Mundo de ficçãoIniciar sessãoEn el mismo día de su boda, Raven despierta en un hospital con la certeza de que, quien había creído el amor de su vida, solo es un traidor que la usa como un peón. Empujada hacia un nuevo prometido —el enigmático y paralizado Rowan Harrelson—, Raven entra en un juego peligroso de engaños, poder y alianzas inesperadas. Cada sonrisa es una amenaza; cada caricia, un posible veneno; y su única esperanza de sobrevivir es fingir que ha perdido completamente la memoria. Lo que no sabe es que Rowan Harrelson es de todo menos lo que aparenta, y que muy lejos de su silla de ruedas y su mansión oscura, en el Club de los Reyes, es uno de los hombres más temidos y peligrosos de Chicago. “”””—Raven es demasiado dulce, inocente. Ni siquiera sabe cómo expresarse cuando está celosa ¡y Dios sabe que hoy lo está! —sonrió Rowan mientras sus amigos lo miraban con escepticismo—. Es como una cachorrita perdida. —Emmm… —Tristan señaló con sorna las cámaras de seguridad—. ¿La cachorrita perdida es la que está aflojando las tuercas de tu silla de ruedas?””””
Ler maisCAPÍTULO 1. Traición y memoria
El pitido de las máquinas era lo único que rompía el silencio, regular, monótono, acompañado de un leve zumbido en los oídos que parecía venir de otro mundo. Raven parpadeó, aturdida. Sentía el cuerpo como si la hubiera atropellado un camión y le dolía hasta el alma.
Sobre ella había un techo blanco, una luz demasiado fuerte, y su nariz la invadía el olor inconfundible de hospital.
“¡Joder, el camión fue real!” —gimió internamente, intentando ordenar sus pensamientos.
La boda. El vestido. La limusina. Luego… un golpe seco. ¿Un accidente? Sí. Algo había pasado justo cuando iba camino a su boda, un camión los había chocado. Tragó saliva y movió lentamente los dedos de los pies. Uno, dos, tres… Los sentía. Las piernas también. Dolían, pero estaban allí.
—Gracias a Dios —susurró, apenas consciente de que lo había dicho en voz alta.
Trató de girar la cabeza y abrió los ojos. A su lado había alguien sentado pero solo era una silueta borrosa y el rostro era una mancha sin rasgos.
Raven frunció el ceño con un gesto de dolor. Su vista estaba completamente borrosa. ¿Quién era? ¿Un médico? ¿Una enfermera?
—¿Quién eres? —preguntó con voz ronca, apenas un susurro tembloroso, como si a las palabras les costara salir de su garganta.
El hombre dio un respingo y su figura pareció tensarse en el acto.
—¡¿Cómo que quién soy?! —soltó con un tono cargado de incredulidad, como si la pregunta le hubiera golpeado el orgullo de lleno.
Raven quiso explicarle que no veía bien, que no podía distinguir su rostro, pero no le dio tiempo. Él se levantó bruscamente, soltando una maldición entre dientes.
—¡Mierd@! —murmuró, molesto, girando sobre sus talones—. ¡Voy a buscar al médico!
Y salió de la habitación casi corriendo, dejando una estela de perfume caro y tensión en el aire.
Raven se quedó en silencio, confundida. Esa voz… Claro que la reconocía. Ulises. Era Ulises. Su prometido. ¿Por qué había reaccionado así? Solo le había preguntado quién era porque no lograba enfocar. ¿Qué le pasaba?
Pero no tuvo tiempo de pensar mucho más. Un minuto después, la puerta se abrió de golpe y entraron dos médicos y una enfermera con expresión de urgencia.
—Señorita Crown, ¿puede escucharme? —preguntó uno de ellos, un hombre de rostro redondo y gafas gruesas, mientras le revisaban la presión, los reflejos y le pasaban una linterna por los ojos.
—¿Dónde está? —añadió la enfermera, mientras le tocaba la frente con dedos fríos.
—¿Sabe qué día es? —insistió otro médico con una libreta en la mano, apuntando algo sin esperar respuesta.
—¿Cómo se llama? —preguntó alguien más, demasiado rápido, como si ella estuviera en un juego de preguntas relámpago.
Raven intentaba responder, pero las palabras se le quedaban pegadas a la garganta, apenas si podía tragar y habría pedido agua antes que todo, pero apenas lograba asentir o mover los labios. La cabeza le zumbaba como un panal de abejas y sentía que se iba a desmayar de un momento a otro.
Pero en medio de aquel caos volvió a escuchar la voz de Ulises, algo más lejos esta vez, y al que parecía el médico jefe. Hablaba rápido, como si intentara esconder su impaciencia tras un tono de preocupación fingida.
—¿Qué tiene? ¿Por qué no me reconoce? —preguntaba, con esa voz suave que usaba cuando quería manipular a alguien.
—Puede que tenga amnesia —respondió el médico—. Es común después de un traumatismo craneal como el que ella sufrió. A veces es temporal, no se preocupe.
—¿Amnesia? —Ulises soltó una risa forzada, sin una pizca de humor—. Claro. ¡Perfecto!
—Lo importante es que está consciente y puede moverse. Eso es bueno —añadió la enfermera con una sonrisa profesional, como si eso calmara algo.
—¡Usted a mí no me venga a decir lo que es bueno, mejor métase en su propia vida! —escupió Ulises.
Y Raven frunció el ceño, aún sin poder hablar. ¿Amnesia? ¿De qué demonios estaban hablando? Ella recordaba perfectamente su nombre, su boda, a Ulises. Solo tenía la vista borrosa, por eso le había preguntado…
—No quiero que le digan quién soy —ordenó Ulises con seriedad, como si acabara de tomar una decisión definitiva.
—¿Perdón? —preguntó el médico, sorprendido, deteniéndose en seco.
—Eso. Que nadie le diga quién soy —insistió él empujando al doctor fuera de la habitación, y Raven sintió que su corazón se detenía por un segundo—. Yo me voy a hacer cargo de los gastos; mientras yo pague usted hace lo que yo le diga… y no quiero que sepa quién soy.
Raven sintió una sacudida en el pecho. ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué querría ocultarle eso? Su corazón recobró el ritmo, pero esta vez parecía que iba a salirse de su pecho. Algo no estaba bien. ¡Nada bien!
Cuando el personal médico terminó de revisarla y se marcharon y la habitación quedó en silencio otra vez, pero el sonido del monitor de su corazón la estaba volviendo loca. La cabeza le daba vueltas, pero no por los golpes, sino por lo que acababa de oír.
Ulises pensaba que había perdido la memoria y no quería que ella supiera quién era. ¿Por qué? ¿Qué estaba ocultando?
Con esfuerzo, se incorporó en la cama. Sentía cada músculo protestar, pero no le importó. Necesitaba respuestas así que se levantó a tientas. Sus pies tocaron el suelo frío y un temblor recorrió sus piernas. Apoyándose en la pared, avanzó lentamente hacia la puerta. Cada paso le parecía un reto, pero la desesperación obraba más milagros que el amor.
Una mezcla de miedo, confusión y adrenalina la empujaba hacia adelante, pero solo le bastó entreabrir un poco la puerta y escuchó a Ulises hablando con su madre, Aurora.
Hablaban bajito, pero no lo suficiente.
—¿Sin memoria? ¿En serio? —gruñía su suegra.
—Como oyes, pero lo que sucede conviene. Ahora que la estúpida no se acuerda de mí —decía Ulises con una risa seca, cínica, que le heló la sangre—, no hay razón para que me case con ella.
Raven sintió cómo si el mundo le cayera encima. La boca se le secó, sus piernas flaquearon, pero se sostuvo con ambas manos en el marco de la puerta, aguantándose las lágrimas.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Aurora en voz baja, nerviosa. Sus ojos se movían de un lado a otro, como si temiera ser escuchada.
—Lo que oíste —respondió él, molesto, con esa arrogancia que siempre se escondía detrás de sus modales de caballero—. Todo este circo se acabó. No pienso seguir con esta farsa ahora que ni siquiera sabe quién soy.
Raven se llevó una mano al pecho, como si eso fuera a frenar el golpe. Las palabras le taladraban la cabeza y le rompían el corazón una a una:
“Estúpida.”
“Farsa.” “No hay razón para casarse.”El hombre con el que había planeado su vida entera estaba escupiendo su verdadero rostro por la boca, y era el rostro de un traidor.
REY DE CORAZONES. CAPÍTULO 42. Cuándo rendirseCally se sentó con un botiquín sobre las rodillas y un gesto de concentración. Tenía el cabello húmedo por el sudor y la mirada fija, como si curar heridas ajenas la ayudara a no mirar las propias. Frente a ella, Akira tenía el torso descubierto, lleno de pequeños cortes que apenas sangraban. Aun así, él parecía completamente tranquilo, como si cada herida fuera una medalla más de alguna guerra invisible.—No te rías, que te voy a poner más alcohol —dijo ella, empapando una gasa con determinación.Akira soltó una carcajada baja, ronca y relajada.—Si la gente supiera que la mayoría de estos cortes me los hiciste tú, te tendrían más miedo que respeto.Cally lo miró de reojo, entre divertida y molesta, con una media sonrisa que intentó ocultar.—Eso no es para presumir. Solo significa que tengo menos autocontrol que tú.—No digas eso —respondió él, con una media sonrisa tranquila—. A mí me gustan mis heridas de guerra.Cally le limpió un co
REY DE CORAZONES. CAPÍTULO 41. PerderVera estaba sentada en una de las sillas frente a su escritorio, con las piernas cruzadas y una sonrisa de esas que ya no le creía hacía años.—Hola, hijo —dijo en tono dulce y Tristan se quitó el abrigo sin devolverle la sonrisa.—¿Qué haces aquí, mamá?—Vine a verte. Hace semanas que no hablamos —contestó ella, encogiéndose de hombros—. Quería... ya sabes, hablarte.—No estoy interesado.—¡Tristan, por favor! No tienes que ser tan cortante. ¡Yo estoy poniendo de mi parte para construir una mejor relación contigo!Él se apoyó contra el escritorio, y su rostro era una máscara de molestia.—¿Una mejor relación? ¿Ahora te interesa eso?—Tristan, no empieces —suspiró ella—. Ya sé que las cosas entre nosotros no han sido fáciles, pero estoy intentando acercarme.Él soltó una risa seca, sin humor.—Sí, claro. Déjame adivinar. Lo que realmente quieres es más dinero del que ya te doy, ¿no?Vera lo miró ofendida. —No es eso. No quiero dinero, solo quiero…
REY DE CORAZONES. CAPÍTULO 40. Pierde el que quiere másCally se quedó muda, y no fue por falta de palabras, sino porque ninguna le salía. Tenía un nudo en la garganta y el estómago encogido. Lo miró sin saber si gritarle, reírse o simplemente pedirle que no se fuera. Pero Tristan estaba allí, apoyado en la puerta, con los brazos cruzados y la expresión cerrada, como si todo lo que acababa de pasar entre ellos no tuviera importancia alguna.—Las cosas han cambiado desde que empezó el entrenamiento —dijo ella al fin, en voz baja pero firme—. ¿O no?Él levantó la vista del reloj que ajustaba distraídamente, como si lo que decía no tuviera peso. —¿Cambiar? ¿De qué estás hablando…?—De que no sé si la mejor palabra para llamarlo sea “entrenamiento”. ¡Vamos, Tristan! —murmuró Cally como si todo dependiera de su respuesta—. No te hagas el tonto. No me digas que no sientes algo más.Hubo un silencio incómodo. Tristan la observó por un segundo, con el rostro tan serio que parecía una máscara.
REY DE CORAZONES. CAPÍTULO 39. Una pareja comúnCally se quedó quieta un momento, mirando por la ventana del departamento mientras jugaba con el borde de su taza. Afuera caía una llovizna ligera, y el reflejo de las luces en el vidrio hacía que todo pareciera un poco más irreal.—Tristan —dijo al fin, con esa voz suya que sonaba entre distraída y preocupada—, tengo un presentimiento raro.Tristan acarició su mano, sabiendo que ella no hablaba por hablar.—¿Raro cómo?—No sé —Cally frunció el ceño—. Hoy vi al dueño de la antigua empresa Heliux… y juraría que ya lo había visto antes. Fue como… como si lo conociera de otra vida, o algo así. Me recorrió un escalofrío, literal.Tristan soltó un suspiro incómodo.—Bueno… hay gente que simplemente da mala vibra. A mí me pasa todo el tiempo.Ella no sonrió. Seguía pensativa, ensimismada.—No, no es solo mala vibra, fue distinto. Como si algo dentro de mí dijera “tienes que escapar de él”, o “te va a lastimar”.Tristan la envolvió en un abrazo
REY DE CORAZONES. CAPÍTULO 38. El corazón de CallyTristan llevaba toda la tarde sentado frente al escritorio, con los codos apoyados y los ojos fijos en la pantalla, pero no veía nada. Había pasado horas fingiendo que trabajaba, revisando informes que no le interesaban y borrando correos que ni siquiera había leído.Cally le daba vueltas en la cabeza como un eco que no podía silenciar. Intentó concentrarse, de verdad que lo intentó, pero la mente se le iba sola hacia ella: su voz, su forma de mirarlo cuando se enojaba, esa manera suya de no necesitar a nadie, ni siquiera a él.Suspiró y se pasó una mano por el cabello. Había intentado llamarla tres veces, luego cinco. Al final perdió la cuenta. Ninguna de las llamadas fue contestada.Miró su teléfono, lo volvió a dejar sobre la mesa y se inclinó hacia atrás en la silla. No quería marcarle a su asistente para preguntar por ella. No quería parecer un tipo que perseguía a una mujer, mucho menos a Cally. Pero había algo incómodo, una esp
REY DE CORAZONES. CAPÍTULO 37. Un paréntesisTristan abrió los ojos despacio, sin prisa, como si su cuerpo se resistiera a aceptar que el día tenía que seguir. Lo primero que vio fue el cabello de Cally, extendido sobre la almohada, y su respiración suave, acompasada, pegada a su pecho. Estaba acurrucada contra él, tan cerca que podía sentir el calor que desprendía incluso dormida.Durante unos segundos no se movió. La observó en silencio, intentando asimilar lo que había pasado. Sabía que aquello podía convertirse fácilmente en un desastre monumental, pero aun así no podía sentir ni una gota de arrepentimiento. Cally era como en infierno conocido, como ese pecado que se disculpa con el instinto porque pase lo que pase no puedes hacer nada por evitarlo. Ella era su instinto.Le acarició el brazo con suavidad, siguiendo el contorno de su piel, y luego le dio la vuelta para abrazarse a su espalda, hundiendo el rostro en su cabello. Olía a jabón, a algo limpio y dulce.—Así que todavía e





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