Mundo ficciónIniciar sesiónMe llamo Isabella Wright. Cuando cumplí cinco años de casada con el Don de una poderosa familia mafiosa, descubrí que el amuleto de protección que me regaló me provocaba jaquecas cada vez que lo llevaba conmigo. Saqué el saquito de tela que encontré dentro y lo llevé al Hospital Cursley. El doctor analizó el contenido y me dijo que se trataba de un veneno de acción lenta que no solo dañaba el cuerpo, sino que, con el tiempo, provocaba infertilidad. No pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas. —¡No, no puede ser! ¡Me lo regaló mi esposo! Es Vincenzo Cursley. ¡Él es el dueño de este hospital! El doctor me miró, extrañado. —Señorita, creo que debería ver a un psiquiatra. Yo conozco al señor Cursley y a su esposa. Son una pareja muy unida. Además, la señora Cursley acaba de dar a luz a un niño. Están en el área VIP, con su bebé. Entonces, el doctor me enseñó una foto en su celular. Vincenzo llevaba su típico traje negro, con el emblema de la familia Cursley bordado. Sostenía a un bebé en brazos, y la mujer que estaba a su lado… La conozco. Se llama Claudia Henderson. Y Vincenzo siempre había dicho que solo era su hermana adoptiva.
Leer másISABELLA—¿Una carrera? ¿Cómo piensa correr con esta nevada? Además, está temblando sin parar. ¿En serio tiene energía para manejar?La idea de Vincenzo era una carrera. A mí me encantaba correr. Supuso que si competía contra Alexander y le ganaba, quizá yo le daría una oportunidad.Me miró con una determinación férrea, aunque todo su cuerpo temblaba sin control.—Voy a competir contra Alexander. Si le gano, ¿me das una oportunidad?Respondí, indiferente.—No.Vincenzo sonrió resignado.—Voy a correr de todos modos. ¿Quieres ser mi copiloto? Tómalo como un último regalo para mí.Empezaba a molestarme. Alexander no sabía manejar autos de carreras. Para mi sorpresa, aceptó sin dudarlo.Lo miré, confundida.—No tienes que hacer esto si no sabes. No va a cambiar nada, y no quiero ser responsable si te pasa algo.Por primera vez, no puso esa cara de sentirse superior. Me alborotó el cabello con suavidad.—Tranquila. Sé lo que hago. Sé su copiloto y déjalo que tenga su momento.Luego, se vol
ISABELLAUna voz grave se escuchó a un lado.Vincenzo volteó en esa dirección y se quedó boquiabierto.—¿Tú qué haces aquí?Alexander me rodeó los hombros con un brazo. Al no sentir resistencia de mi parte, apretó un poco el agarre.—Soy su prometido. ¿Por qué no habría de estar aquí?La noticia lo dejó paralizado. Su mente se quedó en blanco y, por un segundo, un zumbido le impidió escuchar nada más.—¿Prometido? ¿Cómo es posible? ¿Cómo que es tu prometido?Se le enrojecieron los ojos y le temblaban los labios.Tomé la mano de Alexander, entrelacé nuestros dedos y las levanté para que Vincenzo pudiera verlas.—¿Por qué imposible? Estoy soltera, no tengo hijos. ¿Tan raro te parece que tenga un prometido?Movía los labios sin emitir sonido, con la incredulidad llenándole la mirada. Mis palabras fueron como un puñal que se le clavó en el corazón. Se le movió la nuez de Adán.—No. No lo voy a permitir. Te amo, ¡así que solo puedes ser mía!Una risa sin alegría se me escapó, y dejé de fing
ISABELLAPor más que Vincenzo gritara detrás del auto, este no disminuyó la velocidad. Al contrario, aceleró hasta convertirse en un punto negro que se desvanecía en la distancia.Solo cuando la silueta desapareció del retrovisor, Alexander levantó el pie del acelerador.Le lancé una mirada de desconfianza.—¿Qué te pasa? ¿Por qué tanta prisa? ¿Nos quieres matar o qué?Ignoró la indirecta y me preguntó:—Si Vincenzo viniera llorando, arrepentido de todo y te rogara que volvieras con él, ¿lo harías?Hice un gesto de asco, como si acabara de escuchar una porquería, pero aun así respondí con seriedad.—No. Jamás.Cada vez que pensaba en lo que Vincenzo me había hecho, un escalofrío me recorría el cuerpo. Todavía me despertaba a mitad de la noche por las pesadillas.Alexander notó la determinación en mi mirada y la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa casi imperceptible.Me di cuenta de ese pequeño gesto.—¿Y eso por qué lo preguntas? ¿Soñaste con él?—No, solo estaba pensando en
ISABELLAEsa noche, Alexander pasó la madrugada investigando hasta el último detalle sobre Vincenzo y Claudia. Al amanecer, ya tenía un plan meticuloso.Pudo haberme sacado de ahí a la fuerza, pero yo se lo impedí.—Si haces eso, me va a perseguir toda la vida.Así que Alexander controló su impaciencia y fue preparando todo poco a poco. Fue entonces cuando se dio cuenta de que las raíces de la familia Cursley eran mucho más profundas de lo que había imaginado.Fingió querer casarse con Claudia para distraer a los Cursley, pero en secreto fue colocando a su gente para poder sacarme de ahí y desaparecer conmigo. Pero llegó demasiado tarde.Para cuando Alexander me encontró, mis piernas estaban destrozadas por el accidente de auto. Ya no podía hacerme cargo del negocio familiar ni volver a volar por la pista en mi auto.En ese entonces, yo era un cascarón vacío, una sombra de lo que fui. Tenía una mirada tan ausente que daba miedo.Por suerte, él me rescató del abismo. Me llevó al mejor c
ISABELLATres años se esfumaron en un suspiro.En el circuito de carreras más grande de Kalebrea, se celebraba una competencia trienal. Familias de la mafia de todo Udaley habían acudido a la cita.En el salón de descanso, varios entrenadores conversaban con vista a la pista.—¿Escucharon? Hay un piloto del Muelle Oeste que es toda una revelación. En solo tres años, arrasó con todos los títulos nacionales. Es la primera vez que compite en el extranjero y la gente le está apostando fuerte. Aunque, para ser sincero, a mí no me parece para tanto.—¿Del Muelle Oeste? Pues no habría que subestimarlo.Uno de los entrenadores, un tipo alto, chasqueó la lengua.—Y no se olviden de esa entrenadora del Muelle Oeste. Dicen que en tres años ha formado a cinco campeonas. Nos ha puesto en nuestro lugar a todos los hombres.Francesca Gómez, que escuchaba cerca, sonrió y negó. Se dio la vuelta y regresó al área de nuestro equipo. Me pegó en la mejilla una botella de agua mineral helada que acababa de
VINCENZO—¡Paga lo que me debes, Fabian!Claudia se aferró al borde de la ventana y soltó una carcajada mientras miraba a Fabian, que seguía atrapado bajo la columna.Entonces, se arrojó al vacío. Cuando sintió la humedad del pasto, se quedó tendida, riendo hasta que las lágrimas le corrieron por las mejillas. La euforia de haber sobrevivido la dominaba.Mientras tanto, la habitación, y Fabian dentro de ella, fue devorada por un muro de llamas. La alegría de Claudia no duró mucho. Las pastillas hicieron efecto y perdió el conocimiento.Cuando volvió a abrir los ojos, ya estaba en el hospital. Suspiró aliviada al darse cuenta de que seguía viva, pero después, un dolor distinto al de haber sido aplastada le nació desde lo más profundo del cuerpo. Era un dolor agudo y punzante que parecía nacerle de los huesos. El menor movimiento le arrancaba un sufrimiento tan intenso que sentía que la vida se le escapaba.Con un hilo de voz, llamó a un doctor. Una enfermera acudió a su llamado y entró
Último capítulo