Capítulo 6
ISABELLA

Me quedé paralizada. Un zumbido agudo no dejaba de taladrarme los oídos.

Apreté el teléfono con fuerza, aturdida, y mi voz salió temblorosa.

—¿Q-qué dijiste?

La voz de Sophia sonaba cautelosa, casi como una disculpa.

—Le pedí a alguien que lo revisara… Oficialmente, tú estás soltera y Vincenzo, divorciado. Su exesposa es Claudia Henderson. Se divorciaron hace apenas dos meses. El sello de su acta de matrimonio era falso. Y los papeles… son una falsificación barata, de esas que compras en cualquier lado. Legalmente nunca estuvieron casados.

A Sophia se le quebró la voz al decirlo.

Así que mi boda, esa celebración espectacular que dejó a todos los invitados maravillados, había sido una farsa desde el principio. Nadie se habría imaginado que todo era una mentira.

Con manos temblorosas, abrí la captura de pantalla que Sophia me había enviado. La luz pálida del celular se reflejó en mi cara, igual de pálida, dándome un aspecto fantasmal.

Cada línea de texto en la pantalla era como una aguja envenenada que se me clavaba en los ojos, haciéndolos arder.

Resulta que durante diez años fui la otra, la que destruyó un matrimonio sin siquiera saberlo. Diez.

Los mejores diez años de mi vida, de los diecisiete a los veintisiete, se los dediqué a Vincenzo. Y al final, ni siquiera obtuve un título oficial a cambio. Qué patética.

El dolor de mis piernas y la presión se multiplicaron por diez. Ya no pude mantener la calma.

Mis gritos de agonía llenaron la habitación. Lloré y grité con todas mis fuerzas, tanto que hasta los pacientes del cuarto de al lado debieron sentir lástima por mí.

Luché por levantarme de la cama. Consumida por la rabia, tomé las muletas y salí cojeando de la habitación, dirigiéndome tan rápido como pude a la oficina de Vincenzo.

Cuando me vio en la puerta, su primera reacción fue de sorpresa agradable. Pero enseguida notó mis piernas temblorosas y mi cara pálida, y se acercó a mí arrugando la frente con una actitud de disculpa.

—¿Qué haces aquí? ¿No te duelen las piernas?

Intentó tomarme del brazo para sostenerme, pero lo aparté de un empujón.

Le puse el celular en la cara, con desesperación.

—¡Si de algo me arrepiento en esta vida, es de haberte conocido!

Mi declaración lo desconcertó. Sin embargo, en cuanto vio el contenido de la pantalla, toda la sangre se le fue de la cara.

Me arrebató el celular de las manos y abrió la imagen. Deslizó el dedo por la pantalla una y otra vez, y su expresión se fue descomponiendo. Al final, sus ojos se detuvieron en la línea donde le decía a Sophia que quería el divorcio.

Me miró, con pánico en los ojos.

—¿Quieres divorciarte? ¿Me vas a dejar?

Sorbí por la nariz mientras lo fulminaba con una mirada de odio.

—¡Así es! Y como nunca estuvimos casados legalmente, ¡me puedo ir!

Le arrebaté el celular y, con los dedos temblando, busqué el número de Alexander.

Pero antes de que la llamada pudiera entrar, Vincenzo me lo quitó de las manos y lo arrojó al suelo con toda su fuerza. La pantalla se hizo añicos.

Lo miré, atónita, y me encontré con sus ojos rojos. No quedaba ni un rastro de calidez o ternura en su mirada, solo una ira desquiciada. Daba miedo.

—¡No voy a dejar que te vayas!

Me estremecí, pero aun así apreté los dientes y me di la vuelta para irme.

Apenas había dado dos pasos cuando sentí un dolor agudo en el cuello. Mi mundo se volvió negro y perdí el conocimiento.

***

Cuando volví a abrir los ojos, me di cuenta de que Vincenzo me había traído a casa. Pero las puertas y ventanas estaban reforzadas, y solo se podían abrir con una llave especial.

No me quedó más remedio que volver a la sala y quedarme viendo la hermosa caja de pastel, aún sin abrir, que estaba sobre la mesa. Me dieron ganas de vomitar.

Me di la vuelta para regresar a mi cuarto, pensando en encerrarme con llave, pero él apareció de la nada y me bloqueó el paso. Creyó que intentaba escapar. Un instante después, sacó unas esposas y me sujetó a la cabecera de la cama.

—Escúchame, Isabella. En cuanto todo esto termine, te juro que te lo voy a compensar. Solo tienes que esperar un poco.

Lo fulminé con la mirada. En ese momento, la puerta se abrió desde afuera. Era Claudia. Agitaba algo en la mano.

—¿Cuál crees que se me ve mejor?

Mis pupilas se contrajeron. Sostenía el collar y el brazalete de diamantes que me había dejado mi mamá.

—¡Vincenzo! —mi voz salió como un rugido ronco—. ¡Son de mi mamá!

Me dedicó una mirada indescifrable, pero aun así la defendió.

—Lo sé. Y sabes que hice todo lo posible por encontrarlos y recuperarlos para ti.

A regañadientes, le puso el collar a Claudia y luego me amenazó.

—Si sigues pensando en escaparte, estas dos joyas serán de Claudia para siempre. Solo pórtate bien y espera a que pase nuestra boda. En cuanto termine, te prometo que todo volverá a la normalidad. Registraré nuestro matrimonio y te daré otra boda, mucho más grande y espectacular que la anterior. Sigues siendo la única mujer a la que considero mi esposa.

Lo fulminé con la mirada, sintiendo un odio puro.

“Si va a obligarme a casarme con él otra vez, prefiero matarme”.

Vincenzo pareció leerme la mente y retiró cualquier objeto que pudiera usar como arma para quitarme la vida. Todo lo que podía tocar era suave y acolchado. Incluso cambió las esposas por una cuerda de seda.

***

El día antes de la boda, seguía en cama, negándome a comer o beber.

Sintiendo lástima, Vincenzo me abrazó por la espalda. Apoyó el mentón en mi hombro y me habló con voz suave.

—No me culpes por esto. Yo te amo. En cuanto termine la boda con Claudia y los Marino se olviden de ella, te llevaré al registro civil para casarnos. Me aseguraré de que el acta sea real esta vez, ¿está bien?

Cerré los ojos y no le respondí.

***

A la mañana siguiente, Claudia entró en la habitación con su vestido de novia blanco, presumiendo a propósito el collar de diamantes de mi madre. Sus ojos brillaban mientras me susurraba al oído.

—Te ves tan patética, Bella. Te lo advertí, debiste haberte hecho a un lado desde el principio. Este collar es horrible, pero Vincenzo insistió en dármelo como regalo de bodas. Ah, por cierto, la compañía de tus padres ahora es mía.

No dije una sola palabra. Mis pestañas temblaron ligeramente mientras las lágrimas se deslizaban por las comisuras de mis ojos.

Cuando Vincenzo vio que lloraba, me secó las lágrimas con delicadeza y me besó en la frente. Luego, intentó consolarme.

—Pórtate bien y volveré por ti después de la boda. No tardaré. Todo volverá a la normalidad.

Ellos no sabían que yo ya había perdido todas las ganas de vivir.

Así que, en cuanto salieron de la habitación tomados de la mano, me giré de lado y me llevé la muñeca a la boca. No sentí dolor cuando hundí los dientes en mi piel. Solo la sangre tibia y pegajosa que escurría de la herida.

Apenas había logrado hacerme un pequeño corte cuando la ventana del cuarto se rompió desde afuera. Lanzaron un maniquí adentro. Y entonces, vi un rostro apuesto asomarse por el hueco.

El sol de la mañana brillaba intensamente detrás de la figura de Alexander, iluminando su cara y dándole un aura cálida, como la de un superhéroe. Me extendió la mano.

—Vine por ti, Isabella.
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