Mi corazón dio un vuelco, pero no fue de emoción. Fue una sacudida de pura rabia. Allí estaba él, parado en el pasillo, con un ramo de lirios —mis favoritos, el muy cínico— como si fuera el prometido del año.
Sus ojos me vieron primero, notando mi atuendo y la maleta en mi mano. Luego, su mirada se deslizó hacia Damián, que seguía de pie en el marco de la puerta.
Pude ver cómo Jasper lo miraba de arriba abajo. Un escaneo lento, crítico, que repasó la elegante ropa de Damián. La sonrisa nerviosa de Jasper titubeó, reemplazada por una sombra de confusión.
—¿Saldrán? —preguntó Jasper. Su voz intentaba sonar casual, pero no pudo ocultar el filo de sorpresa.
Damián lo miró serio. No se movió ni un centímetro, bloqueando la entrada con su presencia que era notoriamente más grande e imponente que la de Jasper. Su rostro era una máscara de fría indiferencia.
—Por supuesto —respondió Damián, su voz plana y cortante—. Iremos a visitar a los padres de Adeline.
Jasper lo miró serio por un segundo