Capítulo 3 Divorcio

Javier llegó a la oficina y tomó el ascensor directamente al último piso. Una de sus secretarias, Estefanía, se acercó con una delicada caja de regalo, hermosamente envuelta.

— Buenos días, señor Álvarez Ortiz. Un mensajero la acaba de entregar. Dijo que era un regalo para usted.

El ingeniero frunció el ceño al tomar la caja. La sentía demasiado liviana, casi ingrávida— No tiene tarjeta... ¿Quién puede haberla enviado? No tiene nombre... esto es muy extraño...

— Bueno, todos saben que hoy es su aniversario de bodas. Seguramente debe ser de algún directivo o socio.

Javier le dirigió una mirada fría. —Lo sé... pero ¿un regalo?

La joven secretaria dudó en hablar.

—¿Algo más? —, preguntó él con impaciencia.

—No, es que... yo me atreví a enviarle flores a su esposa, en nombre de todos los empleados —eligió sus palabras con cuidado, porque conocía el carácter de su jefe—. La señora llamó ayer para confirmar su horario y parecía muy emocionada porque iban a cenar juntos anoche... por las vísperas de su aniversario y entonces, acá nosotros...

Sus dedos se apretaron alrededor de la caja de regalo. —¿Qué intenta decir? Por favor, ¿puede hablar de una vez? ¡Tengo cosas que hacer!

La secretaria respiró hondo. — Discúlpeme puede que mis palabras se pasen de la raya, pero debo decir que su esposa es una persona que realmente se preocupa por usted y por todos acá. Este último año, siempre se ha acordado de comprar comida para los empleados cada vez que venía a la oficina y siempre ha ayudado si alguien necesitaba algo. Eso ha hecho que todos la apreciemos mucho más aún. ¿Recuerda cómo lo cuidó el mes pasado cuando usted vino a trabajar y tenía fiebre? ¡La señora Samantha, es un ángel! Usted tiene mucha suerte... debería cuidarla.

Javier lo interrumpió bruscamente, — Está bien. Sé perfectamente como es ella. No tengo necesidad de que me diga nada, ni que opine de mis asuntos personales ¡No es nadie para hacerlo!

Ella agachó su cabeza y asintió. Se dijo así misma que era imposible que ese hombre entendiera lo poco que valoraba a la esposa que tenía.

— Tiene razón señor, no soy nadie —luego lo miró con seriedad—. Creo que debería abrir ese regalo, estoy segura de que vale la pena hacerlo.

Javier se quedó mirando a la secretaria, ella era normalmente tranquila. No podía entender por qué actuaba de manera tan extraña ese día.

— Estefanía... ¿se encuentra bien? Porque pareciera que está delirando... si no se siente bien, puede tomarse el día—le dijo, sonriendo levemente.

Ella asintió.

— Sí, es eso señor... tengo un gran dolor de cabeza —respondió sonriendo—. Y ya que usted me autoriza, me tomaré el día — le dijo la mujer y de inmediato comenzó a guardar sus cosas.

Él entró rápidamente a su oficina y allí lo esperaba Braulio con los documentos a revisar para comenzar el día.

— Señor ¿y eso? —dijo señalando el paquete.

Javier bajó la vista hacia la caja de regalo que tenía en las manos. El papel de regalo era color azul Francia, el favorito de Samantha, estaba atado con una cinta plateada. Se veía tan delicado y prolijo que no parecía improvisado. Alguien se había tomado el trabajo de envolverlo perfectamente.

— No lo sé —sonrió—. Me lo acaba de dar la secretaria, por mi aniversario de bodas —dijo, rompiendo el envoltorio.

El asistente estaba cerca, con los ojos llenos de expectación. Javier levantó la tapa de la caja, despacio con curiosidad y cautela.

Abrió sus ojos al ver que era solo un documento. Pero no fue eso lo que lo dejó helado. Lo que le impactó, fue leer de que se trataba: Un acuerdo de divorcio, de manera irrevocable y por cuestiones irreconciliables.  

Las pupilas de Javier se contrajeron de repente. Agarró el documento sin poder creer lo que estaba leyendo.

Samantha ya lo había firmado y estaba fechado ese día. Los términos del acuerdo eran sorprendentemente simples: no quería ninguna división de bienes, nada que él pudiera darle, solo la disolución del matrimonio.

—Eso es imposible... —murmuró Javier para sí mismo, mientras el papel se arrugaba en sus manos—, ella no puede hacerme esto... ¿O sí? —dijo mirando con incredulidad a su asistente.

Braulio se quedó sin aliento. No podía creer lo que estaba escuchando.

Javier levantó la cabeza de golpe, con los ojos encendidos de ira, totalmente fuera de sí.

— Ella lo sabía —musitó golpeando la caja, destrozándola—. ¡La secretaria lo sabía! ¡Estefanía! —gritó, abriendo la puerta de su oficina—. Estefanía, venga inmediatamente.

— No está señor... Estefanía se ha ido y para no volver... se llevó sus cosas. Ha dejado su renuncia. —le informó la otra secretaria.

Javier, gruñó de rabia cerrando la puerta con fuerza.

— No, ¡Samantha no puede hacerme esto! ¡Es una locura! ¿Cómo logró hacer esto en tan poco tiempo? —clavó su mirada furiosa en el asistente— Buscala, mové cada piedra de esta puta ciudad si es necesario, pero encontrala.

— A ... ¿A la secretaria? —dudó Braulio con temor.

Javier estaba desencajado, no podía controlar su ira.

— ¡No seas imbécil! —le gritó golpeando el escritorio con fuerza— ¡A mi mujer! ¡Quiero que encuentren a Samantha hoy mismo!

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