La conciencia me fue devuelta no por el sonido de una alarma, sino por una sensación de calidez y firmeza excepcionalmente cómoda bajo mi mejilla. Pequeños rasgos de luz se filtraban por los bordes de la cortina eléctrica, pintando rayos dorados en la oscuridad de la habitación. Mis dedos, aún entumecidos por el sueño, acariciaron la superficie bajo ellos. Estaba dura, pero increíblemente cómoda, con un latido constante y tranquilizador que vibraba a través de la tela.
Con un suspiro de satisfacción, me acurruqué aún más contra esa calidez, enterrando mi nariz en lo que olía a limpio, a ese gel de ducha con aroma a madera y cítricos que ya empezaba a resultar familiar...
Madera y cítricos.
Mis ojos se abrieron de par en par, pasando de la confusión somnolienta al puro y absoluto terror en una fracción de segundo.
No estaba abrazando una almohada.
Estaba abrazada al torso desnudo de Damián. Mi cabeza reposaba directamente sobre su pecho, y su brazo, pesado y firme, estaba rodeándome la