El salón entero estaba pendiente de ella, y Samantha lo sabía. No había llegado tan lejos para perder la compostura ante la seductora actitud de Javier. No iba a darle ese gusto.
Él ya no tenía ningún poder sobre ella. Estaba dispuesta a probarlo a cualquier precio. Las heridas del pasado no solo le habían dado alas, sino también una voluntad inquebrantable.
—Perdón, señorita Spencer... —dijo con esa voz que la había perseguido en sueños y pesadillas—. ¿Acaso la he molestado con lo que acabo de hacer? —Sonrió de esa manera encantadora que solía desarmarla.
Antes la había amado. Ahora solo quería borrarla de un cachetazo.
Pero se mantuvo firme, impasible sin retroceder ni un centímetro.
—Para nada. Estoy acostumbrada a este tipo de atenciones —sonrió de lado, mostrándose soberbia y desafiante—. No es el primero, ni será el último señor ... Álvarez Núñez.
El aire se cortó en seco. Un par de invitados carraspearon incómodos; el organizador parpadeó, nervioso. Ella se inclinó apenas haci