8

El agua fría golpeaba mi rostro mientras intentaba aclarar mis pensamientos. Me miré en el espejo del baño privado de mis aposentos, observando las gotas que resbalaban por mi piel. Había pasado una semana desde mi regreso a la manada Blackwood, y cada día que transcurría sentía cómo mi determinación se fortalecía.

Sequé mi rostro con una toalla y contemplé mi reflejo. Ya no quedaba nada de aquella joven ingenua que había huido con el corazón destrozado. Mis ojos verdes, antes llenos de inocencia, ahora reflejaban una dureza que había cultivado durante años. Mi cabello negro caía en ondas sobre mis hombros, enmarcando un rostro que había aprendido a usar como arma.

—Lilith —susurré a mi reflejo—, no olvides por qué estás aquí.

El recuerdo de la expresión de Kieran al reconocerme en el pasillo me provocó una mezcla de satisfacción y rabia. La confusión en sus ojos, ese destello de reconocimiento... Todo formaba parte de mi plan.

Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos.

—Adelante —dije, recomponiéndome.

Maya, una beta de la manada del Este que me había acompañado como parte de mi "escolta", entró con expresión preocupada.

—Los guardias del Alfa han estado haciendo preguntas sobre ti —informó en voz baja—. Están investigando tu pasado.

Sonreí, sintiendo una calma fría extenderse por mi cuerpo.

—Déjalos buscar. No encontrarán nada que yo no quiera que encuentren.

Maya me miró con una mezcla de admiración y temor. Ella conocía solo fragmentos de mi historia, pero sabía lo suficiente para entender que mi presencia aquí no era casualidad.

—¿Estás segura de que esto es prudente? —preguntó—. El Alfa Kieran no es conocido por su misericordia con quienes lo desafían.

Me acerqué a la ventana, observando el territorio que una vez había sido mi hogar. El bosque se extendía majestuoso bajo la luz del atardecer, con la casa principal de la manada dominando el claro central. Tantos recuerdos enterrados en cada rincón...

—La misericordia es para los débiles, Maya —respondí sin apartar la mirada del paisaje—. Y yo dejé de ser débil el día que me rechazó.

El silencio se instaló entre nosotras, pesado como una losa. Maya finalmente asintió y se retiró, dejándome sola con mis pensamientos.

Me vestí con deliberada lentitud, eligiendo un vestido negro que se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel. Simple pero elegante, con un corte que insinuaba sin revelar. La tela se deslizó sobre mi piel mientras recordaba las palabras que me habían mantenido en pie durante mi exilio.

_"No la quiero."_

Tres palabras que habían destruido mi mundo y forjado uno nuevo.

Cuando terminé de arreglarme, salí de mis aposentos asignados en el ala de invitados. La cena con la manada sería mi primera aparición pública desde el encuentro con Kieran, y cada detalle debía ser perfecto.

Los pasillos de la casa principal estaban iluminados con antorchas que proyectaban sombras danzantes sobre las paredes de piedra. Algunos miembros de la manada me observaban al pasar, sus miradas una mezcla de curiosidad y recelo. Podía oler su confusión; mi aroma había cambiado, ya no era completamente el de una omega.

Era algo más.

Algo que los desconcertaba y los atraía al mismo tiempo.

Al llegar al gran salón, el murmullo de conversaciones disminuyó momentáneamente. Decenas de ojos se volvieron hacia mí, evaluándome, juzgándome. Entre la multitud, reconocí rostros del pasado: lobos que habían presenciado mi humillación, que habían susurrado a mis espaldas.

Ahora susurraban de nuevo, pero con un tono diferente.

Avancé con la cabeza alta, ignorando deliberadamente la mesa principal donde Kieran presidía la cena. Podía sentir su mirada clavada en mí, intensa como un rayo de sol a través de una lupa. Mi lobo interior se agitó, reconociendo a su antiguo compañero destinado, pero lo mantuve bajo control con la fuerza de voluntad que había cultivado durante años.

—Señorita Lilith —la voz de Marcus, el beta de Kieran, me detuvo—. El Alfa solicita que se una a la mesa principal esta noche.

Giré lentamente para enfrentarlo, permitiendo que una sonrisa calculada se dibujara en mis labios.

—Por supuesto. Sería un honor.

Marcus me escoltó hasta la mesa donde Kieran esperaba, su rostro una máscara impenetrable de autoridad. A su derecha se sentaba una mujer de cabello rubio y ojos azules que me estudió con evidente hostilidad. Elena, la hija del Alfa de la manada del Norte, la mujer que según los rumores estaba destinada a convertirse en la compañera de Kieran.

_Qué conveniente_, pensé con amarga ironía.

—Lilith —la voz de Kieran resonó con autoridad cuando tomé asiento frente a él—. Espero que tu estancia esté siendo confortable.

—Muy confortable, Alfa —respondí, saboreando la tensión que se formaba entre nosotros—. Tu hospitalidad es... memorable.

Sus ojos se estrecharon ligeramente, captando el doble sentido de mis palabras.

—Me alegra oírlo —dijo, mientras los sirvientes comenzaban a traer los platos—. Estoy intrigado por tu presencia aquí. La manada del Este rara vez envía emisarios.

Tomé un sorbo de vino, permitiendo que el silencio se extendiera lo suficiente para incomodarlo.

—Los tiempos cambian, Alfa Kieran. Las alianzas también.

Elena se inclinó hacia adelante, su perfume demasiado dulce invadiendo el aire entre nosotros.

—¿Y qué tipo de alianza busca exactamente la manada del Este? —preguntó con falsa dulzura—. Tengo entendido que son conocidos por acoger a... lobos sin manada.

La insinuación era clara. Kieran le lanzó una mirada de advertencia que ella ignoró.

—Acogemos a quienes demuestran valor —respondí con calma—. La fuerza no siempre viene de la sangre o del linaje, ¿no crees?

Elena se tensó, pero antes de que pudiera responder, Kieran intervino.

—Lilith y yo tenemos asuntos pendientes que discutir —declaró, su tono no admitía réplica—. Asuntos del pasado que requieren aclaración.

El comedor entero pareció contener la respiración. Podía sentir la curiosidad emanando de cada lobo presente, el hambre por el chisme, por la historia de la omega que había regresado transformada.

—El pasado es una bestia curiosa, Alfa —dije, sosteniendo su mirada—. A veces creemos haberlo domado, solo para descubrir que nos ha estado acechando todo el tiempo.

Un músculo se tensó en su mandíbula. Por un instante, vi un destello de algo en sus ojos. ¿Culpa? ¿Arrepentimiento? Desapareció tan rápido que podría haberlo imaginado.

—Después de la cena —declaró—, en mi despacho.

No era una petición, sino una orden. El antiguo instinto omega en mí quiso agachar la cabeza en sumisión, pero lo aplasté sin piedad.

—Como desees —respondí con una sonrisa que no alcanzó mis ojos.

La cena transcurrió en una tensión apenas disimulada. Conversaciones superficiales, miradas furtivas, y el constante pulso de energía entre Kieran y yo, como dos depredadores evaluándose mutuamente.

Cuando finalmente los platos fueron retirados, me levanté con gracia, consciente de cada mirada que seguía mis movimientos. Kieran hizo lo mismo, ignorando la expresión contrariada de Elena.

—Si me disculpan —anunció—, tengo asuntos que atender.

Me guio fuera del comedor, su presencia a mi espalda como una tormenta contenida. El pasillo que conducía a su despacho estaba desierto, nuestros pasos resonando contra la piedra antigua.

Una vez dentro, cerró la puerta con un golpe seco. La habitación era exactamente como la recordaba: estanterías llenas de libros antiguos, un escritorio macizo de roble, y el aroma inconfundible de Kieran impregnando cada rincón.

—Basta de juegos, Lilith —gruñó, su fachada de control desmoronándose—. ¿Qué haces realmente aquí?

Me moví por la habitación con deliberada calma, pasando mis dedos por el respaldo de una silla, por el borde de su escritorio, reclamando el espacio como propio.

—¿Juegos? —pregunté con fingida inocencia—. Creía que estábamos teniendo una conversación civilizada entre representantes de manadas.

Se acercó en dos zancadas, su presencia abrumadora. Podía sentir el calor emanando de su cuerpo, el poder del Alfa irradiando en ondas que habrían hecho temblar a cualquier lobo común.

Pero yo ya no era común.

—Tú no eres una simple emisaria —dijo, su voz un gruñido bajo—. Y ambos sabemos que no estás aquí por ninguna alianza.

Levanté la mirada para enfrentarlo, permitiendo que viera el fuego que ardía en mis ojos.

—¿Qué recuerdas exactamente de mí, Kieran? —pregunté—. ¿Recuerdas la noche que me rechazaste? ¿Recuerdas cómo me miraste como si fuera menos que nada?

Su expresión cambió, una sombra cruzando su rostro.

—Eso fue hace mucho tiempo —respondió, su voz más baja—. Éramos diferentes entonces.

Solté una risa amarga.

—Oh, ciertamente yo era diferente. Era ingenua, débil, creyendo en cuentos de hadas sobre compañeros destinados y amor eterno.

Di un paso hacia él, eliminando la distancia entre nosotros. Tan cerca que podía ver las motas doradas en sus ojos grises, sentir su respiración sobre mi piel.

—Pero tú, Kieran Blackwood, sigues siendo el mismo —susurré—. El mismo Alfa arrogante que cree que el poder lo es todo, que la fuerza es lo único que importa.

Su mano se alzó, como si quisiera tocarme, pero se detuvo a medio camino.

—¿Qué te pasó? —preguntó, y por primera vez, detecté genuina confusión en su voz—. Tu aroma... es diferente. Tú eres diferente.

Sonreí, un gesto que sabía que no alcanzaba mis ojos.

—La muerte y el renacimiento, Alfa. Eso fue lo que me pasó.

Sus ojos se estrecharon, estudiándome con intensidad.

—¿Qué significa eso?

Me aparté, rompiendo el hechizo que parecía haberse formado entre nosotros.

—Significa que he venido a cobrar una deuda —respondí con calma—. Una deuda de sangre, dolor y promesas rotas.

Kieran se tensó, su postura cambiando sutilmente a una de combate.

—¿Me estás amenazando, Lilith?

La pregunta flotó en el aire, cargada de peligro. Cualquier lobo con instinto de supervivencia habría retrocedido, habría mostrado sumisión ante la ira apenas contenida del Alfa más poderoso de las tierras.

Pero yo ya no temía a la muerte. La había abrazado y había regresado.

—No, Kieran —respondí, dirigiéndome hacia la puerta—. Te estoy haciendo una promesa.

Me detuve con la mano en el picaporte, mirándolo por encima del hombro.

—Disfruta de tu reinado mientras puedas. Porque cuando termine contigo, no quedará nada del gran Alfa Kieran Blackwood.

Salí antes de que pudiera responder, cerrando la puerta suavemente tras de mí. En el pasillo, lejos de su presencia, permití que mi máscara de control se agrietara por un instante. Mi corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de anticipación.

El juego había comenzado.

Y esta vez, yo dictaba las reglas.

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