El tren se estremeció con un largo quejido metálico antes de empezar a moverse. El zumbido constante de la locomotora vibraba a través del suelo, subiendo por mis pies y asentándose en mi pecho, justo donde mi corazón parecía haber olvidado su ritmo normal.
Estaba sentada junto a la ventana. El cristal estaba frío contra mi sien, pero no hacía nada para apagar el calor producido por la verguenza que sentía en la cara.
Afuera, el andén de la estación se deslizaba hacia atrás. Figuras borrosas se despedían, pero yo no veía nada de eso. Mi mente estaba atrapada en un bucle de quince minutos atrás.
La sensación de su mano cerrándose sobre la mía.
No fue un gesto suave. Fue una captura. Firme, posesiva, e innegable. El tirón que me sacó de equilibrio. El impacto sordo cuando mi cara golpeó su pecho.
Y su voz.
Tranquila. Yo estoy aquí. No tengas miedo.
Su susurro, grave y pegado a mi oído, había sido más impactante que un grito. En ese momento, en medio del ruido de la estación y bajo las m