Buenos Aires, diciembre de 1994
Samantha se paró frente al espejo en la suite del hotel. Era la primera vez que regresaba en seis años, pero no para visitar a familiares ni amigos; no tenía familiares ni amigos que merecieran la pena visitar. Su abuelo Sebastián, había muerto unos meses después de que ella decidiera alejarse del país.
Llevaba un vestido largo verde oscuro, su cabello largo que ahora había oscurecido estaba atado en un moño, revelando su esbelto cuello, y una máscara de media encaje, que ocultaba parte de su rostro: este era su aspecto característico como la autora más vendida de ese último tiempo: Amelia Spencer.
Desde que el fenómeno de ventas se había disparado, no solo los fanáticos, sino también la prensa quería conocer el rostro de esta escritora conocida por sus delicadas descripciones emotivas en cada historia narrada.
La luz del candelabro de cristal reflejaba puntos brillantes entre las copas de champán, y el salón de banquetes estaba lleno de gente elegantemente vestida y de copas tintineando. Samantha estaba de pie en la terraza curva del segundo piso, tocándose el dedo anular izquierdo, donde debería haber estado un anillo de bodas, pero se lo había quitado apenas decidió abandonar a Javier.
Hasta donde ella sabía, Javier siempre se había negado a firmar el acuerdo de divorcio hasta la fecha. Su abogado se había encargado de poner una traba tras otra para retrasar la separación de manera indefinida así que, legalmente seguían siendo marido y mujer.
Ella no entendía el porqué de ese empecinamiento de él de no aceptar. Nada tenía para ganar con eso. Ni siquiera el control del corporativo, ya que antes de la muerte de su abuelo, hubo un movimiento inesperado e inexplicable y parte de lo que le pertenecía a los Guerrero pasó a manos de los Álvarez Ortiz.
Samantha, no tuvo tiempo ni fuerzas para investigar bien lo que había sucedido, pero eso, acrecentó su odio y resentimiento contra su suegro, pero sobre todo contra Javier; ella los consideraba responsables directos de la muerte de su abuelo Sebastián.
—Mami... ¿puedo no usar esta corbata? Me molesta—Un niño pequeño tiró del dobladillo de su falda. Samantha se arrodilló y le quitó la pequeña corbata de seda azul oscuro.
—¿Mejor? —Besó la frente del niño y se giró hacia la niña que permanecía en silencio a su lado. —¿Está lista mi princesita también?
La niña asintió con los ojos brillantes. —Sí mami. Nos portaremos bien mientras trabajas, mamá. Nos quedaremos con Ana todo el tiempo como nos has pedido, lo prometemos.
Samantha sintió una cálida sensación en el pecho. Esos dos niños habían sido la sorpresa más maravillosa de su vida. Después de esa noche, huyó al extranjero con los papeles del divorcio, solo para descubrir dos meses después que estaba embarazada. Tras la conmoción, el miedo y la duda, decidió quedarse con los gemelos.
Los abrazó a ambos y los besó.
— ¿Sebastián? —lo miró de manera inquisitiva—. Nada de travesuras ¿ok?
El niño la miró con sus ojos picaros y asintió con ganas, levantando su mano derecha.
— Lo prometo, mami. ¡Nada de travesuras!
Ana, la niñera, los agarró de las manos y se retiraron hacia el salón.
Megan Brown, su asistente y amiga, se acercó.
— Sam, en quince minutos, debes entrar. ¿Estás bien?
Ella hizo una sonrisa amarga.
— Estaría mejor si no hubiese tenido que estar acá. Odio estas cosas y odio esta ciudad... y odio a Alex por haberme hecho venir.
Megan asintió y le tocó el hombro.
—Tranquila, mañana regresamos a Londres. Nada sucederá.
Bajaron al salón guiadas por el personal, ella, aunque nerviosa, en ningún momento perdió su firmeza y mantuvo su postura soberbia y lejana.
Al verla entrar, varios invitados levantaron la vista a murmurar; la misteriosa autora finalmente había aparecido, mantuvo esa sonrisa cortes debajo de su característica máscara, recorriendo con la mirada el pasillo, hasta que algo que vio hizo que se le helara la sangre.
Javier Álvarez Ortiz.
Llevaba un traje negro impecablemente entallado, estaba de pie entre un grupo de empresarios. Parecía inalterado. Apretaba una copa de champán, escuchando atentamente la conversación a su alrededor, con un ligero ceño fruncido que Samantha conocía muy bien.
—¿Por qué está aquí? Las cenas literarias no son el ambiente social de ese hombre —preguntó ella tratando de mantener la calma.
El organizador, que la seguía de cerca, siguió su mirada y explicó. —El señor Álvarez Ortiz ha estado buscando proyectos de inversión en el sector cultural. Supo que usted asistiría al evento de esta noche, así que solicitó una invitación.
Samantha sintió un poco de frío en los dedos. ¿La buscaba Javier? No, buscaba a Amelia Spencer, no a ella. Esta revelación le produjo una mezcla de alivio y una inexplicable amargura.
Javier, jamás haría algo así por ella. Nunca la había amado.
La música se apagó y el presentador tomó el centro del escenario. —Damas y caballeros, esta noche tenemos el honor de contar con...
Samantha no captó la lluvia de elogios que la siguió, su atención se centró en Javier, que estaba cerca. Al subir al escenario, vio que Javier levantaba la vista con un destello de interés en los ojos.
Entre aplausos, subió con gracia al escenario, seguida por los focos. De pie frente al micrófono, observó al público, evitando cuidadosamente la dirección de Javier.
Mientras esto sucedía, los niños que estaban sentados en un lugar más alejados susurraban entre ellos.
—Ese hombre es parecido al de la foto que tiene mamá escondida en su cajón —murmuró Sebastián— ¿Será nuestro padre?
Daniela, su hermana asintió. Lo agarró de la mano y sin que la niñera se diera cuenta se retiraron.
El discurso transcurrió con fluidez. La voz impostada de Samantha llenó la sala a través del sistema de sonido mientras hablaba de su proceso creativo y sus ideales literarios. Durante todo el discurso, sintió la mirada de Javier siguiéndola, como una llama que ardía silenciosamente.
—Nada puede detenernos. Ni siquiera las heridas. Porque ellas se pueden convertir en alas, llevándote a mayores alturas. —Concluyendo con esta cita de su nuevo libro, Samantha hizo una reverencia ante un estruendoso aplauso.
Javier inclinó la cabeza hacia Braulio — Decime todo lo que sabés de ella.
El asistente le entregó la información. — Es una autora novel que empezó a escribir hace unos años. Su primer libro, “La odisea de Orquídea Negra” se vendió como pan caliente y luego vino el segundo “La ascensión de Orquídea Negra” y ahora, está presentando el tercero “La venganza de Orquídea Negra”.
—¿Siempre lleva mascara?, preguntó Javier.
El asistente pensó un momento y dijo, —sí. Oí que alguien le ofreció un millón de dólares por quitársela, pero se negó, diciendo que era demasiado fea.
Javier miró en silencio a la mujer en el escenario y dijo—No, tiene unos ojos preciosos. ¿Cómo puede alguien con unos ojos tan bonitos ser feo? ... no lo creo.
Y es que esos ojos eran muy parecidos a los de Samantha.
Esa mujer que lo había dejado sin ningún miramiento, sin dejarle una nota, sin reclamar nada.
¡Lo abandonó!... ¡A él!
Ni siquiera tuvo la decencia de aparecer en el funeral de su abuelo.
—¡Maldita sea! —murmuró— ¿Por qué sigo pensando en esa mujer?
Después de salir del escenario, Samantha rechazó todas las entrevistas y se apresuró a ir hasta la sala de descanso. En cuanto abrió la puerta, algo la hizo estremecer.
Vio a Ana desesperada, llorando.
—¡Los niños han desaparecido! —le dijo entre sollozos.