Un día después, Helena tenía el día libre y el desayuno estaba servido en la mesa.
—Mamá, no hace falta que te levantes temprano para prepararme el desayuno —resopló, sentándose.
Vio los panqueques y se le hizo agua la boca. Aunque odiaba admitirlo, extrañaba la comida que le preparaba su madre.
—Es lo mínimo que puedo hacer por ti, hija. Tienes que trabajar mucho para recuperar tu honor —comentó Sarai, con la frente arrugada—. Todavía me cuesta creer que Gabriel y Diana te hayan hecho eso. Fuimos tan buenas con ella…
Helena bebió un sorbo de jugo.
—Sé que podré recuperar mi éxito, mamá. El mundo tarde o temprano sabrá la verdad —dictaminó, viendo el plato en la mesa—. El triunfo de Atelier es gracias a mí, y si tengo que hacer que el enemigo lo supere para que se den cuenta de eso, lo haré.
—No dejes que el rencor se te suba a la cabeza, ¿de acuerdo? —Inhaló hondo, sentándose frente a ella—. ¿Quieres café? Hice un poco.
Helena negó, tragando un bocado.
—No, gracias. Ya estoy b