ISABELLA
Por más que Vincenzo gritara detrás del auto, este no disminuyó la velocidad. Al contrario, aceleró hasta convertirse en un punto negro que se desvanecía en la distancia.
Solo cuando la silueta desapareció del retrovisor, Alexander levantó el pie del acelerador.
Le lancé una mirada de desconfianza.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué tanta prisa? ¿Nos quieres matar o qué?
Ignoró la indirecta y me preguntó:
—Si Vincenzo viniera llorando, arrepentido de todo y te rogara que volvieras con él, ¿lo harías?
Hice un gesto de asco, como si acabara de escuchar una porquería, pero aun así respondí con seriedad.
—No. Jamás.
Cada vez que pensaba en lo que Vincenzo me había hecho, un escalofrío me recorría el cuerpo. Todavía me despertaba a mitad de la noche por las pesadillas.
Alexander notó la determinación en mi mirada y la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa casi imperceptible.
Me di cuenta de ese pequeño gesto.
—¿Y eso por qué lo preguntas? ¿Soñaste con él?
—No, solo estaba pensando en