Capítulo 3: Búsqueda

—¿Creíste que lo nuestro iba en serio? —se mofó Gabriel—. Me enamoré de Diana desde el día uno. Y debo agradecerte, Helena, porque sin ti, yo no la hubiera conocido. 

Ambos estaban abrazados frente a Helena. Las paredes de la empresa se tornaban cada vez más oscuras, y el dolor en su corazón era inmenso. 

—¿P-por qué me hiciste este daño? —cuestionó, palpando su pecho—. Yo te amo, Gabriel. Estábamos comprometidos. ¡Te querías casar conmigo! 

—Todo acabó, Helena. 

Y sin más que decir, le plantó un desesperado beso a Diana. Uno que provocó que Helena cayera al vacío y despertara sobresaltada. 

Había sido un mal sueño. 

Su pulso estaba descontrolado. Helena no dejaba de sudar, y varias lágrimas cayeron por sus mejillas al recordar que las únicas personas que formaban parte de su círculo social, la habían abandonado. 

—¿Ahora qué haré? —se preguntó. 

Sin empleo, sin novio, sin mejor amiga. 

La vida de Helena había llegado a un punto crítico. Nunca imaginó que su vida se convertiría en un infierno. 

Se levantó de la cama con pereza, y revisó su celular. Abrió los ojos al ver el montón de notificaciones que tenía de la misma noticia. 

—Gabriel Collins se ha comprometido con Diana Anderson, su secretaria y ahora diseñadora estrella. La mente maestra detrás de su éxito —susurró Helena, leyendo cada detalle de la noticia—. Se dice que la extraña que se subió a la tarima para interponerse entre ellos, tenía problemas mentales. 

Apretó su celular con fuerza. Le daba tanta rabia ver cómo todo su trabajo se lo robó alguien más y la hicieron ver como una loca delante de todo el mundo. 

—Tiene que ser una broma. ¡Ha pasado una semana, maldito idiota! —masculló—. ¡Gabriel nunca anunció su compromiso conmigo! Decía que todavía no era el momento… 

Se echó a llorar de nuevo, rota. 

Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas al suelo. Deslizó el dedo en la pantalla, hasta que aparecieron varias imágenes. Diana con un vestido verde intenso, un anillo en el dedo, una sonrisa descarada y Gabriel besando su frente. 

Esa fue la gota que derramó el vaso. 

Helena se levantó, dispuesta a darse un baño, despejar la mente y tomar cartas en el asunto, porque su carrera no iba a ser destruida por esos dos. 

(...) 

Unas horas más tarde… 

Helena estaba frente a un gran edificio. Nunca creyó acudir a ese lugar precisamente a pedir trabajo. Llevaba su portafolio con sus mejores diseños en mano. 

Nocturne Fashion, la empresa rival de Gabriel. Si había una manera de vengarse de los que le hicieron daño, era unirse al enemigo y demostrar que sus diseños podrían revolucionar el mundo de la moda. 

Llegó a la recepción, una mujer joven y encantadora la recibió con una sonrisa. Cabello castaño, revoltoso, y unos intensos ojos miel que se clavaron en ella. 

—Buen día, ¿en qué puedo ayudarla? —inquirió, juntando ambas manos.

—N-necesito hablar con el CEO —Tragó saliva, un poco nerviosa—. Conozco a Nicolás. Somos viejos amigos. 

Mintió. 

En realidad, lo había visto pocas veces y nunca llegó a tener una conversación formal con ese hombre. 

La recepcionista se extrañó, sus cejas se hundieron. 

—¿Me indica su nombre? —preguntó. 

—Helena Cooper. 

La castaña fijó su vista en la pantalla de la computadora y tecleó el nombre de Helena. No encontró absolutamente nada. 

—Disculpa, pero Nicolás sólo acepta visitas si tienen una cita previa —respondió, tratando de sonar comprensiva—. Es una regla. 

—Ya veo… —murmuró, sonriendo—. Tendré que pedir una cita. 

—Así es. 

Helena se alejó un poco, no iba a rendirse. 

—¿Dónde queda el baño? 

—En el segundo piso —indicó la mujer. 

—¡Gracias! 

Caminó con cautela para no levantar sospechas y se subió al ascensor, fingiendo que iba al baño. 

—¿Al baño? Un carajo. Buscaré la oficina por mi cuenta —susurró para sí misma. 

Las puertas se abrieron y la misión de Helena empezó. Recorrió los pasillos, fijándose en los letreros de cada puerta: oficina del conserje, oficina de recursos humanos. 

Había de todo, menos la oficina del CEO. 

Pasaron varios minutos, y Helena se ocultaba detrás de los muebles o paredes cada vez que escuchaba voces. 

Vio a dos hombres que seguro trabajaban allí, así que retrocedió un poco y se dio cuenta de que no había lugar donde esconderse. Detrás de ella, una puerta sin seguro la salvó. 

Helena la atravesó sin leer el letrero. 

—Casi… —murmuró, aliviada. 

—¿Casi qué? —Soltó una voz masculina detrás de ella. 

Helena se volteó con nerviosismo, porque había dado en el blanco de forma inconsciente. Se acomodó la blusa, que estaba un poco arrugada por el ajetreo. 

—Buenos días, señor Nicolás. Necesito cinco minutos de su tiempo, si es posible —Caminó hasta su escritorio, tratando de verse profesional y segura de sí misma. 

Pero cuando los ojos azules de Nicolás se encontraron con los suyos, una sensación temerosa se apoderó de su cuerpo. 

Frío, distante, imponente. Fueron las cualidades que Helena detectó a primera vista. 

—¿Tienes una cita, Helena? 

La mujer se sobresaltó un poco. Incluso su nombre sonaba aterrador saliendo de su boca. 

—Es urgente… No tengo tiempo para pedir una cita —Apretó la carpeta en sus manos—. ¿Me daría una oportunidad? 

—No. Váyase de mi oficina si no quiere que llame a seguridad por allanamiento. 

Helena frunció el ceño y abrió la boca con total ofensa. No se quedó callada, pues esa era la única oportunidad que tenía de demostrar que su talento valía la pena. 

—¿Sabes? Por un segundo creí que eras diferente a tu hermano. Pero resulta que los hermanos Collins son igual de imbéciles —escupió, sin pelos en la lengua. Helena estaba harta de ser humillada por todos—. Usted me va a dar una oportunidad y no se arrepentirá. Prometo que mis diseños harán que esta empresa pisotee a la de Gabriel. 

Se sentó frente a Nicolás sin esperar un permiso. Él simplemente la observó, pensó que esa chica tenía agallas para desafiarlo. 

—¿Crees que mi empresa no triunfa lo suficiente? —inquirió, un poco divertido—. Porque estamos posicionados en el primer lugar, como la mejor marca del país. 

Helena sonrió con orgullo. 

—¿No le parece poco? Puedo convertirla en la mejor marca del mundo entero, si me lo permite —dictaminó, con una seguridad que sorprendió a Nicolás. 

Él parpadeó, luego soltó una carcajada. 

—Tienes agallas, Helena. Yo también pensé que serías diferente al verte rogarle de rodillas a mi hermano después de semejante traición —comentó. 

Las mejillas de Helena ardieron por la vergüenza. 

«¿Cómo pude haber hecho semejante estupidez?» 

—Estaba en shock. Actué por impulso —Carraspeó—. Entonces, ¿me dejará mostrarle mi trabajo? 

Helena puso el portafolio encima del escritorio. Nicolás lo pensó unos segundos, se preguntaba, ¿por qué no hacerlo? Si le echaba un ojo, él sabría si tenía potencial o no. 

—Está bien. Déjame ver lo que tienes.

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