Helena se encontraba en su oficina trabajando. Movía el lápiz con soltura, sintiendo cómo el odio y la tristeza dominaban su mayor pasión.
Cada vestuario tenía que transmitir sentimientos vivos, que el público sintiera en carne propia lo que ella vivió. O eso era lo que Nicolás le pidió. —¿Por qué? —bufó, soltando el lápiz—. Definitivamente, no entiendo a los Collins. A uno no le importa lo que transmita la ropa, y al otro sí. Inhaló hondo. Dejó la hoja a un lado y exploró más a fondo su oficina para encontrar alguna otra inspiración y que la colección no se viera tan… deprimente. Se fijó en un jarrón con forma de diamante. —¿Podría funcionar? —se cuestionó a sí misma. Iba a tomar el lápiz de nuevo para continuar con los bocetos, pero fue interrumpida por una llamada telefónica. Era su madre. Helena frunció el ceño. Ella sólo la llamaba durante las noches porque sabía lo ocupada que solía estar en el día, aunque Helena no le contó lo que pasó con Gabriel… —¿Mamá? ¿Qué sucede? —preguntó, escuchó un leve sollozo. —Mi niña hermosa… —susurró, del otro lado de la línea—. Lo menos que quiero es preocuparte en tu horario laboral, pero estoy en el hospital. La castaña abrió los ojos de par en par. Se levantó por impulso y golpeó la mesa con la mano que tenía libre. ¿Por qué su madre estaría en el hospital? —¡¿Qué te pasó?! —se horrorizó—. ¿Te caíste o algo parecido? Dime que no es nada grave. —L-la verdad es que unos tipos me amenazaron. No sé cómo obtuvieron una copia de mis llaves, pero acudieron a mi departamento y me dispararon en el brazo —comentó, con un hilo de voz—. Gracias a Dios estoy bien. El corazón de Helena estaba latiendo a toda velocidad. Habían herido a su madre, y eso que ella no tenía enemigos. Sarai Cooper era un amor de persona con todo el mundo. ¿Por qué le harían algo así? —Mamá, ¿cómo eran ellos? ¿Tenían máscara? ¿Llamaste a la policía? ¡Porque hay que denunciarlos! —exclamó su hija, preocupada. Tenía la frente arrugada—. Pudieron haberte matado. Sarai suspiró, le dolía un poco la herida ya vendada. Por suerte, su vecina escuchó el disparo y acudió de inmediato para llevarla al hospital, espantando a los hombres. —Es que… —murmuró, dudando en si debía contarle la verdad a su hija. No tuvo otra opción—. Me amenazaron. Quieren que les devuelva la habitación del departamento o me irá peor. Básicamente me dieron una advertencia. Y tú sabes bien quién fue el que me regaló el acceso al departamento, Helena… Helena volvió a sentarse, sobando su sien con una agria sensación en el pecho. —Gabriel —respondió. Cuando empezaron su relación de “novios”, Gabriel quiso darle un regalo a su suegra como agradecimiento por haber cuidado bien de Helena, un departamento para ella sola. Él pagaba cada mes de alquiler sin falta. —Sé que se trata de él… —habló Sarai—. Es el único que tenía una copia de mis llaves. ¿Pasó algo entre ustedes? Sarai no tenía idea. Ella no solía revisar las redes sociales. Por un segundo, Helena creyó que pudo haber sido Diana. Al estar comprometida con Gabriel, seguramente tenía acceso a todo lo que lo rodeaba. Además, ella sabía lo del departamento… Helena confío en Diana durante tantos años, incluso Sarai la trató como una segunda hija. ¿Cómo podía ser capaz de hacerle algo así? ¿Todo para dañar a Helena? Negó con la cabeza. También existía la posibilidad de que haya sido Gabriel. —Mamá, lamento no habértelo dicho antes, es que me sentía mal respecto a eso —comentó, bajando un poco la voz—. Gabriel y yo terminamos muy mal. Me echó de la empresa y descubrí que se acostaba con Diana. Fue horrible… Se le formó un nudo en la garganta al recordar aquella escena. Sarai soltó un suspiro ahogado, no esperaba que a su hija le rompieran el corazón. —Cariño… ¿Diana? ¿Cómo pudo? —No lo sé, mamá. Creo que nos engañó todo este tiempo. Ni siquiera sé cuál es su objetivo —resopló—. ¿Hacerme la vida imposible? —Sé que eres más fuerte que ellos, mi vida. Las palabras de su madre le daban ánimos. —Voy para allá. Te cuento mejor en persona —le avisó. —Está bien. (...) Por otro lado, Diana estaba parada frente a la ventana de su oficina, viendo la ciudad. —El trabajo está hecho —habló un hombre. —Perfecto. Les pagaré lo que les prometí —rio—. Haré que Helena sufra… Gabriel le había dado acceso a sus guardias, dos hombres que tenían la obligación de seguir las órdenes de Diana. —Puedo preguntar, ¿por qué perjudicó a esa señora? —preguntó el otro hombre. A Diana se le borró la sonrisa. —Porque las odio a las dos —explicó, sin una pizca de sentimiento—. Mi pasado fue un poco… cruel, ¿sabes? Sólo tenía a Helena y a su madre. En su momento ellas me hacían olvidar lo malo, pero pronto empecé a odiarlas. Los dos hombres tragaron saliva. —Ni una palabra de esto a Gabriel o haré que los despidan, ¿comprenden? —añadió. —Sí, señorita. Ellos salieron sin preguntar más nada. Regresó su vista a la ciudad. Inclinó ambas cejas. Diana quería quitarle todo a Helena por pura envidia. Ella siempre pensó que Helena lo tenía todo: novio exitoso, trabajo estable, talento, madre amorosa. Diana lo anhelaba. —Te quitaré todo para que veas cómo me sentí toda mi vida, Helena —masculló—. Mi próxima paso será quedar embarazada de Gabriel para asegurar mi futuro.