VINCENZO
—¡Paga lo que me debes, Fabian!
Claudia se aferró al borde de la ventana y soltó una carcajada mientras miraba a Fabian, que seguía atrapado bajo la columna.
Entonces, se arrojó al vacío. Cuando sintió la humedad del pasto, se quedó tendida, riendo hasta que las lágrimas le corrieron por las mejillas. La euforia de haber sobrevivido la dominaba.
Mientras tanto, la habitación, y Fabian dentro de ella, fue devorada por un muro de llamas. La alegría de Claudia no duró mucho. Las pastillas hicieron efecto y perdió el conocimiento.
Cuando volvió a abrir los ojos, ya estaba en el hospital. Suspiró aliviada al darse cuenta de que seguía viva, pero después, un dolor distinto al de haber sido aplastada le nació desde lo más profundo del cuerpo. Era un dolor agudo y punzante que parecía nacerle de los huesos. El menor movimiento le arrancaba un sufrimiento tan intenso que sentía que la vida se le escapaba.
Con un hilo de voz, llamó a un doctor. Una enfermera acudió a su llamado y entró