Capítulo 2
ISABELLA

Hubo una larga pausa al otro lado de la línea, solo se oía una respiración. Luego, sonó la voz profunda de Alexander Marino.

—La familia Marino se va en quince días. Paso por ti entonces.

Me quedé helada un momento, pero me recuperé rápido y me reí. Ni siquiera le había dicho nada y ya daba por hecho que quería irme. Pero tenía razón.

—De acuerdo.

Sabía que, con la capacidad de Alexander, Vincenzo no podría encontrarme ni aunque me buscara hasta debajo de las piedras. En quince días, todo habría terminado.

***

Ese día, el celular no paraba de sonar con mensajes de Vincenzo, pero no le contesté ninguno.

Empezó a desesperarse. No sé de dónde sacó la información, pero una noche entró a la casa y me encontró viendo la televisión en la sala.

—¿Por qué regresaste antes?

Vincenzo corrió hacia mí.

—¡Te mandé muchísimos mensajes! —exclamó mientras me envolvía en sus brazos, frotando su mentón contra mi cabeza con cariño—. Qué bueno que estás bien. Me tenías con el Jesús en la boca… Isabella, no sé qué haría sin ti.

Su mirada parecía de un amor sincero. Y lo era, yo sabía que me amaba. El problema era que yo no era la única que recibía ese amor.

Me solté de su abrazo y dije con tranquilidad:

—Se pospuso el trato y apagué el celular. No vi tus mensajes.

Vincenzo sonrió y me tocó la punta de la nariz.

—No pasa nada si no los viste. ¿Cómo crees que te iba a reclamar por eso?

Luego, agitó las llaves del auto en su mano.

—¿Tienes hambre? Reservé en el restaurante al que decías que tanto querías ir. Mi reina. Hoy pide lo que quieras.

Extendió su mano hacia mí, con la palma hacia arriba.

Miré su mano y, de pronto, mi memoria me llevó tiempo atrás.

Tenía dieciocho años y Vincenzo también había extendido su mano así, con una sonrisa aún más grande que la de ahora. “Anda, mi reina. Pide lo que quieras esta noche. ¡Yo invito!”

El Vincenzo de aquel entonces solo me amaba a mí, y a nadie más.

Pero esos eran solo recuerdos. De cualquier manera, no quería seguir con hambre, así que acepté su invitación.

Se comportó como siempre. Un Don de la mafia que jamás le había servido a nadie, se arremangaba la camisa con toda naturalidad para atenderme. Me cortaba el filete, me servía vino y siempre dejaba que yo probara el primer bocado de su plato.

Mi plato estaba lleno de comida cuando el sonido de su celular interrumpió el momento.

—Contesta —dije, bajando la mirada hacia mi comida.

Vincenzo le echó un vistazo rápido a su celular, se disculpó y se levantó para tomar la llamada fuera del restaurante. Cuando regresó, tenía una actitud ansiosa y apenada.

—Hay una junta importantísima y tengo que irme ya. Perdón por no poder terminar de cenar contigo. Te lo compenso mañana, me tomo el día para estar contigo.

Yo ya había visto el nombre en la pantalla. Era Claudia. Asentí.

—Está bien. Ve.

En cuanto obtuvo mi permiso, no perdió ni un segundo más. Dio media vuelta y se fue. Me quedé mirando el espacio vacío frente a mí y sentí un dolor agudo en el pecho, tan fuerte que dejé de sentir lo demás.

Apenas había logrado recomponerme y tomar de nuevo el tenedor, cuando recibí una videollamada de Claudia.

Sonrió con inocencia a la cámara.

—Ay, ¿sigues cenando? Con razón. Me preguntaba por qué “alguien” llegó oliendo a carne asada.

Su expresión se volvió seria.

—Qué infantil eres. ¿Ya se te olvidó quién es su esposa legalmente? ¿Y a quién crees que le pediría que se quede si le reenvío todos los mensajes que me has mandado?

Un brillo fugaz cruzó los ojos de Claudia. Un instante después, volvió a sonreír.

—Así qué chiste, ¿no? Por cierto, ¿no quieres saber a quién de las dos quiere más?

Me quedé pensando en su pregunta y no colgué. Poco después, el fondo del video cambió y apareció él en la pantalla.

Claudia se volteó y se recostó en su regazo, asegurándose de que él no pudiera ver la pantalla de su celular.

—¿Todavía estás enojado conmigo por haberme escapado con otro? Si no te hubiera dejado, nunca habrías conocido a Bella. Te habrías casado conmigo, ¿no?

Arrugó la frente.

—¿A qué vienen esas preguntas?

—Solo tenía curiosidad —dijo Claudia, con los ojos enrojecidos y la voz más suave—. No lo decía con mala intención…

Tras unos segundos de silencio, vi cómo Vincenzo abría la boca. Su voz sonó seca.

—Sí.

Un simple “sí” bastó para dejarme un vacío.

Así que nunca fui la única en su corazón. Desde el principio.

Recordé el día de nuestra boda.

Vincenzo me había tomado de la mano frente a todos los invitados. Juró por su título de Don que solo me amaría a mí por el resto de su vida.

Lloré tanto ese día, pensando que por fin había encontrado el amor verdadero.

Pero resultó que sus votos también habían sido una mentira. Nunca fui su único amor. Ni antes, ni ahora, ni nunca.

Solo fui una distracción conveniente mientras él y Claudia estaban peleados. Seguramente le costaba dejarme ir porque llevábamos tiempo juntos y se había encariñado un poco de mí. Nada más.

Ante ese pensamiento, sonreí para ahogar mi dolor. Empecé a reír, pero al mismo tiempo sentía cómo las lágrimas caían sin control.

Creí que al menos había tenido una pequeña parte de su amor, pero nunca fue así. Al contrario, fui una ladrona que se llevó lo que nunca le perteneció.

Bajé la cabeza y me apreté la ropa sobre el pecho, intentando recuperar el aliento, pero el nudo en la garganta se hacía cada vez más grande. Al final, dejé que las lágrimas fluyeran hasta gotear sobre la mesa.

Esa noche, Vincenzo no volvió a casa. En cambio, recibí una foto suya durmiendo profundamente en una cama. Me la mandó Claudia.

Me quedé mirando su cara en la pantalla durante mucho tiempo. Cerca del amanecer, mi corazón se dio por vencido y logré calmarme.

Llamé a mi amiga, Sophia Tanner, que era abogada de divorcios.

—Necesito que me ayudes a redactar un acuerdo de divorcio.
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