Traicionada ¡No me quitarás a mis hijos!
Traicionada ¡No me quitarás a mis hijos!
Por: Julia River
Capítulo 1 Dolorosa decisión

Buenos Aires, septiembre de 1988

Samantha Guerrero Paz, acomodó el último plato en la mesa y retrocedió un paso, observando con emoción la cena que ella misma había preparado. La luz del candelabro de cristal brillaba sobre la elegante vajilla de porcelana y las copas de cristal.

Miró su reloj con cierta impaciencia.

Su esposo, Javier Álvarez Ortiz, le había dicho que llegaría a casa a las 8:00 y ya llevaba 45 minutos de retraso. La joven se desató el delantal, y lo dejó en la cocina. Caminó hasta un ornamentado espejo que había en la sala de estar y se miró, retocándose la larga cabellera castaña que caía sobre sus hombros con los dedos.

Se había puesto el vestido de seda azul Francia que Javier le había regalado para su cumpleaños unos meses atrás. Ella al recibir ese bello presente, se lo agradeció, feliz.

A lo que él, indiferente respondió: “El vendedor dijo que te quedaría bien”.

El teléfono sonó y ella corrió para atenderlo.

— Disculpame Samy... tengo una fiesta de última hora esta noche, así que no llegaré a casa a cenar. Cená vos tranquila, no me esperes.

Las palabras de Javier le atravesaron el corazón como una daga afilada. Se quedó en silencio por unos segundos, respiró hondo y asintió. En esa semana ya la había dejado plantada con la cena por tercera vez. Y durante un año, el comportamiento de él no había variado mucho.

Ya tendría que haberse acostumbrado, ¿No?

— No te preocupes Javi... lo entiendo. Espero que te diviertas en la fiesta —respondió con tranquilidad—. Nos vemos mañana.

Él no respondió nada. Simplemente, cortó la llamada dejándola a ella con el tubo del teléfono en la mano.

Suspiró resignada y se sentó a cenar. La cena era simplemente exquisita, pero ella en ese momento sentía que nada tenía sabor, o quizás las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, le cerraban la garganta. El tictac del reloj del comedor rompía el silencio del elegante comedor, recordándole lo sola que estaba en esa mansión.

Se sirvió una copa de vino y se sentó en el sofá donde, lentamente se fue acurrucando, como tratando de refugiarse.

Miró hacia los grandes ventanales que daban al jardín trasero que permanecía iluminado por las farolas y el cielo estrellado. Hubiera sido una perfecta noche romántica para celebrar que haría un año que estaban casados.

Sonrió levemente al recordar aquel momento:

Había sido una boda sencilla en esa misma residencia, sin votos románticos ni religiosos, luna de miel o cualquier otra cosa que involucrara sentimientos. Todo se limitó a firmar papeles delante de un juez, sonriendo para los presentes. Los patriarcas de ambas familias se estrecharon la mano y se fundieron en un abrazo para los medios de comunicación que estaban allí. Esta unión les aseguraba un gran poder, una fusión empresarial que no tendría competencia alguna.

— Hemos sido los mejores amigos, ahora también seremos los mejores socios, ¿No? —le susurró Javier, dándole un beso en la mejilla.

Samantha solo se limitó a sonreír con dulzura y timidez, pero una corriente oculta se agitaba en su interior. Había amado a Javier desde que eran niños. Pero él nunca le había prestado atención, no, como ella hubiera querido. La atención de Javier siempre se limitaba a un simple cariño de amistad casi de hermandad.

Para Samantha, un matrimonio por contrato era un disfraz para conseguir lo que quería. Podía amarlo y cuidarlo legítimamente, aunque él nunca conociera sus verdaderos sentimientos.

La vida de casada era tranquila, casi aburrida. Javier siempre salía temprano y volvía al anochecer, y a menudo se quedaba despierto hasta tarde en su estudio los fines de semana para trabajar. Lo que antes había sido una amistad profunda y sincera, paulatinamente se fue convirtiendo en una relación distante y rutinaria.

Aun así, Samantha nunca se quejaba. Se contentaba con prepararle el desayuno, ordenarle la ropa, prepararle su comida favorita y ver una película con él en las raras ocasiones en que llegaba temprano a casa. Se dijo a sí misma que, él estaba demasiado ocupado y que todo sería diferente una vez que la fusión entre ambas empresas lograra llegar a la cima, cumpliendo la ambición de ambas familias.

Después de terminar una copa de vino tinto, se puso de pie tambaleándose, ya que no estaba acostumbrada a beber. Apagó la luz de la sala y subió como pudo las escaleras hasta su habitación. Lentamente, se acostó y cerró sus ojos, quedándose profundamente dormida.

Después de un par de horas, el penetrante olor a alcohol mezclado con perfume masculino la despertó de manera intempestiva. Abrió sus ojos y allí lo vio a Javier, de pie junto a la cama.

Parpadeó ligeramente para verlo mejor; su corbata suelta su camisa medio abierta, sin su saco. Ella nunca lo había visto así.

—¿Javi, estás borracho? —Se incorporó, con la voz teñida de sueño y preocupación—. Dios, ¿Qué te pasó? ¿Peleaste con alguien?

Javier no respondió, la miró fijamente, con los ojos encendidos, cargados de deseo.

— Sos tan hermosa... —susurró, arrastrando las palabras.

Al instante siguiente, se inclinó de repente, presionando sus labios ardientes en el cuello de la joven quien se quedó paralizada. Su corazón latía tan fuerte que parecía que se le escapaba del pecho.

Él jamás había actuado así con ella. Siempre la había tratado con cariño, con respeto, como su amiga, casi una hermana, pero nada más que eso.

— Por favor, Javi... por favor... no hagas esto... —protestó débilmente, pero fue silenciada por el beso apasionado de su esposo.

La mano de Javier se deslizó bajo el camisón de seda, las yemas de sus dedos fueron recorriendo la parte interna del muslo, provocándole un temblor. El cuerpo de Samantha fue reaccionando a las caricias y besos, traicionando toda razón y comenzó a responder con total rendición.

¡Había esperado tanto ese momento!

Un año de anhelo pareció satisfacerse en ese instante, lo estaba sintiendo como un acto de justicia. Al fin, Javier la veía como lo que era: su esposa.

Una mujer que lo amaba y deseaba como a nadie en el mundo y ahora después de esperar con paciencia, eso parecía estar siendo reciproco. Al fin ese hombre se dignaba a mirarla como mujer y no, como a su mejor amiga.

Javier siguió besándola hasta que, en el momento menos pensado, él instintivamente la penetró, haciendo que la inexperta Sam, soltara un grito ahogado por el dolor. Pero no dijo nada, porque el placer y la felicidad que sentía sobrepasaba todo.

Pero todas sus ilusiones se derrumbaron cuando ambos llegaron al clímax.

— Luciana... —gimió por lo bajo el hombre—. Luciana, no me dejes...

¿Luciana? Pensó horrorizada Samantha.

La joven cerró sus ojos, tratando de contener sus lágrimas. Hubiese querido gritar, decirle algo... pero él se había quedado dormido.

De todas maneras... ¿Qué diferencia habría?

Era evidente que la lejanía de su esposo no era por nada de lo que ella creía. Javier jamás la amaría porque en su corazón, no había lugar para nadie más.

Trató de calmarse y entender la situación: ¿Él le había hecho el amor por despecho o porque mientras se lo hacía veía a Luciana en ella?

— Yo amándolo incondicionalmente y él... sigue amando a mi prima que siempre jugó con sus sentimientos —susurró, limpiándose las lágrimas —Ya basta, hasta acá llegué. No esperaré ni mendigaré más su amor.

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