—¡Bienvenidos al desfile de Atelier! —habló el presentador, un hombre de unos cincuenta años—. Esta noche, presentamos la colección estrella de este mes. Gabriel Collins ha dado mucho de qué hablar durante este último año.
El público aplaudió cuando Gabriel fue mencionado. Él era el CEO de la empresa Atelier, una famosa marca de prendas de ropa. Helena fue invitada esa noche a la presentación de su colección. Había trabajado duro durante semanas para conseguir la mejor representación en cada traje. —¿Crees que te llame a la tarima? —murmuró Estela, una compañera con la que no hablaba mucho. A Helena le sorprendió su interés. Miró a Estela con una sonrisa y negó con la cabeza. —Gabriel sabrá cuándo es el momento adecuado. Me he encargado de enviarle mis diseños con Diana, su secretaria —mencionó Helena. —Ella es tu mejor amiga también, ¿no? —preguntó. —Así es. El presentador carraspeó. —¡Y sin más preámbulo! ¡Empecemos con la temática de “noche en vela”! —exclamó, haciéndose a un lado. Las modelos entraron con determinación y carisma. Todas estaban dispuestas a enamorar al público. Pero lo que más destacaba de ellas, era el vestuario. Cada detalle estaba perfectamente elaborado. Algunas con escote, otras con perlas en sus faldas. Todo era tan divino, que los invitados quedaron con la boca abierta. —Sin dudas, esto venderá —Una voz familiar sorprendió a Helena. Se trataba de Gabriel, su prometido, y su jefe. No se percató de que se sentó a su lado. —¿Eso crees? —Helena bajó la cabeza con timidez. Gabriel se inclinó un poco hacia ella y le susurró: —Hoy presentaré a mi diseñadora estrella. El corazón se le aceleró. Helena no estaba lista para hablarle al público, y Gabriel parecía decidido en presentarla. Se mordió el labio, nerviosa. —Gabriel, no hace falta que lo hagas. —¿Por qué no? Ella se merece el mérito. Esta es la mejor colección que ha creado —confesó, mirando el desfile con atención. A Helena le extrañó que su novio haya hablado de ella misma como si se tratara de alguien más, pero no le dio importancia. —A propósito, ¿has visto a Diana? —preguntó Gabriel, confuso. —Está por allá —señaló. Diana estaba de pie en una esquina. Tenía el cabello lleno de rulos y amarillo. Su postura era firme y no tenía idea de que ambos la estaban mirando. —Perfecto. —¿La necesitas para algo? —cuestionó Helena, frunciendo el ceño. —Ya verás. Gabriel sonrió. Se levantó cuando la última modelo atravesó las cortinas y esperó la señal del presentador. —¡Damas y caballeros! Es de mi agrado informarles que Gabriel Collins dará unas breves palabras esta noche respecto a la mente creativa de estos maravillosos diseños —comentó, luego le cedió el micrófono a Gabriel. Aplausos tras aplausos. El hombre se acomodó el cabello hacia atrás y carraspeó. —Primero quiero agradecerles a todos por haber asistido hoy a este desfile —expresó, con gratitud. Helena sintió un nudo en la garganta al ver a su novio triunfar—. Quiero que todo el mundo conozca a la mente maestra detrás de esta nueva colección, y de las anteriores. El éxito de Atelier es gracias a esta persona. Helena se puso muy nerviosa, y sonrió apenas. Pero su sonrisa se borró al notar que Gabriel no la buscó con la mirada. Sus ojos viajaron hacia esa esquina… en donde Diana estaba parada. —¡Un gran aplauso para Diana Anderson! —exclamó, con orgullo. La expresión de Helena era de total confusión. Estela incluso se compadeció de ella. —Helena, ¿no dijiste que tú eras la diseñadora? —inquirió, dudando. —Por supuesto que lo soy. Esto tiene que ser un error —respondió, ofendida. Diana subió a la tarima con la ayuda de Gabriel, y la sonrisa plasmada en su rostro rompió el corazón de Helena. Sintió una fuerte presión, porque no estaba entendiendo nada. ¿Por qué le dieron el crédito de su trabajo y esfuerzo a Diana? Ella era la secretaria de Gabriel, no su diseñadora. Sacudió la cabeza. —Muchísimas gracias a todos. Mi nombre es Diana Anderson, y la oportunidad que me ha dado Gabriel en esta empresa es… Helena no pudo ni siquiera escucharlo. Se levantó con una furia inmensa que la obligó a subirse a la tarima sin pensar en las consecuencias. Tiró el micrófono para que nadie escuchara y jaló del brazo a Diana para pedirle una explicación. —¿Me puedes decir qué carajos haces? —preguntó, cruzada de brazos—. ¿Desde cuándo dibujas, Diana? La rubia por fin supo que era hora de quitarse la máscara, porque ya había conseguido su objetivo: llegar a la cima. —Lo siento, Helena. No todas nacemos con talento —Arrugó los labios en burla. El público no dejaba de murmurar—. Tengo que aprovechar las oportunidades que me presenta la vida. Y tú, amiga, no deberías confiar tanto en los demás. Helena se horrorizó. ¿Ella era su mejor amiga? ¿Esa que tanto le rogó para obtener un puesto en la empresa? —Helena, baja del escenario ahora mismo —ordenó Gabriel—. O llamaré a seguridad. Estamos transmitiendo en vivo. El mundo entero está viendo tu numerito. Helena tragó saliva. —¡No puedes creerle a ella! Yo soy tu diseñadora, Gabriel. ¡He creado cada colección que has presentado! —Helena llevó ambas manos a su pecho, desesperada—. Sabes que este ha sido mi trabajo. —Deja de decir tonterías. Últimamente los diseños que me has mandado han sido una porquería, pero ya hablaré contigo al respecto en otro momento —aseveró el hombre, cansado—. Por favor, baja del escenario. Helena inclinó ambas cejas. La molestia consumió cada parte de su ser. —¡No! —gritó—. ¡Mi trabajo está siendo robado y a ti no te importa! Lo enfrentó. Helena golpeó el pecho de Gabriel y se acercó, bajando la cabeza con decepción. —No me hagas esto, Gabriel… Yo soy la creadora, no ella. —Te estás humillando solita, Helena —intervino Diana. —¡Seguridad! —gritó Gabriel. Dos hombres subieron a la tarima—. Saquen a Helena de aquí. Ella no podía creerlo. Su novio la estaba echando. Se le aguaron los ojos, no veía bien. —¿Gabriel? —Un hombre la sostuvo del brazo y la jaló—. ¡Gabriel! ¡No me hagas esto! Gabriel sólo la miró como si estuviera decepcionado de ella. Helena se sintió como una don nadie en ese momento. —Hablamos mañana en mi oficina —Fue lo último que le dijo. Sacaron a Helena a la fuerza. Y por más que ella pataleaba para quedarse, no logró nada. Helena vio cómo Diana se llevaba todo el crédito. La noticia no tardó en hacerse viral en Internet, dejándola confundida y destrozada. ¿Su situación podía ponerse peor?