Sus ojos color azul cielo, escondidos tras largas pestañas, guardaban una picardía que rara vez dejaba ver.
—La mayoría de los hombres son fáciles de manipular. Sólo debes decirles lo que quieren escuchar y sonreírles — murmuró Sam con desprecio, mientras se encaminaba hacia el salón—. Aman a las mujeres vanidosas, superficiales y manipuladoras. En cambio, a quienes tienen buenos sentimientos, las desprecian, burlándose de ellas...
El resentimiento y el dolor transitado la habían transformado en una mujer fría, que no daba un paso en falso. De aquella chica dulce y comprensiva apenas quedaban sombras.
Cuando llegó a la entrada principal del salón se detuvo por unos segundos, tocándose el pecho. La ansiedad comenzó a invadirla.
¿Qué la movía a hacer eso? ¿Qué quería probar?
¿El deseo de venganza, de darle una lección a Javier? ¿O había algo más?
— Respirá Sam ... respirá —se ordenó en voz baja, tratando de controlarse—, no flaquees ahora, vos podés.
Samantha dio un respiro profundo y