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Tu Amor Me Quebró Las Piernas

Tu Amor Me Quebró Las PiernasES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Luna Bianchi  Completo
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Resumen
Índice

Me llamo Isabella Wright. Cuando cumplí cinco años de casada con el Don de una poderosa familia mafiosa, descubrí que el amuleto de protección que me regaló me provocaba jaquecas cada vez que lo llevaba conmigo. Saqué el saquito de tela que encontré dentro y lo llevé al Hospital Cursley. El doctor analizó el contenido y me dijo que se trataba de un veneno de acción lenta que no solo dañaba el cuerpo, sino que, con el tiempo, provocaba infertilidad. No pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas. —¡No, no puede ser! ¡Me lo regaló mi esposo! Es Vincenzo Cursley. ¡Él es el dueño de este hospital! El doctor me miró, extrañado. —Señorita, creo que debería ver a un psiquiatra. Yo conozco al señor Cursley y a su esposa. Son una pareja muy unida. Además, la señora Cursley acaba de dar a luz a un niño. Están en el área VIP, con su bebé. Entonces, el doctor me enseñó una foto en su celular. Vincenzo llevaba su típico traje negro, con el emblema de la familia Cursley bordado. Sostenía a un bebé en brazos, y la mujer que estaba a su lado… La conozco. Se llama Claudia Henderson. Y Vincenzo siempre había dicho que solo era su hermana adoptiva.

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Capítulo 1

Capítulo 1

ISABELLA

Salí del consultorio, me metí deprisa al ascensor y subí hasta el último piso del hospital, al área VIP. Necesitaba que Vincenzo me diera una explicación.

Cuando las puertas del ascensor se cerraban frente a mí, escuché a mi lado dos voces que me resultaron muy familiares.

Como hacía viento, me había puesto un abrigo sobre la ropa y llevaba una gorra, así que los que estaban a mi lado no se dieron cuenta de quién era.

—¿No te preocupa que Isabella se entere de todo esto? ¿Por qué le rogaste que volviera? Si te hubieras casado con Claudia desde el principio, no tendrías que estar con tanto cuidado cada vez que vienes a ver a tu hijo al hospital.

Era la voz de Fabian Granger, quien conocía a Vincenzo desde que eran niños. La respuesta de Vincenzo fue cortante.

—No se va a enterar. Y ya sabes, mantén la boca cerrada. Ni se te ocurra decir de más.

Fabian se rio entre dientes.

—En serio, no te entiendo. Claudia ha vivido contigo desde que tenía cinco años, y se suponía que se casarían en cuanto tuvieran dieciocho. La adorabas, pero en cuanto creciste te volviste loco por Isabella y hasta la mandaste lejos por ella. Y después, hiciste hasta lo imposible por traerla de vuelta. ¿A quién quieres realmente?

Vincenzo se quedó en silencio un buen rato. Dijo:

—Quiero a Isabella, pero no puedo abandonar a Claudia. Me siento culpable porque no la pasó nada bien en Chemora. Como Isabella ya es mi esposa, pensé que Claudia podría ser la madre de mi hijo. Así, por lo menos, sabe que siempre voy a estar para ella.

Fabian suspiró.

—¿Y si acabas teniendo un hijo con Isabella? ¿Qué vas a hacer con Claudia y el niño? Sabes que es mi prima, no quiero verla abandonada para siempre.

—Ding.

El ascensor llegó al último piso.

—Eso no va a pasar —dijo Vincenzo en voz baja.

Fabian se quedó confundido un momento. No sabía si Vincenzo se refería a que yo no tendría un bebé, o a que no los abandonaría a ellos. Lo siguió fuera del ascensor.

Pero yo sí sabía a qué se refería. Quería decir que yo nunca tendría un hijo suyo.

Y lo sabía porque él mismo me había dado un veneno de acción lenta que me dejaría estéril.

El aire en el ascensor se sentía denso y sofocante. Sin embargo, yo sentí un vacío que me paralizó, una frialdad interna que me llegó hasta los huesos.

Me quedé inmóvil. No salí detrás de ellos. Ya no tenía caso.

No fue sino hasta que el ascensor bajó de nuevo al primer piso que pude tomar una bocanada de aire, como si hubiera estado a punto de ahogarme. Y entonces empecé a toser sin control.

El celular no dejaba de vibrar en mi bolsillo. La pantalla se iluminó: un mensaje de Vincenzo.

“Isabella, te veo mañana en el muelle. No olvides llevar el amuleto que te di”.

Sentí que estaba a punto de derrumbarme. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas sin que pudiera detenerlas.

Vincenzo era el Don, el jefe de la mafia, y siempre estaba muy ocupado. Sin embargo, desde que nos casamos, insistía en esperarme en el muelle cada vez que yo regresaba de un viaje de negocios.

Siempre reservaba en un restaurante, me recibía con un ramo de flores y me daba la bienvenida a casa. Jamás fallaba.

Sus amigos me decían que yo había sido su primer amor y que él había hecho hasta lo imposible por conquistarme. Se enfrentó a la mafia extranjera para arrebatarles negocios, una jugada que casi le cuesta la vida, solo para que yo pudiera regresar al país.

Gastó una fortuna contratando a un equipo de expertos internacionales para que se hicieran cargo de la compañía de automóviles que me dejaron mis padres en el Muelle Oeste, y me ayudó a expandirla con tal de que me quedara a su lado.

Después de casarnos, me consintió aún más. Como me encantaba correr como pasatiempo, gastó una millonada en construir una pista de carreras solo para mí. Y en cada aniversario, me regalaba un nuevo auto modificado con la última tecnología.

Una vez le comenté que extrañaba a mi madre, y esa misma noche movilizó a todos sus contactos para localizar las reliquias que ella me había dejado. A la mañana siguiente, ya las tenía conmigo.

Pero ese mismo hombre, tan romántico y detallista, era el que había formado otra familia a mis espaldas.

De pronto, todo tuvo sentido. Con razón Claudia conocía la mansión Cursley mejor que yo. Con razón alguien que supuestamente había vivido casi toda su vida en Chemora podía llamar a los amigos de Vincenzo por sus apodos.

Con razón una “hermana adoptiva” como ella podía hacer que él dejara todo su trabajo para acompañarla en un viaje por el mundo.

Claudia no era su hermana adoptiva. Era obvio que fue su prometida desde la infancia.

Y yo siempre había sido la otra en su relación. Mi celular vibró de nuevo. Era Claudia, me había mandado una foto familiar.

Junto a la foto, un mensaje.

“Bella, deja de aferrarte a un lugar que nunca ha sido tuyo. Pensé que serías más lista, pero veo que eres más necia de lo que creía. Vincenzo dice que el niño se parece mucho a él, ¿tú qué crees?”

Apenas le di un vistazo al mensaje y cerré la conversación. Si tanto lo quería, se lo podía quedar.

Abrí mi lista de contactos y busqué un número que casi había olvidado.

—Alexander… ¿la apuesta que hicimos aún sigue?
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