Capítulo 2

La puerta de la habitación se cerró con un clic suave, aislando el mundo de Adeline y su desconcertante farsa. En el pasillo, bañado por la fría luz fluorescente, la tensión estalló.

Damián no esperó ni un segundo. Se giró hacia Jasper, agarrándolo del brazo con una fuerza que hizo que el otro hombre frunciera el ceño.

—¿Estás completamente demente? —le espetó Damián en un susurro cargado de furia, sus ojos oscuros, normalmente tan impasibles, brillaban con incredulidad—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Si esto es una broma, es de un mal gusto atroz!

Jasper no se inmutó. Al contrario, una sonrisa cínica y despreocupada se dibujó en sus labios. Se soltó del agarre de Damián con un ademán de fastidio.

—¿Gracioso? No, no es una broma —respondió Jasper, encogiéndose de hombros como si estuvieran hablando del clima—. Es una oportunidad. Mi novia, la mujer con la que iba a casarme en unos meses, por si lo habías olvidado, perdió la memoria. Es el regalo del destino, Damian. La puerta de salida que no sabía que necesitaba.

Damián lo miró como si acabara de crecer una segunda cabeza. —¿Libre? ¿Libre de qué, Jasper? —su voz era un hilillo de voz controlada, pero temblaba por los bordes—. Tienen una vida entera construida. Un apartamento, una boda planeada... ¡Dios, Jasper, la amas!

—¡Eso es justo el problema! —exclamó Jasper, bajando la voz al notar la mirada de una enfermera a lo lejos. Su expresión se volvió seria, egoísta—. Tengo treinta años, Damian. Treinta. Y siento que me estoy perdiendo la vida. Que me até demasiado joven. Antes de ser el señor Montes, el heredero, el esposo fiel... quiero ser solo Jasper. Quiero vivir experiencias nuevas, sentir esa... esa adrenalina otra vez.

Hizo una pausa dramática y un brillo lascivo apareció en sus ojos. —Por ejemplo, con Kathe —dijo, haciendo un pequeño guiño—. Esa chica... tiene un fuego que Adeline jamás tuvo, y me adora, lo sé.

El nombre cayó como un ladrillo en el estómago de Damián. —¿Katherine? —preguntó, con la voz ronca por la incredulidad—. ¿La mejor amiga de Adeline? ¿Estás diciendo que quieres serle infiel a Adeline... con su propia mejor amiga? ¡Ambas crecieron juntas!

—¡No será infidelidad! —replicó Jasper, como si fuera la lógica más obvia del mundo—. ¿No estabas escuchando? Ya no soy su novio. Tú lo eres ahora. —Señaló a Damián con el mentón—. Así que, técnicamente, yo soy un soltero libre y disponible. Solo necesito... unos meses. Unos meses para ser libre, para explorar, para no tener que rendirle cuentas a nadie. Y después, cuando me haya sacado esto del sistema, tú le dices la verdad, ella "recupera la memoria", y me la devuelves.

Damián sintió una oleada de náuseas. La deslealtad, la crueldad calculada de su mejor amigo, era abrumadora. —Esto es una completa locura, Jasper. Es retorcido. Ella está ahí, vulnerable y confundida, y tú estás jugando con su vida como si fuera un juego.

—Confía en mí —Jasper puso su mano en el hombro de Damián, en un gesto que pretendía ser de camaradería pero que solo sintió como una garra—. Sé que esto parece fuerte, pero piénsalo. ¿Yo te traicionaría? Jamás. Tú eres mi hermano. Y esto... esto es solo un préstamo. Me prestas tu identidad por un tiempo, y yo te presto a mi novia. Es justo. Tú siempre la has mirado, ¿no? —agregó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, una sonrisa que insinuaba que conocía un secreto que Damián creía bien guardado.

Esa última frase golpeó a Damián como un puñal. Lo dejó sin aire. ¿Era tan obvio? ¿Había sido tan transparente todos estos años, ocultando a duras penas una atracción que siempre le pareció un territorio prohibido?

—No digas estupideces —masculló Damián, desviando la mirada.

—Solo son unos meses —insistió Jasper, su voz suave pero implacable—. Ayúdame con esto. Hazlo por tu mejor amigo. Quiero ser libre, y tú... —su mirada se dirigió hacia la puerta cerrada—, quizás esta es tu única oportunidad de tenerla, aunque sea en una mentira.

Damián miró la puerta. Allí estaba Adeline. Inteligente, radiante, y ahora terriblemente engañada. La mujer a la que su mejor amigo estaba dispuesto a descartar como un juguete roto. Una ola de protección feroz, mezclada con un deseo largo reprimido y la repulsión por la proposición de Jasper, libró una batalla campal dentro de él.

Finalmente, con el rostro convertido en una máscara de piedra, asintió lentamente. No por Jasper. No por su enfermiza idea de libertad. Sino porque, en ese momento, la única persona que parecía querer proteger a Adeline de la verdadera crueldad era él.

—Bien —susurró Jasper, una sonrisa triunfal en su rostro —. Ahora, ve con tu novia. Yo me encargo de llamar a Katherine a ver cómo está... mi querida cuñada.

Jasper se alejó por el pasillo, sacando su teléfono, mientras Damián se quedó plantado frente a la puerta, sintiendo el peso de una mentira sobre sus hombros…

Lo que ninguno de los dos hombres vio fue la figura que permanecía inmóvil, escondida en el recodo del pasillo, justo detrás de una columna. Katherine se apretó contra la fría pared, conteniendo la respiración. Había regresado unos minutos, con la intención de acompañar a Adeline, pero se había topado con esa discusión que ahora hacía latir su corazón con una emoción mezclada con culpa.

Mi novia perdió la memoria y voy a aprovechar esta oportunidad para ser libre.

Ya estaba cansado de estar atado... Quiero vivir nuevas experiencias... por ejemplo, con Kathe.

Las palabras de Jasper resonaban en su mente como un eco dulce y prohibido. Él quería estar con ella. No como el secreto avergonzado que era hasta ahora, sino libremente. Y todo porque Adeline, por un capricho del destino, no podía recordarlo.

Un pensamiento tan oscuro como seductor comenzó a tomar forma en su cabeza, ahogando los últimos vestigios de su lealtad.

¿Y si Adeline nunca recordaba?

La pregunta se instaló en su mente, creciendo como una enredadera venenosa. ¿Y si...? No sería su culpa. Había sido un accidente. Un trágico y oportuno accidente. Si la amnesia de su "mejor amiga" era la llave que le abría las puertas para tener por fin a Jasper para ella sola, sin escondites, sin mentiras... ¿iba a ser tan tonta de no aceptar el regalo que el destino le tendía?

Una sonrisa lenta y calculadora se dibujó en sus labios, oculta en la penumbra del pasillo. Ya no tenía que conformarse con las migajas de su atención, con ser la amante a escondidas. Podía ser todo. La mujer que consolaba a Jasper en su dolor, la comprensiva que apoyaba a su "cuñada" enferma... y eventualmente, la nueva y brillante prometida.

Sacó su teléfono y encontró un mensaje de Jasper:

Jasper: ¿Donde estás Kathe, ¿Sigues en el hospital?

Katherine: ¿Estás bien? Estoy preocupada por ti. ¿Vienes a casa? Te preparo algo para que te relajes.

Escondió el teléfono y lanzó una última mirada a la puerta cerrada de la habitación de Adeline. Ya no veía a una amiga herida, sino a un obstáculo que milagrosamente se había autodestruido.

—Lo siento, Addi —murmuró para sus adentros, sin un ápice de sinceridad—. Pero a veces, la felicidad de una persona depende de... la desgracia de otra.

Y con la elegancia de una pantera, se alejó silenciosamente por el pasillo, acomodándose la blusa, pronunciando más su escote y acomodando más su labial

***

La puerta se cerró y me quedé sola, escuchando el latido de mi propio corazón mezclado con el suave goteo del suero en mi vena. Mis pensamientos eran un enjambre de avispas enfurecidas zumbando dentro de mi cráneo.

¿Por qué? La pregunta se repetía una y otra vez, golpeando contra mis sienes con más fuerza que el dolor de mis costillas. ¿Por qué Jasper había dicho eso? ¿Por qué me había llamado "cuñada" y había empujado a Damián hacia mí como si yo fuera un paquete incómodo que necesitaba un nuevo dueño?

Mi lógica, esa parte de mí que ordena códigos y resuelve problemas, intentó encontrar una explicación. Tal vez Jasper sí había caído en mi trampa. Tal vez, en un giro de los dioses del humor absurdo, él me estaba devolviendo la jugada con una broma aún más elaborada. Era la única idea a la que podía aferrarme sin que el pánico me ahogara por completo. En cualquier momento, ese idiota hermoso entraría por la puerta, riendo a carcajadas, y me diría "¡Te gané!". Y entonces, todo volvería a la normalidad.

La puerta se abrió de golpe.

Mi corazón dio un brinco de esperanza. ¡Jasper! Pero no. Era Damián.

La decepción fue un sabor amargo en la boca. Y luego, una nueva esperanza, más tenue: Damián, el siempre racional, había venido a confesarlo todo. A decirme que la farsa había terminado. Lo miré fijamente, buscando en sus ojos oscuros, en la línea firme de su boca, una señal, un guiño, cualquier cosa que me dijera "tranquila, yo sé que esto es una mentira".

No hubo nada. Solo una seriedad profunda, y algo más... ¿nerviosismo? Se quedó de pie frente a mí, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de vestir, que parecía absurdamente elegante para la blancura mortuoria de esta habitación. Su silencio era más aterrador que cualquier palabra. El peso de la realidad comenzó a aplastarme. Esto... esto no era parte del plan.

Decidí que mi única salida era seguir actuando. Bajé la mirada, fingiendo una timidez que no sentía, y retorcí los dedos sobre la sábana áspera.

—Entonces... —dije, haciendo que mi voz sonara pequeña y quebradiza— ¿tú eres mi novio?

La pregunta flotó en el aire cargado de desinfectante. Vi cómo su cuerpo se tensaba. Vi el leve temblor en su mano antes de que la apretara contra su muslo. Damián, el muro de granito, estaba nervioso. Eso me desconcertó más que cualquier otra cosa.

—Sí —respondió, y su voz sonó ronca, como si la palabra le hubiera arañado la garganta al salir—. Pero... —Hizo una pausa, y por primera vez, sus ojos se encontraron con los míos por un instante antes de desviarse— comprendo que esto debe ser abrumador para ti. No espero que lo aceptes o lo entiendas de inmediato. Tomaré esto con calma. Te daré todo el tiempo que necesites.

Asentí, sintiendo un nudo en el estómago. "Tomaré esto con calma". ¿Desde cuándo Damián era un hombre que "tomaba las cosas con calma"? Él era pura intensidad contenida, decisiones rápidas y miradas que evaluaban en segundos. Su actitud no cuadraba. Nada cuadraba.

Se acercó entonces. Por instinto, me replegué sobre mí misma, un movimiento leve, casi imperceptible, pero él lo captó. Se detuvo en seco, y juraría que vi un destello de algo... ¿dolor?... en sus ojos antes de que se empañaran de nuevo. En lugar de eso, se sentó con cuidado en la silla junto a mi cama, manteniendo una distancia prudente que, sin embargo, me pareció insuficiente. Su sola presencia llenaba la habitación.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

"Confundida. Aterrada. Engañada." —Solo... me duele un poco la cabeza —mentí.

—Es normal, después del accidente.

—Sí... es cierto.

Y entonces, el silencio. Un silencio pesado, incómodo, lleno de todas las palabras que no nos atrevíamos a decir. Yo buscaba desesperadamente una salida, una forma de probar el terreno. Él parecía igual de perdido que yo, sus ojos fijos en el cuadro de flores genéricas de la pared opuesta.

Finalmente, se levantó. —Iré a hablar con el doctor. A ver cuál es el pronóstico y cuándo podrás salir de aquí.

Asentí, aliviada por el respiro. Pero entonces, una idea surgió en mi mente, una prueba de fuego. Si esto era una broma de Jasper, Damián no la superaría.

—Espera —dije. Él se volvió, una ceja ligeramente arqueada—. ¿Podrías... traerme algo de comer? No esta comida de hospital. Algo de verdad.

—Claro. ¿Qué te apetece?

Lo miré directamente, desafiante bajo mi máscara de damisela en desgracia. —Ramen. De ese puesto callejero que está a dos cuadras de la oficina. El de tonkotsu.

Su reacción fue instantánea. Sus ojos se abrieron de par en par por una fracción de segundo, un destello de pura y genuina sorpresa que no pudo disimular a tiempo. Mi corazón se encogió.

¿Cómo lo sabía?

Era mi pequeño pecado secreto. Mi consuelo después de un día malo, mi celebración después de un triunfo. Un detalle tan íntimo y mundano que ni siquiera Jasper, después de todos esos años, lo había notado. Para Jasper, la comida era un accesorio de su estatus. El ramen callejero no estaba en su menú.

Pero Damián lo sabía. —Por supuesto —dijo él, recuperando su compostura con una velocidad pasmosa. Pero ya era tarde. Yo lo había visto—. Volveré pronto.

Asintió con esa formalidad que siempre lo caracterizó y salió de la habitación.

Cuando la puerta se cerró, dejé escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo. Ya no estaba segura de nada. La teoría de la broma se desmoronaba como un castillo de naipes, y una fría y aterradora posibilidad tomaba su lugar.

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