Mundo ficciónIniciar sesiónBastian avanzaba con paso relajado por el sendero que bordeaba los jardines, las manos entrelazadas tras la espalda y el rostro ligeramente alzado hacia el sol tibio de la mañana, disfrutando de su calidez. El aire estaba impregnado del aroma de las flores en plena floración, un aroma tan relajante que casi le hacían olvidar que, desde hace días, él también había asumido un pequeño trabajo personal: vigilar a las enviadas de la capital.
Porque Darian podía confiar en sus mayordomos para que las controlen, pero él prefería observar por su propia cuenta.
Por lo que había podido observar, Lady Ceryth parecía aceptar con gracia sus quehaceres, pero bastaba un par de minutos observándola para notar que aquello no era más que una fachada bien pulida. Bajo su actitud dulce y cortés, se escondía un brillo ambicioso, uno que no apuntaba precisamente al espionaje sino más bien al ascenso social. Bastian reconocía esa chispa, la había visto en más de una joven noble, deseosas de colgarse del brazo del primer ingenuo que quedara encantado con sus coqueteos. No le preocupaba como espía, más bien sentía lástima por el pobre tonto que terminara atrapado en sus garras.
Lady Orvelle, en cambio, parecía desdeñar por completo la sola idea de ser utilizada como una herramienta política. No era difícil notar el fastidio apenas disimulado con el que había aceptado su nueva posición, aunque, irónicamente, desempeñaba sus tareas con una eficiencia implacable. Bastian admitía que había sido arriesgado colocarla en el área de logística, pero suponía que Darian había querido aprovechar su origen: una familia de comerciantes, acostumbrada a manejar inventarios y recursos. Aun así, él no dejaba de vigilarla. Ese tipo de competencia administrativa podía ser tan útil como peligrosa en las manos equivocadas, y hasta no entender sus verdaderas lealtades, prefería mantenerla en su campo visual.
Sus pasos se detuvieron cuando vio a cierto figura familiar.
Avelyne estaba inclinada sobre una maceta, con los dedos machados de tierra y el cabello recogido en un moño desordenado que dejaba escapar algunos mechones. Murmuraba algo para sí misma mientras presionaba con cuidado la tierra alrededor de unas raíces.
Se veía demasiado tranquila, demasiado normal. Trabajando diligentemente sin señal de molesta alguna por haber sido enviada a realizar ese tipo de tareas. Y eso, en sí mismo, ya era sospechoso.
Bastian cruzó los brazos, dejando que una sonrisa maliciosa se dibujara lentamente en su rostro.
—Me alegra que hoy decidiste mantener los pies en el suelo —comentó con tono despreocupado, como quien saluda a un viejo conocido, en lugar de alguien con quien apenas había interactuado un par de veces.
Avelyne dio un pequeño brinco, levantando la mirada con sobresalto. Cuando lo recnonoció, un leve rubor le tiñó las mejillas.
—Ah... eso... —balbuceó, limpiándose las manos en el delantal antes de incorporarse—. Lord Corven. Eh... no suelo caer siempre de los árboles. Lo del otro día fue un accidente.
—Claro, claro —respondió él, frunciendo el ceño con fingida seriedad—. Un accidente. Así es como le llaman ahora.
Ella soltó una pequeña risa apenada, bajando la mirada hacia sus manos.
No parece estar actuando, pensó él, observando cómo se sonrojaba por un mínimo comentario. Si fuera una espía, ya habría calculado la mejor manera de reaccionar para ganar simpatía... no esto.
—Solo se me antojaron unas manzanas —explicó ella, como si aún sintiera la necesidad de justificarse— .No pensé que pasaría algo como eso.
—Entendible —Bastian dio un paso más hacia ella, observando una ligera mancha de tierra en su mejilla—. ¿Y ahora te encomendaron cuidar el jardín?
Ella asintió.
—Solo sigo órdenes. Aunque me gusta estar acá—contestó sonriendo mientras miraba a su alrededor, con un brillo especial en su mirada—. Las rosas son mis favoritas. Y es más fácil tratar con ellas que con las personas, al menos nadie sale lastimado de esa forma.
Bastian soltó una pequeña risa. Le gustaban las personas así: transparentes sin esfuerzo, sin intentar aparentar algo que no eran.
—Tienes razón. Aunque admito que me hubiera gustado estar en su lugar.
Avelyne inclinó la cabeza, confundida.
—¿De las plantas?
—No, del general, en el lugar de Darian —aclaró, arqueando una ceja con picardía—. Al menos así también te hubiera tenido encima mío.
Ella se sonrojó de inmediato, extendiéndosele el rubor hasta las orejas. Apretó los labios, luchando por no sonreír.
—Sigue con eso —musitó, dándole una ligera mirada de reproche que carecía totalmente de fuerza—. Nunca me dejará olvidar eso, ¿verdad?
—¿Por qué habría de hacerlo? Fue bastante entretenido —replicó con una media sonrisa—. Además, no me quejaré si puedo empezar mis mañanas con una mujer hermosa.
Ella negó con la cabeza, divertida por sus ocurrencias, aunque su rubor la seguía delatando.







