El pánico le secó la garganta a Samantha mientras observaba lo que sucedía: sus hijos caminaban decididos hacia el hombre al que tanto había amado y que ahora, odiaba. Se llevó la mano a la boca, tratando de ahogar un grito. —No… no… —musitó, con los ojos llenos de lágrimas. Todo pasó frente a ella en segundos: los niños llegando hasta Javier, hablando con él, como si nada. — Esto no puede estar sucediéndome —dijo, tragando saliva y tratando de recuperar la compostura—. No. No voy a permitirlo. No dejaré que se acerque a mis hijos… ¡ni que me los quite! Cuando estaba a punto de salir corriendo en su defensa, vio a Ana acercarse. Con firmeza y autoridad, prácticamente se llevó a los niños, dejando a Javier sin poder de réplica. Samantha soltó un suspiro profundo, aliviada, llevándose la mano al pecho. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar los sermones de Ana a los chicos, quienes permanecían en silencio —Aquí los tienes, Sam —dijo Ana, señalándolos—. ¡Ya les he d
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