Lilith sabía desde su infancia que el destino la había marcado como la compañera del Alfa más poderoso de todos, pero el día de la ceremonia de unión, él la miró con desprecio y la rechazó sin dudarlo. Ser una omega significaba debilidad, y en su mundo, la debilidad no tenía lugar al lado de un rey. Humillada y destrozada, Lilith huyó, jurándose a sí misma que jamás volvería a ser una presa. Años después, regresa con una fuerza que nadie esperaba, envuelta en un aura de misterio y poder. Pero el Alfa que la rechazó ahora la observa con una mezcla de sorpresa y deseo. El destino los une de nuevo, pero esta vez Lilith no es la misma. Ahora, ella es la cazadora y él, su presa.
Leer másEl aire olía a tierra húmeda, a madera quemada y a luna llena. La luna, mi luna, brillaba en lo alto como una diosa que me miraba con ojos expectantes, como si supiera que esta noche lo cambiaría todo.
Mis dedos jugaban con el dobladillo de mi vestido mientras mi corazón latía con fuerza, repiqueteando contra mis costillas. Siempre me habían dicho que el momento del emparejamiento era sagrado, un instante en el que los hilos invisibles del destino se tensaban y unían dos almas destinadas a ser una sola.
Y él era el mío.
Mi Alfa. Mi compañero.
Mi todo.
Observé su silueta al otro lado de la hoguera sagrada, su postura arrogante, su mirada afilada que pasaba por encima de todos sin detenerse en nadie en particular. Él era la perfección hecha hombre. Alto, musculoso, con esa aura depredadora que hacía que todos a su alrededor se encogieran instintivamente.
Y, esta noche, él pronunciaría mi nombre.
Tomé aire. No importaba que yo fuera solo una omega, la más baja en la jerarquía de la manada. No importaba que los susurros me rodearan, con las hembras más fuertes burlándose en voz baja de mi “suerte inesperada”. El destino era inquebrantable. Él me elegiría.
Y entonces, él se movió.
Dio un paso al frente, su mirada recorrió el círculo de lobos reunidos en la ceremonia. Su mandíbula se tensó. Había algo feroz en su expresión, una mezcla de enojo y... ¿negación?
—Damon, hijo del linaje de los Blackwood —la voz del anciano resonó con solemnidad—. La luna ha hablado. Tu compañera está aquí, esperándote.
Un escalofrío me recorrió.
Él iba a decir mi nombre. Iba a reclamarme.
Pero entonces, su voz se alzó en la noche como una sentencia.
—No la acepto.
La hoguera pareció crujir con más fuerza, las llamas reflejando el desconcierto en los rostros de los presentes.
Yo... ¿había escuchado bien?
—¿Qué? —mi voz sonó pequeña, quebrada.
Damon giró la cabeza hacia mí, sus ojos oscuros finalmente clavándose en los míos. Y lo vi. Lo vi todo en ellos.
Rechazo.
Asco.
Desprecio.
—No la acepto —repitió, con un tono aún más cortante—. No puedo tomar como compañera a una omega.
Mi corazón se detuvo.
Las risas no tardaron en llenar el aire, murmuraciones venenosas esparciéndose entre la multitud como un incendio descontrolado.
—Oh, dioses, ¿escucharon eso?
—Pobre ilusa, creyó que un Alfa la tomaría.
—¡Imaginen un Alfa con una omega! Es ridículo.
Tragué con dificultad, sintiendo que me faltaba el aire. Mis piernas temblaron, pero me forcé a mantenerme en pie. No podía ceder, no podía mostrar debilidad, aunque cada parte de mí se estaba rompiendo en mil pedazos.
Damon se acercó un poco más, su sombra cubriéndome por completo. Cuando habló, su voz fue un cuchillo que desgarró lo poco que quedaba de mi dignidad.
—No eres lo suficientemente fuerte para ser mi compañera, Lilith. La luna comete errores a veces.
No.
No.
El vínculo se estiró, se quebró, y el dolor fue insoportable.
Era como si alguien me hubiera arrancado el alma con las manos desnudas, dejando solo un vacío helado y agonizante. Mis uñas se clavaron en la palma de mi mano, y un jadeo se me escapó cuando sentí el impacto del rechazo en cada célula de mi cuerpo.
Los lazos de los compañeros destinados no eran solo espirituales, eran físicos, una conexión entre almas y cuerpos. Y cuando uno lo rompía… el otro lo sentía.
Lo sentía hasta la médula.
Mis rodillas cedieron por un instante. Nadie vino a ayudarme. Nadie se preocupó. Solo miraban, esperando ver cuánto tiempo tardaría en derrumbarme por completo.
Pero no les daría ese placer.
Con un esfuerzo titánico, me enderecé.
—Eres un idiota, Damon Blackwood —susurré, mi voz apenas un eco roto de lo que alguna vez fui.
Él no se inmutó. No mostró ni un destello de arrepentimiento. Solo se quedó ahí, tan imponente y cruel como siempre.
La humillación ardió en mi pecho con la misma fuerza que el odio comenzó a nacer en mis entrañas.
Yo era una omega. Débil. Prescindible.
Pero esta noche, juré algo.
Nunca volvería a ser una presa.
Nunca volvería a ser insignificante.
Así que hice lo único que me quedaba por hacer.
Di media vuelta y me fui.
Pero no con la cabeza gacha.
No con lágrimas en los ojos.
Me fui con la certeza de que, algún día, Damon Blackwood me miraría de nuevo… y sería él quien se arrodillara ante mí.
Cada paso que daba lejos de ese círculo me costaba una parte de mi alma.
El aire frío de la noche golpeaba mi piel como látigos invisibles, y aunque todo en mi interior ardía por la humillación, no permitiría que nadie lo viera.
Los susurros me seguían, cuchicheos venenosos que se arrastraban en la oscuridad.
—¿Viste su cara? Parecía que iba a desmayarse.
—Una omega y un Alfa… qué patético.
—Seguro pensó que él la llevaría a su cama esta noche.
Cerré los ojos un instante, apretando los dientes hasta sentir que la presión me dolía en la mandíbula. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, pero me negué a dejar escapar cualquier sonido que delatara mi sufrimiento.
No les daría más motivos para reírse de mí.
Seguí caminando, con la mirada fija en el suelo, con las uñas clavándose en mis palmas. No sentí el dolor físico. Todo lo demás dolía demasiado como para notarlo.
Pero entonces, un par de botas negras apareció en mi campo de visión, bloqueándome el paso.
—Lilith —la voz de Damon era baja, tensa, pero no contenía ni una pizca de arrepentimiento.
No levanté la cabeza. No quería ver su expresión de indiferencia. No quería mirar a los ojos del hombre que había sido destinado para mí, solo para destrozarme en la primera oportunidad.
—Vete al infierno —murmuré, intentando rodearlo.
Pero su mano se cerró en mi muñeca.
Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. El contacto era una descarga eléctrica que me recordó que, aunque él me hubiera rechazado, mi cuerpo aún lo reconocía.
Odié eso.
Lo odié a él.
Odié a la luna por haber sido tan cruel.
—No tenía otra opción —su voz era un susurro grave, como si de alguna manera pensara que eso podría hacerme sentir mejor.
Reí sin humor, sin calor. Era un sonido vacío, una sombra de la persona que había sido minutos atrás.
—No tenías otra opción —repetí, con una amargura que me arañó la garganta—. No me hagas reír, Alfa. Siempre tienes opciones. Simplemente decidiste que yo no valía la pena.
Él no respondió de inmediato. Podía sentir su mirada quemando mi piel, su agarre todavía firme en mi muñeca.
Y por un instante, por una fracción de segundo, creí que tal vez me diría algo que pudiera coser las heridas que me había dejado.
Pero no lo hizo.
Damon no era un hombre de disculpas.
Él era un Alfa. Frío. Calculador.
Y yo no era más que una equivocación para él.
Con un tirón brusco, me solté de su agarre y me alejé. No miré atrás. No le di la satisfacción de verme rota.
Pero por dentro…
Por dentro, sentí cómo algo en mí se apagaba para siempre.
El aire era denso con la fragancia de la madera quemada y el incienso de luna, un aroma tradicional en las ceremonias de emparejamiento. Mi corazón martilleaba con fuerza en mi pecho mientras avanzaba entre la multitud, sintiéndome observada, juzgada, pero también ansiosa. Esta noche todo cambiaría.Mi vestido de seda azul profundo flotaba con cada paso que daba, ceñido en la cintura y con una falda que se deslizaba como agua sobre la hierba. Quería verme hermosa. No, necesitaba verme hermosa. Después de todo, esta noche mi destino sería sellado con el Alfa de la manada.Kieran.Desde que tenía memoria, él siempre había sido un pilar imponente, la fuerza indiscutible que guiaba nuestra manada con autoridad y letalidad. Alto, con la piel bronceada por los entrenamientos y esos ojos grises que parecían esculpidos en hielo. Mi alma lo había elegido mucho antes de esta noche, mucho antes de que supe lo que significaba ser su mate.Me coloqué en mi lugar, con las manos apretadas y el alien
El aire estaba impregnado de un aroma que alguna vez había sido hogar. Pino, tierra húmeda y ceniza de las fogatas que iluminaban la aldea de la manada. Pero bajo eso, podía percibir algo más: un leve hedor a podredumbre. Algo dentro de mí sonrió con frialdad.Las cosas habían cambiado en mi ausencia.Me deslicé entre las sombras con la facilidad de alguien que conocía cada rincón de este lugar. Nadie prestó atención a la figura encapuchada que se movía entre las cabañas, con pasos tan sigilosos como el viento. No era la misma omega que habían desechado. No era la misma niña temerosa que había huido con el corazón roto.Me había vuelto un fantasma, y los fantasmas no tenían miedo.Me detuve a unos metros del gran salón donde el Alfa solía recibir a la manada. Dos guerreros montaban guardia en la entrada, pero su postura era relajada, casi descuidada. Un error.Un murmullo a mi derecha captó mi atención.—No ha sido el mismo desde que ella se fue.—¿Quién?—Lilith.El sonido de mi prop
El pasado nunca desaparece.Se aferra a la piel como una segunda capa, ardiendo, recordándote cada herida, cada traición. No importa cuánto corras o cuánto intentes ignorarlo, siempre regresa.Y el mío me perseguía en cada respiro.Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro.Damon.El Alfa que me había rechazado sin pensarlo dos veces.El hombre que había destrozado la conexión entre nosotros como si no significara nada.Podía escuchar su voz con claridad, el desprecio goteando de cada palabra."Nunca serás digna de mí."Su sentencia había sido un puñal directo a mi alma. Pero el dolor ya no me consumía. No de la manera en la que lo hizo esa noche. Ahora, ese mismo dolor se había transformado en algo más peligroso.Fuego.Uno que ardía en mi interior con una promesa inquebrantable.No sería la misma Lilith que él desechó.Me levantaría de mis cenizas.Y cuando llegara el momento, Damon se arrepentiría de haberme dejado vivir.—¡Concéntrate!La voz de Kael me arrancó de mis pensamie
El olor a madera quemada y sangre seca fue lo primero que golpeó mis sentidos cuando desperté.Mi cuerpo entero protestó al intentar moverme, cada músculo adolorido, cada herida punzante recordándome lo que había sucedido antes de perder el conocimiento.Intenté incorporarme, pero unas manos firmes me sujetaron por los hombros.—No tan rápido —dijo una voz ronca y áspera—. No queremos que te desmayes otra vez.Parpadeé hasta que mi visión se aclaró.Un rostro masculino apareció frente a mí, de facciones duras y una cicatriz que le cruzaba la ceja derecha. Sus ojos eran de un gris metálico, fríos y calculadores, pero no hostiles.—¿Dónde…? —Mi garganta estaba seca, la voz apenas un murmullo.—Entre amigos —respondió, sin soltarme todavía.No confiaba en esa respuesta.Mis instintos estaban en alerta.Giré la cabeza, observando el lugar en el que me encontraba.Era un campamento improvisado en medio del bosque, con varias fogatas dispersas y un grupo de hombres y mujeres de aspecto rudo
El bosque parecía devorarme con su oscuridad.Las ramas crujían bajo mis pies, y el aire gélido me cortaba la piel expuesta, pero yo seguía avanzando. No tenía un destino, solo la certeza de que no podía quedarme.Mi mente era un torbellino de pensamientos rotos. Damon. Su rechazo. Las risas. La vergüenza que me había perforado hasta el alma.No me quedaba nada.El vínculo con mi manada se había deshilachado en el momento en que él pronunció esas palabras. Rechazada. La palabra pesaba sobre mis hombros, cada sílaba impregnada de veneno.Un escalofrío me recorrió al recordar la forma en que me miró. Como si no valiera nada. Como si no fuera más que un error que la luna había cometido.—Maldita luna —susurré, sintiendo cómo la rabia se enredaba con la tristeza dentro de mí.Seguí caminando.Las hojas secas se enredaban en mi cabello, y mis músculos temblaban de agotamiento, pero me negaba a detenerme. No quería pensar en lo que acababa de perder. No quería sentir el vacío en mi pecho do
El aire olía a tierra húmeda, a madera quemada y a luna llena. La luna, mi luna, brillaba en lo alto como una diosa que me miraba con ojos expectantes, como si supiera que esta noche lo cambiaría todo.Mis dedos jugaban con el dobladillo de mi vestido mientras mi corazón latía con fuerza, repiqueteando contra mis costillas. Siempre me habían dicho que el momento del emparejamiento era sagrado, un instante en el que los hilos invisibles del destino se tensaban y unían dos almas destinadas a ser una sola.Y él era el mío.Mi Alfa. Mi compañero.Mi todo.Observé su silueta al otro lado de la hoguera sagrada, su postura arrogante, su mirada afilada que pasaba por encima de todos sin detenerse en nadie en particular. Él era la perfección hecha hombre. Alto, musculoso, con esa aura depredadora que hacía que todos a su alrededor se encogieran instintivamente.Y, esta noche, él pronunciaría mi nombre.Tomé aire. No importaba que yo fuera solo una omega, la más baja en la jerarquía de la manad
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