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CAPÍTULO 3. Planes y sospechas

CAPÍTULO 3. Planes y sospechas

Raven sentía que estaba viviendo una pesadilla con los ojos abiertos. Cada segundo en esa habitación de hospital era una mezcla de confusión, miedo y un dolor profundo que no venía solo del cuerpo maltrecho, sino del alma rota. Sabía que si quería salir viva de allí, tenía que seguir actuando.

Fingir. Fingir para sobrevivir.

Ya no tenía idea de qué hacer ni en quién confiar, así que solo podía mantenerse en el personaje de la chica amnésica y vulnerable, porque de momento esa era su única defensa.

—¿Y… mi prometido? —preguntó con voz baja horas después, porque sabía que sería extraño no preguntar—. ¿Por qué no ha venido a verme?

Aurora, sentada en el sillón junto a la cama, sonrió con una dulzura falsa que a Raven le revolvió el estómago.

—¡Oh, querida! Es lógico que no te acuerdes, pero Rowan está un poco delicado. Pronto iremos a casa. Cuando lo veas… lo entenderás —respondió, dándole unas palmaditas en la mano.

"Lo entenderás". Esa frase se le quedó dando vueltas en la cabeza como una campana rota. ¿Qué iba a entender, que querían casarla con un hombre que no sentía el noventa por ciento de su cuerpo? Raven fingió asentir, mientras por dentro, una mezcla de ansiedad y rabia empezaba a arderle bajo la piel.

Unos minutos después, Aurora se levantó de su silla con elegancia exagerada y se alisó el vestido con las manos.

—Bueno, yo tengo que ir a la casa —anunció con una sonrisa torcida—. Pero no te dejo sola, querida, mi hijo Ulises y su novia Rosela se van a quedar contigo hasta que yo regrese.

Raven no tuvo tiempo de reaccionar antes de que la puerta se abriera y por ella entrara Ulises, tomado de la mano con Rosela.

“¿Novia?” jadeó internamente mientras el nudo en su garganta se hacía insoportable.

Hasta ese momento se la habían presentado como "la prima" de Ulises. Raven sintió que el aire se le iba de los pulmones. La imagen de Ulises caminando como si nada, con los dedos entrelazados con los de Rosela, era tan clara, tan brutal, que por un segundo deseó no poder ver nada en absoluto.

—¡Hola, hermosa! —dijo Rosela con una voz dulce y exageradamente entusiasta—. ¡Qué alegría que estés mejor! ¡Uf, nos tenías preocupadísimos!

Y Raven no pudo evitarlo, porque cada imagen y cada palabra era como una cuchillada. Estalló en llanto y Rosela se acercó apresurada para abrazarla y consolarla como si fueran amigas de toda la vida.

—¿Qué pasa cariño? —preguntó y Raven vio por encima de su hombro cómo Ulises fruncía el ceño.

—Es que… no me acuerdo de nada, no sé ni quién soy y… y a pesar de todo hay tantas personas apoyándome —sollozó su mentira más grande y el gesto de Ulises se relajó de inmediato.

Raven apretó los dientes por dentro, pero por fuera mantuvo la expresión perdida. Asintió, murmuró gracias, se dejó tocar. Todo era una actuación. Porque ahora sabía que había sido traicionada, usada. Rosela no era prima de Ulises. ¡Era su maldit@ amante! ¡Todos habían estado riéndose de ella a sus espaldas!

—Tranquila, tenemos mucho tiempo para contarte quién eres —la consoló Rosela como si de verdad le importara, y Raven se tuvo que quedar allí, escuchando sus mentiras.

Mientras tanto, Aurora había regresado a la mansión Harrelson, una enorme propiedad a las afueras de Chicago, con muros altos, jardines perfectamente cuidados y una presencia silenciosa y pesada que parecía arrastrar años de secretos.

Allí, en una sala amplia y sin ventanas, estaba Rowan; sentado en su silla eléctrica, con la espalda recta y la cabeza apoyada en un respaldo acolchado, parecía más una estatua viva que un hombre. Sus ojos azules, sin embargo, estaban despiertos. ¡Muy despiertos! Solo podía mover la cabeza y, con esfuerzo, algunos dedos para controlar su silla; pero su mente, esa no tenía ninguna restricción.

Aurora entró con ese paso firme y elegante de quien se creía la dueña del lugar, aunque la herencia había sido en su inmensa mayoría solo para su hermano.

—Buenas tardes, hermanito —dijo con tono cálido, como si realmente lo apreciara.

Rowan no contestó de inmediato. La observó en silencio, moviendo apenas el dedo índice sobre el control del brazo de la silla.

—No sueles llamarme “hermanito” a menos que quieras algo, Aurora —dijo con tono ronco.

—No seas tan arisco —bufó ella, con un suspiro teatral—. Vengo a darte buenas noticias.

Rowan alzó una ceja con esfuerzo. Buenas noticias de parte de Aurora eran, por lo general, una amenaza envuelta en lazos de seda.

—Te conseguí esposa —dijo ella sin más, sonriendo como quien anuncia una fiesta sorpresa.

Rowan parpadeó lentamente, como si estuviera decidiendo si creerle o no.

—¿Me… qué?

—¡Una esposa! —exclamó Aurora, cruzándose de brazos, satisfecha consigo misma—. Raven Crown. Nieta de los Crown, ¿te suena?

Rowan la miró fijamente, sin responder. Claro que sabía quién era Raven, pero no iba a darle información que no le habían pedido.

—Pensé que estaba comprometida con Ulises —dijo, midiendo cada palabra.

—Ya no —replicó Aurora con una sonrisa ladina—. ¿El accidente de antes de la boda? Perdió la memoria. Ahora cree que su prometido eres tú.

Un silencio espeso se instaló entre ellos mientras el hermano menor apretaba los dientes.

—¿Cree… o se lo hiciste creer tú? —preguntó Rowan, muy despacio.

Aurora ladeó la cabeza, como si considerara innecesaria esa diferencia.

—¡Da igual! Deberías estar agradecido —dijo con tono seco—. No te queda mucho tiempo, según los médicos. Al menos así tendrás a alguien que te cuide, que esté contigo en tus últimos meses. ¿O prefieres morirte solo?

Rowan cerró los ojos un instante. Por dentro, hervía, pero por fuera, no dejó que se notara.

—Así que… ¿quieres que me case con ella? —murmuró.

—Exacto —afirmó Aurora, dándole una palmadita en el hombro antes de girarse—. Nuestro padre dijo que alguien de la familia tenía que casarse con ella, no dijo que no podías ser tú. Así que prepárate, hermanito, que tu prometida llega mañana.

Aurora salió taconeando de la habitación, pero el silencio que dejaba detrás no duró mucho tiempo.

Desde un rincón en penumbra, emergió una figura alta y delgada, vestida de negro, con el rostro serio y los pasos suaves. Merrick, el mayordomo de Rowan, o “Rick”, como él le decía en confianza, se acercó sin hacer ruido.

—¿No le parece extraño que, de repente, su hermana quiera casarlo con la prometida de su sobrino? —le preguntó y Rowan giró levemente la silla, hasta que sus ojos se encontraron con los del mayordomo.

—Aurora siempre tiene un plan —dijo—. Pero la pregunta es… si la chica también lo tiene. —Y por primera vez en días esbozó una sonrisa lenta, oscura, peligrosa—. Supongo que vamos a averiguarlo mañana.

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