ISABELLA
Una voz grave se escuchó a un lado.
Vincenzo volteó en esa dirección y se quedó boquiabierto.
—¿Tú qué haces aquí?
Alexander me rodeó los hombros con un brazo. Al no sentir resistencia de mi parte, apretó un poco el agarre.
—Soy su prometido. ¿Por qué no habría de estar aquí?
La noticia lo dejó paralizado. Su mente se quedó en blanco y, por un segundo, un zumbido le impidió escuchar nada más.
—¿Prometido? ¿Cómo es posible? ¿Cómo que es tu prometido?
Se le enrojecieron los ojos y le temblaban los labios.
Tomé la mano de Alexander, entrelacé nuestros dedos y las levanté para que Vincenzo pudiera verlas.
—¿Por qué imposible? Estoy soltera, no tengo hijos. ¿Tan raro te parece que tenga un prometido?
Movía los labios sin emitir sonido, con la incredulidad llenándole la mirada. Mis palabras fueron como un puñal que se le clavó en el corazón. Se le movió la nuez de Adán.
—No. No lo voy a permitir. Te amo, ¡así que solo puedes ser mía!
Una risa sin alegría se me escapó, y dejé de fing