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Me Amó un Segundo y Me Perdió para Siempre

Me Amó un Segundo y Me Perdió para SiempreES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Damián Silvano  Completo
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Resumen
Índice

Para poner a prueba la lealtad de su amor de la infancia, su hermanastra lo drogó y luego me empujó dentro de su habitación. Al ver a Sebastián entre el dolor y la desesperación, acepté convertirme en su “antídoto”. Mi hermanastra, furiosa, se marchó y terminó casándose con un cruel padrino de la mafia. Yo, en cambio, quedé embarazada. Sebastián se vio obligado a casarse conmigo, pero desde entonces comenzó a guardarme rencor. Durante diez largos años de matrimonio, me trató a mí y a nuestro hijo con frialdad y palabras crueles. Sin embargo, el día en que una inundación nos sorprendió en el extranjero, él gastó hasta su último aliento para empujarme a mí y a nuestro hijo hacia la orilla. No logré sujetar su mano; justo antes de hundirse, me lanzó una última mirada, intensa y profunda: —Si todo pudiera repetirse… no vuelvas a ser mi antídoto. Sentí el corazón desgarrarse y perdí el conocimiento. Cuando volví a abrir los ojos, había regresado justo al día en que mi hermanastra le dio aquel potente afrodisíaco a Sebastián y nos encerró juntos en la misma habitación.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Para poner a prueba la lealtad de Sebastián, Claudia López lo drogó... y luego me empujó dentro de su habitación.

—¡Lena…! —Sebastián respiraba con dificultad, y sus ojos me miraban, borrosos y confusos.

Yo sabía que él siempre había sentido algo por Claudia. Pero antes de casarse, nunca se atrevería a tocarla.

Para salvar su vida, solo le quedaba la opción de conformarse con lo que pudiera, sacrificándome a mí.

En mi vida pasada, no pude reprimir los sentimientos que desde niña albergaba por él, y así, nos entregamos el uno al otro en una noche llena de pasión.

A la mañana siguiente, Claudia vio las marcas de besos en mi cuello, y entre lágrimas, gritó que quería hacerse monja.

Cuando la detuvieron, se dejó llevar por la furia y terminó casándose con el padrino de la mafia italiana, solo para encontrar un destino fatal poco después. Se convirtió en la cuarta esposa fallecida de aquel hombre.

Cuando quedé embarazada, Sebastián, por responsabilidad, se vio obligado a casarse conmigo. Pero desde entonces, me trataba a mí y a nuestro hijo como si fuéramos unos extraños.

Sabía que me odiaba, que me culpaba por haberle revelado a Claudia lo que sucedió esa noche. Si ella no lo hubiera sabido, nunca se habría ido.

Pensando en esto, preparé el antídoto y el agua con hielo. Se lo di a Sebastián y luego lo ayudé a aliviar su dolor con una compresa fría.

Después de todo, en mi vida pasada, él sacrificó su vida para salvarme… y yo debía pagar esa deuda.

—¿Y Clau?

El antídoto y el agua con hielo lograron devolverle algo de lucidez.

Ya no respiraba con dificultad ni gritaba mi nombre, sino que, al despertar, su primer pensamiento fue saber qué había sido de Claudia.

—No te preocupes, el chofer la ha llevado a casa.

—Bien. Y lo de esta noche…

—Tranquilo, no diré nada. Además, no hemos hecho nada, ¿verdad?

Los ojos de Sebastián se llenaron de desconcierto, porque no era propio de mí hablar así. Siempre había sido aquella que, desde pequeña, lo seguía, llamándolo con cariño “Hermano Sebas”

Veinte años habían pasado en un abrir y cerrar de ojos, y ambos habíamos crecido.

Pero yo nunca había ocultado lo que sentía por él. Mi autocontrol y frialdad de esa noche claramente lo sorprendieron.

Al ver que ya no me mostraba tan entusiasta y decidida como antes, se dio la vuelta, evidentemente molesto.

Salí de la habitación y le dejé instrucciones a su asistente personal para que se encargara de él.

Al regresar a casa, Claudia estaba probándose los nuevos vestidos de la temporada.

Al verme llegar, sonrió con una expresión que lo decía todo:

—¿Sebastián no dejó que te quedaras, hermana?

—No me llames así. —Respondí con frialdad.

Parece que sabía que le contestaría de esa manera, porque caminó hacia mí y susurró, con un tono desafiante:

—Te llamo así por cortesía, ¿Qué importa que seas la hija mayor de la familia López? Tu madre está muerta, tu padre ni te quiere… Yo y mi madre somos las dueñas de esta casa ahora.

—Y también de Sebastián. ¿Te gusta, verdad? Te entregaste a él esta noche, y él ni siquiera te tocó.

—¿Con qué vas a competir conmigo?

Miré a Claudia con su actitud arrogante, y solté una leve sonrisa.

—No me dignaré a competir contigo. Todo lo que tienes, lo has obtenido de mí.

Se escuchó un ruido proveniente de la puerta, era mi padre que había llegado.

Claudia rápidamente escondió la expresión de odio en su rostro, se dio una fuerte bofetada y cayó pesadamente al suelo.

—Elena, ¿hasta cuándo vas a seguir con esa actitud tan rebelde? ¡Después de tantos años, nunca me has dado un solo día de tranquilidad.

—¿Tranquilidad? Desde el día en que ella y su madre cruzaron esa puerta y mi madre murió a manos de ellas, este hogar ya estaba condenado a no darte paz.

Mi padre ignoró mis lágrimas, y con un gesto lleno de ternura, levantó a Claudia del suelo.

—Me comprometeré a cumplir con el acuerdo de matrimonio con la mafia italiana. Lo cumpliré.

Extendí la carta de matrimonio que llevaba en mis manos hacia él.

—Ya he puesto mi nombre, no tienes que seguir buscando maneras de convencerme.

Mi padre me miró con sorpresa y alivio.

La mafia italiana tenía un poder considerable, y mi padre no se atrevía a romper el acuerdo. Además, no quería que su adorada hija menor terminara casándose con un padrino de la mafia que había perdido ya tres esposas.

Claudia me miró con una creciente mirada de odio.

Siempre había sido así, deseando el poder y el prestigio, pero sin querer asumir las consecuencias de sus ambiciones.

Con una expresión de lástima, habló suavemente:

—Papá, mi hermana no quiere casarse con la mafia italiana. Anoche, la vi con mis propios ojos darle un medicamento a Sebastián, y luego los vi juntos en el mismo cuarto…

Justo cuando me preparaba para defenderme, mi padre ya me había abofeteado con fuerza.

—Yo y Sebastián no hemos hecho nada.

—Elena, no creas que no sé lo que estás pensando. Te casarás con la mafia italiana, eso ya está decidido. No pienses que puedes cambiarlo a través de Sebastián. Además, desde el principio, Sebastián nunca te ha querido a ti.

Claudia me lanzó una mirada llena de satisfacción.

—Si eres tan desvergüenza, ve a recibir el castigo de la familia López por ti misma.

Con la carta de matrimonio en mis manos, bajo el sol abrasador, me arrodillé en la entrada de la mansión.

Según las leyes de la familia López, si te arrepientes, solo necesitas arrodillarte dos horas. Si no lo haces, deberás pasar el día entero de rodillas.

El dolor en mis rodillas era insoportable cuando, apresurado, Sebastián apareció. Me miró fugazmente antes de entrar.

Cuando salió, su rostro ya no reflejaba la prisa de antes, pero se arrodilló a mi lado.

—Elena, sé que tu madre y mi madre nos prometieron desde pequeños. Pero ahora mismo, no puedo casarme contigo. No puedo permitir que Claudia se case con la mafia italiana.

Me reí amargamente por dentro. Así que aún no sabía que la que iba a casarse con la mafia italiana era yo.

—Si ella no lo hace, entonces solo puedo ser yo quien lo haga.
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