Yo era una artista brillante. Pero aplasté mi mano derecha al salvar a mi esposo mafioso, Vicente, y con ella, murió mi capacidad de crear durante tres años. Vicente me prometió que me haría sentir completa otra vez. Nuestro médico privado juraba que estaba haciendo todo lo posible. Pero mi mano seguía entumecida, inútil. Hasta que, un día, escuché una conversación que destrozó mi mundo. —Asegúrese de que nunca pueda volver a crear. —Le ordenó Vicente al médico. —No puedo permitir que Isabela amenace el lugar de Sofía en el mundo del arte. —Pero, señor Torres, otro procedimiento podría... podría perder la mano para siempre. —¡No me importa lo que le pase! ¡Sofía me salvó la vida! ¡No voy a fallarle! Resultó que mi propio esposo había sido quien me destruyó. Y la asesina, Sofía, era la mujer que él realmente amaba. Él permitió que ella se apropiara de mis diseños, convirtiéndola en la nueva estrella del mundo artístico, mientras yo quedaba atrapada en un cuerpo roto. Cuando lo confronté, embarazada de nuestro hijo, me abofeteó en público y le dijo al mundo que estaba perdiendo la cordura. Esa noche, quemé todo lo que me ataba a él. Luego marqué un número encriptado que no había usado en lo que parecía una eternidad. —Abuelo. En tres días, necesito desaparecer.
Leer másPunto de Vista de IsabelaDespués de regresar a Suiza, un teléfono extraño no dejaba de llamarme.—¿De verdad pensaste que esconderte en Suiza te mantendría a salvo? —La voz ronca de Sofía crujió por la línea justo cuando Alejandro y yo aterrizamos en Zúrich. —Me destruiste la vida, Isabela. Ahora es tu turno.La llamada se cortó.—Va a atacar la exposición. —Dijo Alejandro con gravedad. —Es el último día. Habrá una multitud enorme.Volamos de inmediato de regreso a Nueva York.El museo estaba lleno de gente.De repente, las luces se apagaron.Bajo el resplandor rojizo de las luces de emergencia, Sofía emergió de entre la multitud.Su rostro era un mapa de cicatrices, y sus ojos desquiciados.Abrió su abrigo, revelando una bomba atada a su pecho.El pánico estalló.En medio del caos, Sofía me agarró.—Hoy morimos juntas. —Susurró, con el dedo en el detonador.De pronto, una figura salió disparada de las sombras.Vicente.—¡Sofía! —Rugió, abalanzándose sobre ella. —¡Si quieres hacerle d
Me giré de golpe.Vicente estaba de pie en la entrada, tan delgado que casi no lo reconocí.Una sombra en un abrigo negro raído.Su cabello era un desastre, sus ojos estaban hundidos y sus mejillas demacradas, como si años de sufrimiento se hubieran comprimido en uno solo.—¿Vicente? —Lo miré, negándome a procesar lo que veía. —¿Cómo estás aquí? ¿No estabas en prisión?—Isabela... eres tú de verdad. —Se tambaleó hacia mí, la voz áspera. —Estás viva... gracias a Dios, estás viva...Alejandro se interpuso de inmediato entre nosotros, su cuerpo como un escudo.—¿Quién eres? —Le preguntó.—Soy su esposo. —Respondió Vicente con desesperación, sin apartar los ojos de mí. —Isabela, te he buscado por tanto tiempo...—Exesposo. —Lo corregí, con la voz tan fría como el hielo. —Estamos divorciados.—¡No! ¡Nunca los firmé! —Su voz era un susurro desesperado. —¡Los quemé! Según las leyes de nuestro mundo, Isabela, ¡aún eres mi esposa!—¡Seguridad! —Alejandro presionó el botón de alarma en la pared.
La inauguración de mi próxima exposición individual estaba a solo un mes de distancia. Mientras Alejandro y yo finalizábamos las piezas, mi asistente, Clara, se acercó corriendo.—Señorita Ramírez, ha sucedido algo... extraño.—¿Qué pasa?—Recibimos una oferta anónima de donación. —Dijo, entregándome un expediente. —El donante quiere adquirir de forma anónima todas y cada una de las obras de esta exposición.Tomé el expediente, y mis ojos se agrandaron al ver la cifra.Veinte millones de dólares.—¿Rastrearon la dirección IP? —preguntó Alejandro, con tono tenso.Clara vaciló.—Sí. Es de Chicago, otra vez. La misma fuente que el comprador de la subasta en el MoMA.Mis manos comenzaron a temblar.No era una coincidencia.El día de la inauguración, el museo estaba abarrotado. Políticos, coleccionistas, periodistas... el aire vibraba con expectación. Yo estaba en el centro de la galería, vestida con un traje blanco que Alejandro había diseñado para mí. Se sentía como una armadura y un di
Mi exposición individual de escultura en el Museo de Arte Moderno de Nueva York fue el tema de conversación de toda la ciudad.El mundo del arte estaba alborotado.—La serie Renacimiento es sobrecogedora… un testimonio de la resiliencia del espíritu humano. —Escribió una crítica.Alejandro se mantenía a mi lado, impecable en su traje hecho a la medida, su presencia una fuente silenciosa de fortaleza.—Isabela, felicidades. —Me susurró al oído. —Tu obra va a cambiar vidas.—No estaría aquí sin ti. —Respondí con la voz cargada de una emoción que apenas comenzaba a redescubrir.Era más que gratitud. Era paz.Justo entonces, el subastador anunció la noticia más impactante de la noche.—La pieza central, Renacimiento desde el capullo, se ha vendido por la increíble suma de cinco millones de dólares. El comprador desea permanecer en el anonimato, pero la puja fue realizada desde una dirección IP localizada en... Monterrey.La sangre se me heló.—¿Un comprador de Monterrey?Apreté la mano de
Punto de Vista de IsabelaEn una clínica privada escondida al pie de los Alpes suizos, abrí los ojos lentamente.—¿Isabela? —Un hombre de cabello blanco estaba sentado junto a mi cama, con los ojos llenos de lágrimas.—Abuelo... —Mi voz fue apenas un susurro. —Estoy viva.Él apretó mi mano con fuerza.—Hija mía, por fin despertaste.Miré hacia las montañas cubiertas de nieve.—¿Dónde está Vicente?—En una prisión en Monterrey. —Respondió mi abuelo, entregándome un periódico.En la portada aparecía Vicente, demacrado y con los ojos vacíos, escoltado por agentes federales. No sentí nada, solo un frío vacío en el pecho.—Se lo merece. —Dije en voz baja, dejando caer el diario. —Abuelo, quiero comenzar de nuevo....—La cirugía tiene un noventa y cinco por ciento de probabilidad de éxito. —Nos explicó el doctor Alejandro Rivas. Era joven, quizás de poco más de treinta años, con unos ojos azules tan profundos como su voz serena. —El daño en los nervios de Isabela nunca fue tan grave. Su r
Punto de Vista de VicenteUn mes después, Sofía no era más que la sombra de una mujer, arrodillada en una bodega abandonada en el sur de la ciudad.—Vicente, por favor… solo mátame… —Suplicó.Me senté frente a ella, puliendo lentamente mi pistola.—La muerte es un regalo que no te has ganado.Durante un mes entero, había sido cazada.Cada rincón del inframundo conocía mi orden: hacerla sufrir, pero no dejarla morir.Se volvió una rata, escabulléndose por una ciudad que exigía su sangre.—¡No me queda nada! —Gritó. —¿Qué más quieres de mí?—¿Nada? —Solté con desprecio. —Isabela perdió su vida.—¿Dónde está Marcos? Tráelo.—Él...él ya no está. —Dijo temblando. —Hace tres días saltó... desde el piso veinte. Dijo que lo sentía... por lo que les hizo a ti y a Isabela.Una risa seca y amarga escapó de mis labios.Reí hasta que las lágrimas me corrieron por la cara.—¿Lo siente? ¿Y de qué sirve eso ahora?Isabela nunca volvería....La redada del FBI llegó antes de lo que esperaba.Luces roja
Último capítulo