CAPÍTULO 1. Traición y memoria
El pitido de las máquinas era lo único que rompía el silencio, regular, monótono, acompañado de un leve zumbido en los oídos que parecía venir de otro mundo. Raven parpadeó, aturdida. Sentía el cuerpo como si la hubiera atropellado un camión y le dolía hasta el alma.
Sobre ella había un techo blanco, una luz demasiado fuerte, y su nariz la invadía el olor inconfundible de hospital.
“¡Joder, el camión fue real!” —gimió internamente, intentando ordenar sus pensamientos.
La boda. El vestido. La limusina. Luego… un golpe seco. ¿Un accidente? Sí. Algo había pasado justo cuando iba camino a su boda, un camión los había chocado. Tragó saliva y movió lentamente los dedos de los pies. Uno, dos, tres… Los sentía. Las piernas también. Dolían, pero estaban allí.
—Gracias a Dios —susurró, apenas consciente de que lo había dicho en voz alta.
Trató de girar la cabeza y abrió los ojos. A su lado había alguien sentado pero solo era una silueta borrosa y el rostro era una mancha sin rasgos.
Raven frunció el ceño con un gesto de dolor. Su vista estaba completamente borrosa. ¿Quién era? ¿Un médico? ¿Una enfermera?
—¿Quién eres? —preguntó con voz ronca, apenas un susurro tembloroso, como si a las palabras les costara salir de su garganta.
El hombre dio un respingo y su figura pareció tensarse en el acto.
—¡¿Cómo que quién soy?! —soltó con un tono cargado de incredulidad, como si la pregunta le hubiera golpeado el orgullo de lleno.
Raven quiso explicarle que no veía bien, que no podía distinguir su rostro, pero no le dio tiempo. Él se levantó bruscamente, soltando una maldición entre dientes.
—¡Mierd@! —murmuró, molesto, girando sobre sus talones—. ¡Voy a buscar al médico!
Y salió de la habitación casi corriendo, dejando una estela de perfume caro y tensión en el aire.
Raven se quedó en silencio, confundida. Esa voz… Claro que la reconocía. Ulises. Era Ulises. Su prometido. ¿Por qué había reaccionado así? Solo le había preguntado quién era porque no lograba enfocar. ¿Qué le pasaba?
Pero no tuvo tiempo de pensar mucho más. Un minuto después, la puerta se abrió de golpe y entraron dos médicos y una enfermera con expresión de urgencia.
—Señorita Crown, ¿puede escucharme? —preguntó uno de ellos, un hombre de rostro redondo y gafas gruesas, mientras le revisaban la presión, los reflejos y le pasaban una linterna por los ojos.
—¿Dónde está? —añadió la enfermera, mientras le tocaba la frente con dedos fríos.
—¿Sabe qué día es? —insistió otro médico con una libreta en la mano, apuntando algo sin esperar respuesta.
—¿Cómo se llama? —preguntó alguien más, demasiado rápido, como si ella estuviera en un juego de preguntas relámpago.
Raven intentaba responder, pero las palabras se le quedaban pegadas a la garganta, apenas si podía tragar y habría pedido agua antes que todo, pero apenas lograba asentir o mover los labios. La cabeza le zumbaba como un panal de abejas y sentía que se iba a desmayar de un momento a otro.
Pero en medio de aquel caos volvió a escuchar la voz de Ulises, algo más lejos esta vez, y al que parecía el médico jefe. Hablaba rápido, como si intentara esconder su impaciencia tras un tono de preocupación fingida.
—¿Qué tiene? ¿Por qué no me reconoce? —preguntaba, con esa voz suave que usaba cuando quería manipular a alguien.
—Puede que tenga amnesia —respondió el médico—. Es común después de un traumatismo craneal como el que ella sufrió. A veces es temporal, no se preocupe.
—¿Amnesia? —Ulises soltó una risa forzada, sin una pizca de humor—. Claro. ¡Perfecto!
—Lo importante es que está consciente y puede moverse. Eso es bueno —añadió la enfermera con una sonrisa profesional, como si eso calmara algo.
—¡Usted a mí no me venga a decir lo que es bueno, mejor métase en su propia vida! —escupió Ulises.
Y Raven frunció el ceño, aún sin poder hablar. ¿Amnesia? ¿De qué demonios estaban hablando? Ella recordaba perfectamente su nombre, su boda, a Ulises. Solo tenía la vista borrosa, por eso le había preguntado…
—No quiero que le digan quién soy —ordenó Ulises con seriedad, como si acabara de tomar una decisión definitiva.
—¿Perdón? —preguntó el médico, sorprendido, deteniéndose en seco.
—Eso. Que nadie le diga quién soy —insistió él empujando al doctor fuera de la habitación, y Raven sintió que su corazón se detenía por un segundo—. Yo me voy a hacer cargo de los gastos; mientras yo pague usted hace lo que yo le diga… y no quiero que sepa quién soy.
Raven sintió una sacudida en el pecho. ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué querría ocultarle eso? Su corazón recobró el ritmo, pero esta vez parecía que iba a salirse de su pecho. Algo no estaba bien. ¡Nada bien!
Cuando el personal médico terminó de revisarla y se marcharon y la habitación quedó en silencio otra vez, pero el sonido del monitor de su corazón la estaba volviendo loca. La cabeza le daba vueltas, pero no por los golpes, sino por lo que acababa de oír.
Ulises pensaba que había perdido la memoria y no quería que ella supiera quién era. ¿Por qué? ¿Qué estaba ocultando?
Con esfuerzo, se incorporó en la cama. Sentía cada músculo protestar, pero no le importó. Necesitaba respuestas así que se levantó a tientas. Sus pies tocaron el suelo frío y un temblor recorrió sus piernas. Apoyándose en la pared, avanzó lentamente hacia la puerta. Cada paso le parecía un reto, pero la desesperación obraba más milagros que el amor.
Una mezcla de miedo, confusión y adrenalina la empujaba hacia adelante, pero solo le bastó entreabrir un poco la puerta y escuchó a Ulises hablando con su madre, Aurora.
Hablaban bajito, pero no lo suficiente.
—¿Sin memoria? ¿En serio? —gruñía su suegra.
—Como oyes, pero lo que sucede conviene. Ahora que la estúpida no se acuerda de mí —decía Ulises con una risa seca, cínica, que le heló la sangre—, no hay razón para que me case con ella.
Raven sintió cómo si el mundo le cayera encima. La boca se le secó, sus piernas flaquearon, pero se sostuvo con ambas manos en el marco de la puerta, aguantándose las lágrimas.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Aurora en voz baja, nerviosa. Sus ojos se movían de un lado a otro, como si temiera ser escuchada.
—Lo que oíste —respondió él, molesto, con esa arrogancia que siempre se escondía detrás de sus modales de caballero—. Todo este circo se acabó. No pienso seguir con esta farsa ahora que ni siquiera sabe quién soy.
Raven se llevó una mano al pecho, como si eso fuera a frenar el golpe. Las palabras le taladraban la cabeza y le rompían el corazón una a una:
“Estúpida.”
“Farsa.” “No hay razón para casarse.”El hombre con el que había planeado su vida entera estaba escupiendo su verdadero rostro por la boca, y era el rostro de un traidor.