CAPÍTULO 4. Ataque y defensa

CAPÍTULO 4. Ataque y defensa

El alta médica llegó más pronto de lo que Raven hubiera querido. Aunque su cuerpo seguía dolorido, lo que realmente la enfermaba era el pánico de tener que convivir con quienes deseaban verla muerta… pero de momento estaba tan débil que no podía hacer más que seguir con aquel engaño.

Le habían dicho la verdad en lo básico: era huérfana desde niña, heredera de la familia Crown, su abuela ya fallecida había concertado un matrimonio con los Harrelson. Todo lo demás era una mentira tras otra, capa tras capa de falsedades y ella fingía que se las tragaba todas.

Cuando el doctor le dijo que podía marcharse, Ulises y Rosela fueron los encargados de pasar por ella. Aparecieron en la puerta del hospital con una sonrisa más falsa que las nalgas de un elefante, ambos vestidos con ropas costosas, como si acabaran de salir de un desfile de moda y no de un intento de asesinato frustrado.

—¿Lista para ir a casa? —preguntó Rosela con entusiasmo excesivo, mientras le entregaba un ramo de flores que apestaba a perfume barato.

—Supongo… —respondió Raven, obligando a su voz a sonar confundida, aunque lo que tenía era un nudo de rabia en la garganta.

El viaje en auto fue silencioso. Ulises se limitó a conducir, y Rosela jugó con su teléfono todo el trayecto. Raven miraba por la ventana, sintiéndose pequeña, fuera de lugar… cohibida. Todo en el mundo le parecía frío de repente, y se dio cuenta de que en más de un año de relación formal con Ulises, jamás había ido a la mansión familiar.

Siempre había cenado con su familia en restaurantes caros o viajes a hoteles que ella pagaba, pero jamás la habían invitado a esa mansión que la familia Harrelson compartía como si todos se adoraran.

La propiedad apareció ante sus ojos como un castillo sacado de un cuento de hadas… o una cárcel de lujo. Alta, majestuosa, llena de ventanales y jardines bien cuidados. Al llegar, la puerta principal se abrió como por arte de magia y toda la familia estaba ahí, esperándola.

—¡Bienvenida a casa, Raven! —dijo Aurora con una sonrisa amplia, falsa hasta los huesos.

Y entonces Raven lo vio: En una esquina del salón, rodeado por algunos miembros del personal, estaba él: Rowan Harrelson.

Era la primera vez que lo veía en persona, pero lo reconoció al instante por las fotos. Era innegablemente apuesto a pesar de la parálisis que lo mantenía en una silla eléctrica. Su porte, su rostro firme, la mirada intensa… los labios gruesos y aquellos ojos azules que eran como un par de tsunamis… Todo en él hablaba de alguien que una vez había dominado cualquier habitación en la que entrara, y parecía que todavía era capaz de hacerlo, aun sin moverse.

Una sombra de tristeza cruzó por su mente. ¡Qué tragedia que un hombre así estuviera confinado de esa manera! Pero antes de que pudiera pensarlo demasiado, alguien la empujó suavemente hacia él.

—Ve, cariño —susurró Aurora con dulzura—, tu prometido te está esperando.

Raven tragó saliva y caminó despacio.

—¡Pero no seas penosa, él es tu prometido! —chilló Rosela y Raven sintió el cosquilleo feroz de las lágrimas detrás de los ojos. Pero aún así se inclinó y le dio un beso en la mejilla a Rowan, uno corto, suave, húmedo, que la hizo contener la respiración.

—Hola… —fue su único susurro, y aquellos ojos azules se suavizaron frente a ella en un instante.

—Siento no haber podido ir a verme al hospital —sentenció Rowan con voz ronca y Raven se estremeció al escucharla.

Tenía voz de locutor enojado: cavernosa, feroz, amenazante. El tipo de voz capaz de erizarle la piel.

—No importa, me imagino que por eso estabas más preocupado… —murmuró, pero dentro de su cabeza no podía dejar de preguntarse por qué un hombre como Rowan Harrelson le estaba siguiendo aquel juego a su hermana y su sobrino.

Sin embargo antes de que alguien alcanzara a decir otra palabra, Aurora aplaudió y los animó a todos a pasar al comedor. El ambiente se llenó de risas fingidas y frases corteses, y todos se apresuraron hacia el salón comedor para salir del momento incómodo. Raven se sobrecogió como si tuviera una estampida de búfalos alrededor, y su equilibrio, que desde el accidente era un asco, la llevó a tropezar con sus propios pies.

El borde de una alfombra, un tacón mal apoyado, un mareo repentino… No lo supo. Lo cierto es que su cuerpo se fue de lago y solo escuchó el sonido eléctrico y vibrante de la silla al moverse.

Un segundo después caía medio sentada en el regazo de Rowan, tratando de aferrarse a algo que resultó ser su ropa, porque él había movido la silla justo a tiempo para amortiguar la caída.

—¡Oh por Dios, lo siento! —jadeó asustada, porque el cuerpo debajo de ella de verdad parecía una estatua, como si cada músculo se le hubiera quedado esculpido en piedra—. ¡Lo siento, yo no quise... todavía me mareo mucho…!

Raven estaba medio abrazada a él, con las mejillas rojas como tomates y aguantándose aquel dolor en el pecho.

—Por suerte todavía tengo buenos reflejos —bromeó Rowan con una sonrisa torcida, y Raven se permitió respirar con un poco de alivio mientras se enderezaba torpemente—. Todavía no estás al cien, pero vamos a cuidarte aquí, ¿de acuerdo? —sentenció con tal seguridad que Raven solo atinó a asentir en silencio.

Se acercaron todos a la mesa, que parecía de un restaurante cinco estrellas. Los Harrelson tenían chef privado así que las cenas se manejaban exactamente como en culquier restaurante: había de todo, cada uno podía pedir lo que quisiera, y en chef lo preparaban al momento.

—Come bien, tienes que recuperarte pronto —murmuró Rowan a su lado y la muchacha miró a la asistente que esperaba su orden.

—Entonces voy a pedir un corte de carne —dijo con suavidad, pero en ese momento Ulises intervino.

—Mejor tráigale una ensalada —dijo en tono dominante—. Será mejor que coma algo más ligero.

Raven frunció el ceño, pero no alcanzó a decir nada, porque la voz de su supuesto prometido rompió el silencio.

—¿Y tú quién eres para decidir lo que mi prometida come o no come? —preguntó con frialdad, girando levemente la cabeza hacia Ulises.

Raven vio a su exprometido parpadear nervioso. Era evidente que había olvidado por un segundo que no tenía ninguna autoridad sobre ella. Y estaba a punto de carraspear cuando Rosela salió al rescate.

—Ulises solo lo dice por su salud —aclaró enseguida—. Además, si come mucho... luego no cabrán los dos en la silla, ¿no?

Rowan sintió un ardor subirle por el pecho. ¿Eso era un puto chiste?

—¿Y tú con qué derecho abres la boca en las conversaciones de esta familia? —dijo, mirando directo a Rosela y haciendo que se pusiera roja de la vergüenza—. Si esta silla no nos sirve me consigo una más grande, o una más potente. Pero si mi prometida quiere un corte de carne, la única pregunta que queda por hacerle es: “¿Término medio o bien hecho?”

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