preguntar, ¿son todos estos sus empleados?
Raúl fija la vista en la línea de su cuello femenino exquisito cuando inclina la cabeza hacia abajo. Se cruza de piernas, y exhala.
—Solo una cuarta parte, ¿los demás? Amigos de John, por supuesto.
—Pues tengo muchos amigos, Raúl, no soy un amargado como tú…
—John, cierra la boca…—espeta, pero en un tono ligero. Y luego ve cómo las mujeres se dan una mirada, divertidas—. Mejor ve por bebidas, ¿quieres?
—Oh no. No soy tu mesero. Allí tienes tu propio bartender. Además, si no es muy rápido, Karina, ¿quieres bailar conmigo?
La chica le da una mirada a su amiga, Beatrice le alza los hombros.
—Mañana es feriado, nadie puede culparme —repite las palabras de Raúl esta mañana.
El pelinegro sonríe por eso.
Ambos ven cómo el par se va por el ascensor y entonces Raúl se sienta a su lado.
Beatrice se estremece, no se aparta porque no quiere ser mal educada y porque tampoco lo desea. Su perfume inunda sus fosas nasales, le envía cosquillas por todo el cuerpo. Respira profundo, con las manos sobre las piernas.
—¿Entonces? ¿Quiere algo de beber? —cuestiona él, más grave.
Ella suspira. Es demasiado intimidante.
—Un Martini estaría bien.
—Un Martini y un whisky por favor —dice al bartender.
Luego vuelve a verla, recostándose del asiento, pero llevándose una mano entre el mentón y la boca.
Ella ríe, nerviosa, por su mirada analítica.
—¿Sucede algo?
—Estoy contemplando a mi rival.
Las risas suaves llegan. El calor en sus pechos también. Luego el bartender se acerca. Ambos dan sus primeros tragos, el alcohol arde en sus gargantas.
Ella se recuesta también del asiento, con una pierna cruzada, la copa de Martini en la mano inclinada hacia arriba, intentando verse natural a pesar de la tensión.
—Es extraño que no… Nos conociéramos antes, en persona, digo.
—Lo es —asegura Raúl—. Pero había escuchado algunas cosas…
—Yo también —confiesa, desviando la mirada hacia el Martini.
El pelinegro se inclina, hablándole bajo, como un secreto.
—¿Cosas buenas o malas?
Ella sonríe.
—Uhm… Ambas.
Hay un pequeño silencio, tenso, pero no lo suficiente como para querer alejarse. Ella no puede creer que esté en este lugar, hablando así de cerca con su rival. No debería confiar en él, pero… después de hoy, y el hecho de que Aarón fue un idiota… ¿Debe al menos hacerle compañía? Pues no hay nadie aquí además de John antes.
—Entonces… no es buena tolerando el alcohol, señorita —comenta él, recordando su comentario en la tarde, y el hecho de que, parece no recordarlo de nada antes.
—¿La verdad? Solo bebo un par de copas en fechas festivas —responde rozando sin querer la punta de su tacón con la rodilla masculina. Traga hondo por eso.
Raúl siente la presión en su cuerpo, pero solo ve de su rodilla hacia ella, y esas mejillas rosadas.
Tiene que concentrarse.
—Es bueno, considerando que somos padres solteros.
Ella esboza una sonrisa, más relajada por el tema.
—¿Quién le dijo que soy madre soltera?
Él se tensa.
«Entonces tiene novio. Pero si ella es esa mujer, si esa niña es mía… ¿Por qué no puedo imaginarla con otro hombre?», piensa.
Es desagradable para él si quiera pensar que esa pequeña le diga “papá” a cualquiera.
Su humor cambia de repente.
Ella lo nota.
—Lo siento, supuse que usted…
—Lo soy —interrumpe, tomándose el resto del trago de una vez—. No sabía que usted lo era.
Raúl siente alivio en su pecho.
—Romina, tiene diez años.
—Valentina tiene seis.
—Valentina —repite con una sonrisa que no puede controlar—. Es… un hermoso nombre.
Beatrice asiente. Parece que… ¿es inofensivo? A solas solo pueden hablar de sus hijas y eso es bueno, ¿no? Tienen algo muy grande en común, bueno, dos.
—Romina también lo es.
Él sonríe a medias, nostálgico. Termina de tomar su bebida y le hace una seña al hombre para que lleve otra ronda.
—Es el nombre de mi mejor amiga.
—Ohhh… —pronuncia ella, un poco tensa. ¿Por qué la idea que una mujer sea tan importante la hace sentir extraña? —. Debe quererla mucho.
Raúl asiente, agradeciendo al hombre por las bebidas. Luego la ve fijamente. Sabe que la única manera de acercarse a ella es dejarse llevar por la confianza y la comodidad que le transmite, así que confiesa:
—La quiero, aunque no esté en este mundo —dice, con voz pausada, la nostalgia filtrándose—. Murió hace… siete años. Adopté a su hija, y es como si fuera mía desde siempre… Y aunque no haya sido ni es fácil… Pues lo intento cada día.
Algo en esa voz quebrada la desarma. Quizás porque ella también lleva muchos años estando sola, sin alguien que entienda el peso real de criar a una niña sin un padre.
Mirando su rostro nostálgico, la profundidad de su mirada, de repente todas las cosas que escuchó de él parecen esfumarse.
¿Puede un hombre con este corazón tratar mal a sus empleados? ¿Puede hacer trampas?
Quizás… En el mundo de los negocios sea frío, calculador, malvado. Pero el hombre que ella ve ahora, no es ese.
—Lo siento… —murmura, bebiendo rápido su Martini, y luego aclara su garganta para decirle: —Esa pequeña es afortunada de tener un padre como usted.
El pecho de Raúl se llena de calor.
Nadie le había dicho eso antes.
A pesar de los sacrificios, a pesar del dolor, sí… Él considera que es un padre devoto.
Por eso no piensa separarse de Beatrice, necesita saber si Valentina, esa niña que tiene sus ojos, su sonrisa, su ceño fruncido, es su hija. Porque no quiere verla sufrir.
¿Pero y si resulta que no?
¿Por qué siente que su vida entera depende de lo que suceda con ellas?







