Buenos Aires, 1988. Una traición silenciosa destrozó a Samantha Guerrero Paz y la obligó a huir, jurándose que nunca más volvería a ser la mujer ingenua que amaba sin condiciones. Años después, regresa convertida en Amelia Spencer: escritora reconocida, poderosa… y con un único objetivo: vengarse del hombre que le rompió el corazón. Javier Álvarez Ortiz, empresario exitoso, jamás imaginó que la mujer que lo desafía con una simple sonrisa es, en realidad, su exesposa perdida. Ella ya no es la misma. Él tampoco. Entre juegos de seducción, orgullo y secretos del pasado, ambos se enfrentan en un tablero donde la pasión se confunde con el rencor y el amor puede ser tan letal como la venganza. Pero hay un lazo imposible de romper: sus hijos gemelos. ¿Podrá Samantha consumar su venganza sin caer de nuevo en las redes de Javier? ¿O será él quien descubra que el verdadero juego recién comienza? ¿Y qué pasará cuando Martín Santamaría, el mejor amigo de Javier, decida luchar por Samantha con todas sus armas? Un romance cargado de intriga, celos, erotismo y segundas oportunidades… o tal vez, de finales inesperados.
Ler maisBuenos Aires, septiembre de 1988
Samantha Guerrero Paz, acomodó el último plato en la mesa y retrocedió un paso, observando con emoción la cena que ella misma había preparado. La luz del candelabro de cristal brillaba sobre la elegante vajilla de porcelana y las copas de cristal. Miró su reloj con cierta impaciencia. Su esposo, Javier Álvarez Ortiz, le había dicho que llegaría a casa a las 8:00 y ya llevaba 45 minutos de retraso. La joven se desató el delantal, y lo dejó en la cocina. Caminó hasta un ornamentado espejo que había en la sala de estar y se miró, retocándose la larga cabellera castaña que caía sobre sus hombros con los dedos. Se había puesto el vestido de seda azul Francia que Javier le había regalado para su cumpleaños unos meses atrás. Ella al recibir ese bello presente, se lo agradeció, feliz. A lo que él, indiferente respondió: “El vendedor dijo que te quedaría bien”. El teléfono sonó y ella corrió para atenderlo. — Disculpame Samy... tengo una fiesta de última hora esta noche, así que no llegaré a casa a cenar. Cená vos tranquila, no me esperes. Las palabras de Javier le atravesaron el corazón como una daga afilada. Se quedó en silencio por unos segundos, respiró hondo y asintió. En esa semana ya la había dejado plantada con la cena por tercera vez. Y durante un año, el comportamiento de él no había variado mucho. Ya tendría que haberse acostumbrado, ¿No? — No te preocupes Javi... lo entiendo. Espero que te diviertas en la fiesta —respondió con tranquilidad—. Nos vemos mañana. Él no respondió nada. Simplemente, cortó la llamada dejándola a ella con el tubo del teléfono en la mano. Suspiró resignada y se sentó a cenar. La cena era simplemente exquisita, pero ella en ese momento sentía que nada tenía sabor, o quizás las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, le cerraban la garganta. El tictac del reloj del comedor rompía el silencio del elegante comedor, recordándole lo sola que estaba en esa mansión. Se sirvió una copa de vino y se sentó en el sofá donde, lentamente se fue acurrucando, como tratando de refugiarse. Miró hacia los grandes ventanales que daban al jardín trasero que permanecía iluminado por las farolas y el cielo estrellado. Hubiera sido una perfecta noche romántica para celebrar que haría un año que estaban casados. Sonrió levemente al recordar aquel momento: Había sido una boda sencilla en esa misma residencia, sin votos románticos ni religiosos, luna de miel o cualquier otra cosa que involucrara sentimientos. Todo se limitó a firmar papeles delante de un juez, sonriendo para los presentes. Los patriarcas de ambas familias se estrecharon la mano y se fundieron en un abrazo para los medios de comunicación que estaban allí. Esta unión les aseguraba un gran poder, una fusión empresarial que no tendría competencia alguna. — Hemos sido los mejores amigos, ahora también seremos los mejores socios, ¿No? —le susurró Javier, dándole un beso en la mejilla. Samantha solo se limitó a sonreír con dulzura y timidez, pero una corriente oculta se agitaba en su interior. Había amado a Javier desde que eran niños. Pero él nunca le había prestado atención, no, como ella hubiera querido. La atención de Javier siempre se limitaba a un simple cariño de amistad casi de hermandad. Para Samantha, un matrimonio por contrato era un disfraz para conseguir lo que quería. Podía amarlo y cuidarlo legítimamente, aunque él nunca conociera sus verdaderos sentimientos. La vida de casada era tranquila, casi aburrida. Javier siempre salía temprano y volvía al anochecer, y a menudo se quedaba despierto hasta tarde en su estudio los fines de semana para trabajar. Lo que antes había sido una amistad profunda y sincera, paulatinamente se fue convirtiendo en una relación distante y rutinaria. Aun así, Samantha nunca se quejaba. Se contentaba con prepararle el desayuno, ordenarle la ropa, prepararle su comida favorita y ver una película con él en las raras ocasiones en que llegaba temprano a casa. Se dijo a sí misma que, él estaba demasiado ocupado y que todo sería diferente una vez que la fusión entre ambas empresas lograra llegar a la cima, cumpliendo la ambición de ambas familias. Después de terminar una copa de vino tinto, se puso de pie tambaleándose, ya que no estaba acostumbrada a beber. Apagó la luz de la sala y subió como pudo las escaleras hasta su habitación. Lentamente, se acostó y cerró sus ojos, quedándose profundamente dormida. Después de un par de horas, el penetrante olor a alcohol mezclado con perfume masculino la despertó de manera intempestiva. Abrió sus ojos y allí lo vio a Javier, de pie junto a la cama. Parpadeó ligeramente para verlo mejor; su corbata suelta su camisa medio abierta, sin su saco. Ella nunca lo había visto así. —¿Javi, estás borracho? —Se incorporó, con la voz teñida de sueño y preocupación—. Dios, ¿Qué te pasó? ¿Peleaste con alguien? Javier no respondió, la miró fijamente, con los ojos encendidos, cargados de deseo. — Sos tan hermosa... —susurró, arrastrando las palabras. Al instante siguiente, se inclinó de repente, presionando sus labios ardientes en el cuello de la joven quien se quedó paralizada. Su corazón latía tan fuerte que parecía que se le escapaba del pecho. Él jamás había actuado así con ella. Siempre la había tratado con cariño, con respeto, como su amiga, casi una hermana, pero nada más que eso. — Por favor, Javi... por favor... no hagas esto... —protestó débilmente, pero fue silenciada por el beso apasionado de su esposo. La mano de Javier se deslizó bajo el camisón de seda, las yemas de sus dedos fueron recorriendo la parte interna del muslo, provocándole un temblor. El cuerpo de Samantha fue reaccionando a las caricias y besos, traicionando toda razón y comenzó a responder con total rendición. ¡Había esperado tanto ese momento! Un año de anhelo pareció satisfacerse en ese instante, lo estaba sintiendo como un acto de justicia. Al fin, Javier la veía como lo que era: su esposa. Una mujer que lo amaba y deseaba como a nadie en el mundo y ahora después de esperar con paciencia, eso parecía estar siendo reciproco. Al fin ese hombre se dignaba a mirarla como mujer y no, como a su mejor amiga. Javier siguió besándola hasta que, en el momento menos pensado, él instintivamente la penetró, haciendo que la inexperta Sam, soltara un grito ahogado por el dolor. Pero no dijo nada, porque el placer y la felicidad que sentía sobrepasaba todo. Pero todas sus ilusiones se derrumbaron cuando ambos llegaron al clímax. — Luciana... —gimió por lo bajo el hombre—. Luciana, no me dejes... ¿Luciana? Pensó horrorizada Samantha. La joven cerró sus ojos, tratando de contener sus lágrimas. Hubiese querido gritar, decirle algo... pero él se había quedado dormido. De todas maneras... ¿Qué diferencia habría? Era evidente que la lejanía de su esposo no era por nada de lo que ella creía. Javier jamás la amaría porque en su corazón, no había lugar para nadie más. Trató de calmarse y entender la situación: ¿Él le había hecho el amor por despecho o porque mientras se lo hacía veía a Luciana en ella? — Yo amándolo incondicionalmente y él... sigue amando a mi prima que siempre jugó con sus sentimientos —susurró, limpiándose las lágrimas —Ya basta, hasta acá llegué. No esperaré ni mendigaré más su amor.—¡Suélteme! —le ordenó Samantha haciendo fuerza por soltarse de él—. ¿Qué cree que está haciendo? ¿Se volvió loco?Javier sin escucharla, dio unas largas zancadas, hasta llegar al interior de un pasillo, donde ya nadie podía verlos y se detuvo, exhalando un profundo suspiro.—Usted me está volviendo loco —dijo, llevandola contra la pared—. No tengo idea de porque, pero se ha metido en mi cabeza apenas la vi.Samantha se mordió levemente el labio, un gesto que él interpretó como una invitación a besarla.Y lo hizo. Posó suavemente sus labios tibios y deseosos sobre los de ella, Samantha cerró sus ojos y soltó un pequeño gemido de placer. Elevó sus brazos para atrapar el cuello del hombre y atraerlo más contra su cuerpo.Se besaron apasionadamente, sin pensar en nada más que en el deseo que los envolvía. Al menos, así era para Javier.Para Samantha era otra la historia; en su mente no estaba mezclando la venganza con su deseo. No se dejaría llevar por él, haría lo que tenía planeado y l
—Disculpame Carlos, ¿te parece que mañana lo discutamos en el almuerzo? Creo que la ocasión lo amerita. No quiero privarte de disfrutar de esta maravillosa fiesta, aburriéndonos con los negocios. Tu esposa te está esperando —dijo Javier con una amabilidad calculada al inversor— ¿Qué opinas?El otro hombre, asintió de buena gana.—Me parece una gran idea, mi amigo —aceptó, sonriéndole amistosamente.Javier hizo un leve saludo con su cabeza y se alejó apresuradamente. Martín lo siguió con la mirada. Nunca había visto así a Javier. Y mucho menos, por una mujer.Sam, le hizo un leve gesto a Megan para que la dejara sola. Había llegado el momento de enfrentar a su enemigo y de lleno, sin intermediarios.—Señor... Álvarez Núñez ¿no? —le dijo, sonriendo de manera seductoraJavier la miró desafiante. — Ortiz. Álvarez Ortiz. Y ¿usted? ¿Quiere seguir jugando a las adivinanzas o me dirá quién es? ... ¿Cómo debo llamarla?Ella se acercó lentamente, estaba tan cerca que podían sentir sus pesadas
—¿A dónde vas? —preguntó Martín, apareciendo de la nada y poniéndose justo en su camino.Javier frunció el ceño, molesto por la interrupción.—Esa mujer... —musitó—, ¡ella me hace recordar a Samantha!Martín agudizó la mirada sobre la mujer, buscando algún rastro de Sam. Pero, por más que se esforzara, no lograba verlo.El recuerdo que guardaba de ella distaba demasiado de esa mujer que se movía con tanta seguridad y altivez por el salón.Negó con la cabeza, incrédulo.—¿Vos te escuchás? —replicó, con los ojos muy abiertos—. Esa mujer no tiene nada que ver con Sam. Ni su forma de hablar, ni cómo se mueve, ni su color de pelo. ¡Nada! Te estás dejando arrastrar por... no sé, ¿culpa? ¿fantasmas? Tenés que hacerme caso de una vez: ¡firmá ese maldito divorcio!Javier lo empujó levemente a un costado, sin apartar la vista de la multitud.—No —dijo, esbozando una risa nerviosa—. No estoy loco ni viendo visiones. Amelia Spencer tiene algo... algo que me la recuerda. No me preguntes por qué. Y
El salón entero estaba pendiente de ella, y Samantha lo sabía. No había llegado tan lejos para perder la compostura ante la seductora actitud de Javier. No iba a darle ese gusto. Él ya no tenía ningún poder sobre ella. Estaba dispuesta a probarlo a cualquier precio. Las heridas del pasado no solo le habían dado alas, sino también una voluntad inquebrantable.—Perdón, señorita Spencer... —dijo con esa voz que la había perseguido en sueños y pesadillas—. ¿Acaso la he molestado con lo que acabo de hacer? —Sonrió de esa manera encantadora que solía desarmarla.Antes la había amado. Ahora solo quería borrarla de un cachetazo.Pero se mantuvo firme, impasible sin retroceder ni un centímetro.—Para nada. Estoy acostumbrada a este tipo de atenciones —sonrió de lado, mostrándose soberbia y desafiante—. No es el primero, ni será el último señor ... Álvarez Núñez.El aire se cortó en seco. Un par de invitados carraspearon incómodos; el organizador parpadeó, nervioso. Ella se inclinó apenas haci
Sus ojos color azul cielo, escondidos tras largas pestañas, guardaban una picardía que rara vez dejaba ver.—La mayoría de los hombres son fáciles de manipular. Sólo debes decirles lo que quieren escuchar y sonreírles — murmuró Sam con desprecio, mientras se encaminaba hacia el salón—. Aman a las mujeres vanidosas, superficiales y manipuladoras. En cambio, a quienes tienen buenos sentimientos, las desprecian, burlándose de ellas...El resentimiento y el dolor transitado la habían transformado en una mujer fría, que no daba un paso en falso. De aquella chica dulce y comprensiva apenas quedaban sombras. Cuando llegó a la entrada principal del salón se detuvo por unos segundos, tocándose el pecho. La ansiedad comenzó a invadirla.¿Qué la movía a hacer eso? ¿Qué quería probar?¿El deseo de venganza, de darle una lección a Javier? ¿O había algo más?— Respirá Sam ... respirá —se ordenó en voz baja, tratando de controlarse—, no flaquees ahora, vos podés.Samantha dio un respiro profundo y
El pánico le secó la garganta a Samantha mientras observaba lo que sucedía: sus hijos caminaban decididos hacia el hombre al que tanto había amado y que ahora, odiaba. Se llevó la mano a la boca, tratando de ahogar un grito. —No… no… —musitó, con los ojos llenos de lágrimas. Todo pasó frente a ella en segundos: los niños llegando hasta Javier, hablando con él, como si nada. — Esto no puede estar sucediéndome —dijo, tragando saliva y tratando de recuperar la compostura—. No. No voy a permitirlo. No dejaré que se acerque a mis hijos… ¡ni que me los quite! Cuando estaba a punto de salir corriendo en su defensa, vio a Ana acercarse. Con firmeza y autoridad, prácticamente se llevó a los niños, dejando a Javier sin poder de réplica. Samantha soltó un suspiro profundo, aliviada, llevándose la mano al pecho. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar los sermones de Ana a los chicos, quienes permanecían en silencio —Aquí los tienes, Sam —dijo Ana, señalándolos—. ¡Ya les he d
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