Helena es la mente brillante detrás de las colecciones más exitosas de la empresa de moda Atelier. Sin embargo, su talento ha sido silenciado por una traición devastadora: su novio y jefe, Gabriel Collins, cree que las ideas provienen de su amante, quien, bajo el disfraz de asistente, ha robado sistemáticamente cada uno de los diseños de Helena. Para empeorar el golpe, aquella amante solía ser la mejor amiga de Helena. Cuando Helena descubre la infidelidad, Gabriel no solo rompe su compromiso, sino que también la despide por bajo rendimiento, convencido de que su amante es el verdadero genio creativo. Helena queda completamente sola y desacreditada. En un último acto de fe, Helena logra obtener una reunión con Nicolás Collins, CEO de Nocturne Fashion, la empresa rival de Gabriel. Al principio, Nicolás no tiene interés en ayudarla… hasta que Helena le muestra su portafolio. Impresionado por su talento y por el filo emocional de sus diseños, Nicolás le ofrece una oportunidad que cambiará el juego. Un contrato que podría redefinir la industria de la moda, y que también servirá como instrumento silencioso de venganza. Helena deberá elegir entre hundirse en el rencor o construir un imperio propio… esta vez, con su nombre bien visible en cada etiqueta.
Leer más—¡Bienvenidos al desfile de Atelier! —habló el presentador, un hombre de unos cincuenta años—. Esta noche, presentamos la colección estrella de este mes. Gabriel Collins ha dado mucho de qué hablar durante este último año.
El público aplaudió cuando Gabriel fue mencionado. Él era el CEO de la empresa Atelier, una famosa marca de prendas de ropa. Helena fue invitada esa noche a la presentación de su colección. Había trabajado duro durante semanas para conseguir la mejor representación en cada traje. —¿Crees que te llame a la tarima? —murmuró Estela, una compañera con la que no hablaba mucho. A Helena le sorprendió su interés. Miró a Estela con una sonrisa y negó con la cabeza. —Gabriel sabrá cuándo es el momento adecuado. Me he encargado de enviarle mis diseños con Diana, su secretaria —mencionó Helena. —Ella es tu mejor amiga también, ¿no? —preguntó. —Así es. El presentador carraspeó. —¡Y sin más preámbulo! ¡Empecemos con la temática de “noche en vela”! —exclamó, haciéndose a un lado. Las modelos entraron con determinación y carisma. Todas estaban dispuestas a enamorar al público. Pero lo que más destacaba de ellas, era el vestuario. Cada detalle estaba perfectamente elaborado. Algunas con escote, otras con perlas en sus faldas. Todo era tan divino, que los invitados quedaron con la boca abierta. —Sin dudas, esto venderá —Una voz familiar sorprendió a Helena. Se trataba de Gabriel, su prometido, y su jefe. No se percató de que se sentó a su lado. —¿Eso crees? —Helena bajó la cabeza con timidez. Gabriel se inclinó un poco hacia ella y le susurró: —Hoy presentaré a mi diseñadora estrella. El corazón se le aceleró. Helena no estaba lista para hablarle al público, y Gabriel parecía decidido en presentarla. Se mordió el labio, nerviosa. —Gabriel, no hace falta que lo hagas. —¿Por qué no? Ella se merece el mérito. Esta es la mejor colección que ha creado —confesó, mirando el desfile con atención. A Helena le extrañó que su novio haya hablado de ella misma como si se tratara de alguien más, pero no le dio importancia. —A propósito, ¿has visto a Diana? —preguntó Gabriel, confuso. —Está por allá —señaló. Diana estaba de pie en una esquina. Tenía el cabello lleno de rulos y amarillo. Su postura era firme y no tenía idea de que ambos la estaban mirando. —Perfecto. —¿La necesitas para algo? —cuestionó Helena, frunciendo el ceño. —Ya verás. Gabriel sonrió. Se levantó cuando la última modelo atravesó las cortinas y esperó la señal del presentador. —¡Damas y caballeros! Es de mi agrado informarles que Gabriel Collins dará unas breves palabras esta noche respecto a la mente creativa de estos maravillosos diseños —comentó, luego le cedió el micrófono a Gabriel. Aplausos tras aplausos. El hombre se acomodó el cabello hacia atrás y carraspeó. —Primero quiero agradecerles a todos por haber asistido hoy a este desfile —expresó, con gratitud. Helena sintió un nudo en la garganta al ver a su novio triunfar—. Quiero que todo el mundo conozca a la mente maestra detrás de esta nueva colección, y de las anteriores. El éxito de Atelier es gracias a esta persona. Helena se puso muy nerviosa, y sonrió apenas. Pero su sonrisa se borró al notar que Gabriel no la buscó con la mirada. Sus ojos viajaron hacia esa esquina… en donde Diana estaba parada. —¡Un gran aplauso para Diana Anderson! —exclamó, con orgullo. La expresión de Helena era de total confusión. Estela incluso se compadeció de ella. —Helena, ¿no dijiste que tú eras la diseñadora? —inquirió, dudando. —Por supuesto que lo soy. Esto tiene que ser un error —respondió, ofendida. Diana subió a la tarima con la ayuda de Gabriel, y la sonrisa plasmada en su rostro rompió el corazón de Helena. Sintió una fuerte presión, porque no estaba entendiendo nada. ¿Por qué le dieron el crédito de su trabajo y esfuerzo a Diana? Ella era la secretaria de Gabriel, no su diseñadora. Sacudió la cabeza. —Muchísimas gracias a todos. Mi nombre es Diana Anderson, y la oportunidad que me ha dado Gabriel en esta empresa es… Helena no pudo ni siquiera escucharlo. Se levantó con una furia inmensa que la obligó a subirse a la tarima sin pensar en las consecuencias. Tiró el micrófono para que nadie escuchara y jaló del brazo a Diana para pedirle una explicación. —¿Me puedes decir qué carajos haces? —preguntó, cruzada de brazos—. ¿Desde cuándo dibujas, Diana? La rubia por fin supo que era hora de quitarse la máscara, porque ya había conseguido su objetivo: llegar a la cima. —Lo siento, Helena. No todas nacemos con talento —Arrugó los labios en burla. El público no dejaba de murmurar—. Tengo que aprovechar las oportunidades que me presenta la vida. Y tú, amiga, no deberías confiar tanto en los demás. Helena se horrorizó. ¿Ella era su mejor amiga? ¿Esa que tanto le rogó para obtener un puesto en la empresa? —Helena, baja del escenario ahora mismo —ordenó Gabriel—. O llamaré a seguridad. Estamos transmitiendo en vivo. El mundo entero está viendo tu numerito. Helena tragó saliva. —¡No puedes creerle a ella! Yo soy tu diseñadora, Gabriel. ¡He creado cada colección que has presentado! —Helena llevó ambas manos a su pecho, desesperada—. Sabes que este ha sido mi trabajo. —Deja de decir tonterías. Últimamente los diseños que me has mandado han sido una porquería, pero ya hablaré contigo al respecto en otro momento —aseveró el hombre, cansado—. Por favor, baja del escenario. Helena inclinó ambas cejas. La molestia consumió cada parte de su ser. —¡No! —gritó—. ¡Mi trabajo está siendo robado y a ti no te importa! Lo enfrentó. Helena golpeó el pecho de Gabriel y se acercó, bajando la cabeza con decepción. —No me hagas esto, Gabriel… Yo soy la creadora, no ella. —Te estás humillando solita, Helena —intervino Diana. —¡Seguridad! —gritó Gabriel. Dos hombres subieron a la tarima—. Saquen a Helena de aquí. Ella no podía creerlo. Su novio la estaba echando. Se le aguaron los ojos, no veía bien. —¿Gabriel? —Un hombre la sostuvo del brazo y la jaló—. ¡Gabriel! ¡No me hagas esto! Gabriel sólo la miró como si estuviera decepcionado de ella. Helena se sintió como una don nadie en ese momento. —Hablamos mañana en mi oficina —Fue lo último que le dijo. Sacaron a Helena a la fuerza. Y por más que ella pataleaba para quedarse, no logró nada. Helena vio cómo Diana se llevaba todo el crédito. La noticia no tardó en hacerse viral en Internet, dejándola confundida y destrozada. ¿Su situación podía ponerse peor?Helena se estaba besando con Nicolás en su habitación, a pesar de que el aire acondicionado estaba encendido, ambos sentían el calor de sus cuerpos. El silencio de la casa jugaba a su favor. Sarai había salido con Miriam a una noche de ópera, y no volvería hasta tarde. Ese margen de tiempo se sentía como un permiso tácito. Helena lo miró con una mezcla de deseo y ternura, y le hizo una seña para que se quedara. —¿Por qué no te quedas esta noche conmigo? —preguntó, con timidez. Nicolás entendió. Se quitó los zapatos, dejó el celular en modo avión, y se dejó caer junto a ella en la cama. —Ya me instalé. Helena rio, divertida. —¿No quieres que hagamos algo más? —inquirió, mordiéndose el labio. Él se incorporó un poco y pasó suavemente la mano por la tira del brasier. De un jalón lo rompió, dejando a Helena con la boca abierta. —¿N-Nicolás? ¿Qué haces? —balbuceó—. Me rompiste el brasier. —Puedo comprarte otro… —susurró, acercándose a su pezón. Pasó su lengua con delicad
Diana estaba sentada en la barra del bar, con los lentes de sol bien ajustados y la capucha cubriéndole parte del rostro. La luz del lugar ayudaba a mantenerla en las sombras, pero aun así no dejaba de mirar hacia todos lados, inquieta. Cada vez que alguien entraba, su cuerpo se tensaba por un segundo. Observaba rostros, gestos, y los movimientos que tenía la gente. Diana no podía permitirse ser vista. Mucho menos reconocida. Ni Gabriel sabía que estaba en ese lugar. —Un vaso de jugo natural, por favor —pidió. —¿Sabor? —Lechosa. Esta vez no iba a cagarla y beber alcohol. Necesitaba controlarse y mantener a ese bebé a salvo. Diana esperaba a Luca, el diseñador que contrató en secreto. Bebió un sorbo de jugo cuando el bartender lo sirvió, y en ese momento, un hombre se sentó a su lado. —Veo que ya se te empieza a notar la panza, Diana —expresó, tomándola por sorpresa. Ella giró la cabeza y lo vio con esa sonrisa pícara que le causaba escalofríos. Luego bajó la mirada y se q
Helena caminaba al lado de Karen, con paso relajado y una sonrisa que iba y venía según el tema. —Es que no puedo con Paul —Karen se sostuvo las mejillas, pensando en él—. Es todo lo que siempre soñé. Ayer fue a visitarme y estuvimos viendo una película mientras comíamos palomitas. —Desde que empezaron a salir, no has dejado de hablar de él —comentó Helena, riendo—. Me alegra mucho verte así, amiga. —Todavía no hemos tenido sexo… —murmuró, bajando la cabeza. —¿Ya estás pensando en eso? —preguntó, abriendo los ojos—. Sabes que Paul te respeta y no hará algo que no quieras. —¡Ese es el problema! —exclamó, quejándose—. Quiero hacerlo con él. Ay, me volví una pervertida.Karen se cubrió el rostro, estaba roja por la vergüenza. —Es normal, Karen. ¿Por qué no lo hablas con él? Estoy segura de que lo hará si se lo pides... —Me da pena. —Anda. Sabes lo reservado que es Paul y aún así, te confesó sus sentimientos —la animó. —Lo intentaré… El pasillo hacia el comedor se volvió largo d
Helena llegó a su oficina con el bolso colgando del hombro. Al cruzar la puerta, vio a Kaito charlando con Maikol cerca de su escritorio. No era raro verlos conversando, pero ya sabía los sentimientos de Maikol hacia él. Le echó un ojo a su amigo con picardía, como quien observa sin interrumpir, con esa mezcla de curiosidad y complicidad que solo se tiene con alguien cercano. Pero no parecía haber nada más allá. La charla fluía tranquila, sin tensión ni coqueteo. —Oh, Helena —saludó Kaito al notar su presencia—. Hoy he traído mi portafolio para enseñarte un poco sobre la moda japonesa. Son los diseños que tiene mi empresa. —Muy bien. Helena dejó su bolso sobre el escritorio y se sentó. —Creo que puedes implementar fácilmente gran parte de mis diseños con los tuyos sin que sea muy notorio —expresó él, dejando el portafolio sobre la mesa. Maikol sólo escuchaba, apoyado en la pared. —Muchas gracias, Kaito. ¿Sabes? Pienso que te estás esforzando demasiado por una colección q
Helena pasó por la recepción con su paso ligero de siempre, saludando a los de seguridad con una sonrisa rápida antes de girar hacia el mostrador. Karen ya estaba allí, revisando unos papeles, con el cabello recogido y ese aire concentrado que la hacía parecer más seria de lo que realmente era. —¡Buenos días, Karen! —dijo Helena, apoyándose en el mostrador con confianza—. Mi recepcionista favorita. Ya quería verte y hablar contigo. Karen levantó la vista y sonrió al instante, un poco extrañada por los grandes ánimos de su amiga. —Te veo muy emocionada el día de hoy. ¿Pasó algo con Nicolás que no me hayas contado? —inquirió, divertida—. Porque soy toda oídos. —Aquí el tema de conversación será sobre ti —la señaló con el dedo—. Necesito saber cada detalle de lo que ocurrió en tu cita. ¿Paul se te confesó? ¿Ya son novios? ¡Dime! Karen se sonrojó sin poder evitarlo. La sonrisa se le escapó sola, como si el recuerdo la acariciara desde adentro. Miró al techo, tratando de proy
—M-muchísimas gracias, Paul. Te has comportado como un caballero todo este tiempo, que ya no sé qué hacer para pagarlo… —expresó ella, hundiendo las cejas. Le preocupaba no ser suficiente para Paul. Él siempre la ponía primero. La cuidaba sin hacerlo evidente, como si fuera natural pensar en ella antes que en sí mismo. Karen lo notaba, claro que sí. Pero eso no bastaba para callar las dudas que llevaba dentro. No era que desconfiara de Paul. Era que, a veces, no se creía suficiente. Le costaba aceptar que alguien pudiera verla con tanto cariño después de lo que le pasó, sin condiciones. —No entiendo por qué lo haces… —añadió, bajando la cabeza. Paul se levantó, todavía no era un buen momento para confesar sus sentimientos. Quería invitarla a comer primero. Le ofreció su mano, Karen la vio por unos segundos, sorprendida. —Vamos, ¿no tienes hambre? —cuestionó, sereno. Evadió la pregunta de Karen y eso la hizo sentir decepcionada de sí misma. ¿Había indagando más de lo qu
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